Se puede decir que el profesor superior Miguel Ángel Stefañuk (72) es el máximo exponente de las ciencias geográficas de Misiones. Es un geógrafo excelso y reconocido por los aportes geográficos y cartográficos realizados a la provincia. De perfil bajo, con la paciencia que lo caracteriza, efectuó trabajos que son de suma importancia para los misioneros.
Nació en el barrio El Palomar, de Posadas, frente a la casa del reconocido artista Zygmunt Kowalski. Egresó de la entonces ENET 1 como Maestro Mayor de Obras (MMO), luego se recibió de profesor de Geografía del Instituto Montoya en 1969 y egresó de la UNaM como profesor superior de geografía en 1975.
Se desempeñó en la Dirección General de Tierras y Bosques como dibujante cartográfico y topógrafo, realizando numerosas mensuras y subdivisiones en pueblos y colonias fiscales.
En la Secretaría de Planeamiento trabajó hasta 1991 como responsable de la cartografía estadística de la provincia. Además, como topógrafo trabajó en relevamientos para proyectos de pueblos como Comandante Andresito y Colonia Aurora, entre otros.
Trabajó también en la elaboración de la cartografía del Atlas de Población de Misiones y del Atlas General de Misiones. Realizó innumerables trabajos para la confección de mapas de Misiones, Corrientes, mapa arqueológico de la provincia, de Posadas.
Es autor de Evolución de la Cartografía de Misiones y de Diccionario Geográfico Toponímico de Misiones en el que hizo una recopilación sumamente valiosa de los nombres con los que se designan cientos miles de lugares y rincones de la provincia.
Al hacer un resumen de su extensa trayectoria, contó que ingresó a la Escuela Industrial, que se encontraba en Colón 9, con la intención de aprender a dibujar. “Cuando estaba en cuarto año, podíamos hacer taller de manera libre. Un maestro mayor de obra que tenía un estudio me había llevado, pero había poco trabajo. Entonces en las vacaciones de julio le comenté al director de la escuela que me dijo que me iba a conseguir un buen trabajo. Me dijo vaya acá, a dos cuadras -donde luego estuvo Radio Provincia-. Allí funcionaba Tierras y Bosques. Era el año 1959. Vea al agrimensor Benmaor que necesita un dibujante”.
Llegó al lugar un viernes y el profesional le preguntó cuándo quería a comenzar a trabajar. Stefañuk le contestó: Cuando usted disponga. “Puede ser el lunes, me dijo. Era el 5 de octubre, Día del Camino. Empecé en la Dirección de Tierras y me encariñé realmente con esos empleados antiguos que todavía eran todos de la Nación. Me quedó grabada en el recuerdo esa gente, lo responsable que era, muy educada”, agregó.
Hasta ese predio venían colonos, a cuyas chacras tuvo oportunidad de ir más tarde “cuando fui aprendiendo a trabajar en la colonia con mi jefe, que era técnico de servicios gráficos del Instituto Geográfico Militar (IGM). De esa institución, fueron dos o tres camadas de egresados allá por la década del 50. Tenían que hacer tres años de preparación, conocimiento, y dos años de campaña, trabajando en distintos organismos. Uno de ellos era Emilio Carlos Olsson, que estaba en Catastro, y fue a la Antártida; Krujowski, estuvo en su momento en la Dirección de Minas, relevando la Cordillera, Aguas Blancas. Los de Catastro eran técnicos que eran muy prácticos. En la provincia no sé si habría diez agrimensores, la mayoría eran ingenieros civiles”, describió.
Añadió que empezó a tomar contacto con todos ellos, a acompañarlos a las campañas, para aprender a trabajar, y cuando se inscribió para cursar la carrera de agrimensura, en Corrientes, en 1963, “me volví cuando acá estaban sin topógrafo, y yo me defendía bien. Y fui encaminado a trabajar en esto que me gustó realmente”.
Fueron 16 años los que pasó en Tierras y Bosques, “porque también teníamos que atender los problemas de bosques, los litigios que había entre la tierra fiscal y la privada por la explotación de pinos en San Pedro, la famosa Línea Barilari de 1964/Decreto 1173 mediante el que había que respetar una faja de cuatro kilómetros y los madereros miraban para otro lado. Con estas cosas, uno iba viendo y aprendiendo. Dejé agrimensura. Me gustaba, dibujaba, conseguía los atlas, me copiaba con Kowalski que era un viajero, políglota, que llegó cuando yo tenía 6 años y lo veía pintar sus primeros bocetos. Eso me quedó muy grabado. Siempre teníamos contacto, cruzaba la calle y charlábamos, porque era un hombre muy abierto y dado a la pintura, a las artes. Él me despertó mucho interés de viajar, conocer lugares, andar, lo que tuve la oportunidad de hacer en la provincia que la recorrí de cabo a rabo”.
