Durante muchos años, una parte de América tuvo a líderes políticos negando -en dichos y en hechos- el cambio climático. Desde Donald Trump como presidente de los EEUU hasta en Brasil, con Jair Bolsonaro, que llegó a negar que la Amazonia ardía cuando el mundo le pidió actuar rápidamente.
Trazados ideológicamente en una misma línea de pensamientos, el “no hacer”, el reducir presupuestos, el salirse de los acuerdos internacionales para mitigar los impactos, tiene consecuencias. Y se están profundizando en todo el continente de manera rápida.
En la región de Misiones y el sur brasileño, esas consecuencias han sido muy notorias en los últimos meses. Qué decir de Rio Grande do Sul que quedó en estado calamitoso, como si una guerra hubiera destrozado todo en los municipios de ese Estado vecino.
Reparar todo lo dañado en viviendas, chacras, rutas, puentes, etc, demandarán cientos de millones de dólares que, a la distancia y “con el diario del lunes” se podría preguntar si hubiera ocurrido el desastre si ese dinero se invertía en revertir acciones contra el ambiente.
En nuestra tierra colorada, se van observando las consecuencias que nadie puede tener la certeza de hasta dónde se profundizarán. No es suficiente esfuerzo ir a conferencias internacionales o firmar pactos interprovinciales de dudoso cumplimiento (y control de que ello ocurra).
Hace falta una mayor acción en todos los aspectos posibles para no provocar más efectos dañinos a la naturaleza.
A pesar de tener un Ministerio de Cambio Climático, se ve poca relevancia: metas trazadas y cumplidas; acuerdos con ONG; con empresas por la emisión de gases; de control de apeo ilegal, etc. Ni siquiera se puede ver una fuerte campaña de concientización (pública, mediática, en los principales puntos turísticos) con materiales efectivos para ese fin. Como diría un exintendente posadeño, “aquí hace falta trabajo”.