Como había dejado agrimensura y trabajaba con mapas, su prima, Ángela Melnechuk, le sugirió “si tanto te gustan los mapas ¿por qué no seguís geografía?”. Anteriormente, Stefañuk había inscripto en el Instituto Montoya en matemática porque era la única carrera de profesorado que podía cursar como egresado de la Escuela Industrial, ya que no tenían base de las materias generales como los del bachillerato. “Cuando ingresé a geografía, mi legajo seguía en matemática. Empecé a cursar y en tercer año la secretaria me dijo que tenía que cursar todas las materias del bachillerato. Habían venido del Servicio de Enseñanza Privada Nacional, de Buenos Aires, y habían detectado esa incongruencia. Fue entonces que dije que me disculparan, pero que yo me iba. Las autoridades hicieron el reclamo a Buenos Aires y, en vista de las notas (las materias técnicas: cartografía, geografía física, geología, las tenía aprobadas con diez. El tema eran las pedagógicas, que las padecía porque no eran lo mío) se me aprobó, por única vez y sin que se siente precedente”, manifestó entre risas.
Finalmente, pudo terminar. “Pero de cuarto año me quedaba psicología. Y ahí dejé porque tenía trabajos grandes afuera. Me dieron las prácticas en el Santa María y al quinto año iban todas las chicas, pero dentro de todo me defendí, a pesar de mi timidez anduve bien. No me interesaba la docencia. Pero una compañera me convenció, me encaminó y pude rendir y aprobar psicología. Desde el Montoya me invitaron a una cátedra como auxiliar, me fui vinculando y me gustó. Estuve un poco más de veinte años. Hasta hace poco me encontraba con ex alumnos y se acordaban bien de mí a pesar que pasaron muchos años”, celebró.
Cuando se jubiló en el Montoya, empezó a trabajar en relevamientos en toda la provincia, haciendo la apoyatura a arquitectos, a ingenieros agrónomos, en el relevamiento de chacras, yerbales, “porque no se contaba con imágenes satelitales como ahora. En forma particular viajé hasta una conocida yerbatera de Paraguay y varias importantes de Misiones”.
Tareas incesantes
Estuvo trabajando en Tierras y, en 1976, pasó a la Secretaría de Planeamiento para confeccionar cartografía y realizar las representaciones gráficas. “Quedé como responsable de la cartografía censal. A partir de 1970 debían celebrarse cada diez años. Con esa finalidad se realizaron cursos de cartografía en Bariloche, de un mes, adonde asistieron dos representantes por provincia, siempre orientada hacia los relevamientos censales, cubrir todo el censo de la provincia. Y todo lo que era mapas. Como dependíamos de Gobernación nos tenían corriendo todo el día. Planeamiento estaba instalado sobre la calle 25 de Mayo, entre Belgrano y Santa Fe. Eso sobre todo en la época del gobernador Rodolfo Ramón Poletti, que era militar, pero era un loco lindo porque conocía y manejaba todo. Se trabajó muy bien y salió la impresión del primer atlas de población de la provincia y, después, del atlas general”, relató.
En el Ministerio de Educación había asumido Maritza Micolis, que era rectora del Instituto Stefañuk se desempeñaba en el Montoya. Y la Secretaría de Planeamiento se desmembró en 1990, lamentablemente. “Empezaron a distribuir profesionales por los distintos rincones, una arquitecta me mencionó y Micolis dijo: traelo inmediatamente. Me puse a hacer el mapa escolar que no teníamos, el Ministerio no tenía siquiera la ubicación de las escuelas. Fui armando, pero para eso tuve que recorrer toda la provincia, a pesar que ya la conocía. Fui a distintos lugares, donde había población, había una escuela. Todo como se ubicaban, parajes. Estaban por departamento, ni siquiera por municipio, por lo que había que ir al lugar. Allá por el año 90 recién empezaban a surgir los GPS, que eran unos ladrillos. Fui armando el mapa, del que conservo el original, que es una de las pocas cosas que pude recuperar. Gracias a los vínculos que tenía, logramos reducir el tamaño para poder tener un mapa de relieve que no existía a escala 1-500.000. Tuve la oportunidad de ir trazando. Fue un trabajo de meses y meses de gastar la vista. Ese Atlas se amplió en 2010”, expresó el esposo de Ana María Molet, a quien conoció en San Ignacio, y padre de: Ricardo, María Laura y Maria Cecilia.
“Me fui dedicando a la topografía, que era lo que me permitía recorrer el terreno, y lo más fantástico era poder relevarlo y volcarlo a un plano, que era lo que más me gustaba, era una tarea que siempre me había dado satisfacción. Eso se logra, simplemente, con amor a la profesión. Como cristiano ofrezco todo ese trabajo desde que me levanto. Mientras ame a Dios y ame a mis hermanos, eso lleva la bendición de Dios”.
Por estos días, solo tiene palabras de agradecimiento a toda la familia que me aguantó, “porque cuando recién nos habíamos casado, tenía que ir de quince a veinte días al monte para cumplimentar las tareas”. Por ejemplo, cuando le tocó la mensura de 10.300 hectáreas que la Provincia donó a Papel Misionero como reserva natural cultural, “donde pudimos ver cedros de 1,50 metros. Teníamos que dejar la línea trazada, abierta. Por lo general en el monte lleva la línea y desplaza dos o tres metros, se salva la especie y se vuelve a la línea, pero ahí teníamos la orden de tirar abajo un ejemplar de petiribí que al caer conté 22 pasos al caer”.
Por lo general, evitaban tirar árboles. “Desplazábamos la línea y después se volvía, esa era la mejor manera. De lo contrario, se seguía con ángulo, con el teodolito. Las líneas largas había que hacer determinaciones azimut, buscar de noche un desmontado y mirar estrellas. Eso aprendí de un agrimensor polaco que era realmente docente. Son conocimientos elementales, mínimos de astronomía, y para ubicar las estrellas tienen tablas. Se hacía eso y el rumbo daba exacto”, explicó entusiasmado. Cabe señalar que el azimut (o acimut) es el ángulo que forman el Norte geográfico y la proyección vertical de un cuerpo celeste sobre el horizonte del observador situado a una determinada latitud. Y así, “me fui dedicando a la topografía, que era lo que me permitía recorrer el terreno, y lo más fantástico era poder relevarlo y volcarlo a un plano, que era lo que más me gustaba, era una tarea que siempre me había dado satisfacción. Eso se logra con los años, simplemente, con amor a la profesión. Como cristiano ofrezco todo ese trabajo desde que me levanto. Es una bendición de Dios, simplemente”, reflexionó.
Agradecido
Al hablar de El Palomar, el barrio que lo vio nacer, mencionó que la casa de sus padres, Vladimiro e Irma, se encontraba a una cuadra de la avenida Mitre. Era una zona de canchitas y de montecitos, antes que llegaran los loteos. Su padre era descendiente de ucranianos que llegaron a Apóstoles y había levantado una carpintería, donde se destacaba en la confección de aberturas, al lado de casa.
Contó que la avenida Rademacher era un trillo y que la avenida Trincheras de San José estaba obstaculizada por una cantera. Para acceder a Villa Urquiza las únicas opciones eran ir por la Uruguay o por la López Torres.
Después, el barrio se fue levantando gracias a la conformación de las comisiones barriales, el apoyo de la Municipalidad, la construcción de cordones cuneta y el arbolado. “El único árbol que tenían en el vivero municipal era la cañafístola, muy querido por nuestros viejos, pero que hoy son enormes ejemplares y generan inconvenientes”, dijo. De todos estos años “me queda el agradecimiento, porque la vida es agradecimiento, es amor, y el amor se expresa dando gracias a Dios. Desde que me levanto hasta que me acuesto trato de bendecir, de dar gracias y obrar en consecuencia”, sintetizó.
Con su nombre
El diccionario de topónimos es otro de los trabajos que confeccionó a partir de toda la tarea cartográfica. “Tengo alrededor de 3.200 topónimos. Fue una tarea interesante, y ese libro se publicó en 2008 a través de la Entidad Binacional Yacyretá (EBY). Todos los nombres con sus especificaciones (de dónde salió este nombre, porqué, quién lo puso, la evolución) uno los va asentando en los mapas. Los voy cargando, tengo borradores porque surgen nuevos, pero ya no tantos”, comentó.
Añadió que en la misma escritura “iba corrigiendo en función de los datos que aparecían. Surgía de la consulta de los caciques, de la gente más antigua, todos ellos fueron aportando en un trabajo de años para lograr este diccionario. Aprendí mucho de los aborígenes”. La mayoría de los nombres son de origen guaraní. Refieren a un bicho de la selva, un animal o vegetal o características, el color, el blanco, negro, el azul de las aguas, es lo que está explicado en cada uno de los topónimos.
Citó al agrimensor correntino Juan Queirel que describía, por ejemplo, porqué el Arroyo del Niño. Fue porque el 25 de diciembre, Día del Niño Jesús, “paramos el trabajo porque hacía calor. El arroyo de La bañista, es porque se encontraron con alguien que se estaba bañando en el cauce en ese momento. Ese relato está en los libros. Hay varios de estos trabajos donde se relatan por pormenores. Leí su trabajo y luego lo viví en el campo, en el monte”.