Mariano Malarczuk fue sinónimo de innovación. Si bien falleció a principios de febrero, sus obras están a la vista y harán que su recuerdo, también de esta manera, sea permanente.
Este vecino fue capaz de llevar una idea a la práctica desafiando, incluso, a la naturaleza. Fue un hombre íntegro, cuyos valores hicieron que su nombre se inscriba no solo en la historia de la localidad de Apóstoles y de su fiesta nacional, sino también de la provincia.
Sin dudas, dejó un gran legado, haciendo a un lado cuestiones personales para afrontar “creaciones” que le daban vida a la Ciudad de las Flores.
Nació el 1 de mayo de 1934 en la Colonia Apóstoles, en el seno de una familia de inmigrantes ucranianos integrada por Carlos Malarczuk y Miguelina Tarnowski. La Escuela 21 lo tuvo como alumno en la etapa primaria, mientras que cursó un año del secundario en el Nacional de Posadas.
Su padre le auguraba un futuro con estudios, pero falleció muy joven y Mariano debió dejar el colegio salesiano Don Bosco, en Capital Federal, de donde egresó como oficial mecánico, para regresar a Apóstoles.
Tuvo la fortuna de encontrar en la educación la base de lo que sería su profesión de toda la vida. Contrajo matrimonio con Rosa “Lala” Ostafchuk con quien tuvo cuatro hijos: Graciela, Carlos, Martha y Claudia, que le regalaron 12 nietos y 11 bisnietos.
Hasta sus últimos días no paró de crear y de sorprender a la ciudad de Apóstoles, como con el Rosario de Mates, compuesto por 59 mates pintados con los colores de Misiones, que mandó a preparar para ornamentar la plaza Padre Francisco, sobre la avenida Humada Ramella, o la construcción de un faro en una casa particular, a unas cuadras de la Capilla Santa Cruz de los Milagros.
Gracias a la voz de su hijo Carlos, múltiple campeón sudamericano de rally, Ko’ape hizo un repaso de su prolífica vida, que quedará en el recuerdo, en cada huella y en cada mate.
Confió que Mariano no era mucho de hablar de su vida personal, pero siempre tenía presente los recuerdos junto a su padre. Entre las anécdotas, contaba que cuando Don Carlos lo mandó a estudiar al colegio Don Bosco junto a su hermano Francisco, los acercó al tren y “le dio más dinero que a Francisco porque entendía que administraría mejor y que, efectivamente, iba a estudiar. Recordaba el esfuerzo que hizo el abuelo, al que no volvió a ver porque se murió joven. Cuando volvió ya no lo tenía y se ve que eso lo marcó mucho porque es algo que siempre contaba”, manifestó.
Cuando regresó de la gran urbe, se puso a trabajar como empleado de una metalúrgica, donde se dedicaba a tornear porque había poca gente que sabía hacer esa tarea. Enseguida levantó su propio negocio, adquirió un torno, después otro, y uno más grande, y arrancó haciendo tornería. “Por muchos años fue tornero, especialista en el tema”, dijo su hijo, y agregó que en la época en la que “nací, tuvo una incursión en el automovilismo, corriendo en karting. En una ocasión, fueron a correr a Posadas y en la zona del puerto (actual costanera), tuvo un roce con otro piloto y cayó al río Paraná. Esa fue la última vez que corrió. Son cosas que contaba y que me impactaban”.
Según Carlos, su padre “fue un tipo muy activo, sobre todo a la hora de innovar. Después de años de tornería, empezó a inventar una maquinita para una cosa, para otra, y terminó haciendo una metalúrgica donde empezó a fabricar de todo: rastras de disco, desmalezadoras, de excelente calidad, que siguen funcionando después de 40 o 50 años. Después, significó una gran innovación la carrocería metálica para los camiones, que antes eran de madera. Esa fue una buena época para él. Una vez que inventaba y ponía en funcionamiento el negocio, buscaba otra cosa. Luego incursionó en los implementos para la yerba mate, al construir molinos, secaderos de yerba mate y poniendo una marca a su producto”.
Pero en la transición entre la tornería y la metalúrgica, terminó trabajando en El Soberbio. Fue a sacar maderas para una empresa de Buenos Aires, para la que se desempeñaba como encargado del campamento que estaba en medio del monte. Se fabricaba una jangada y trasladaban por rollos a través del río Uruguay, llegando así hasta Buenos Aires, cuando aún no se había construido la represa de Salto Grande.
Más tarde, se fue a vivir a Campo Viera donde se dedicó a la fabricación de implementos y cosechadoras de té. Antes se había instalado en Oberá donde puso manos a la obra a una máquina encomendada por unos italianos para cosechar manzanilla. “Como innovador y como le gustaban los desafíos, viajó a la provincia de Buenos Aires durante un verano, durante la época de la producción de la manzanilla, y fabricó la máquina. Los italianos le habían dicho que, si inventaba una, cerraban el trato con él, pero finalmente se llevaron la máquina a Italia y la copiaron. Le dio la idea y la máquina funcionó bien, era muy simple, en la base de la podadora de té. Esto demuestra que le gustaban los desafíos, era más de encontrar la vuelta, la solución a la invención, que para su propio beneficio”, señaló.
La Fiesta de la Yerba también tiene su impronta. Fue parte vital de las primeras ediciones, anfitrión de funcionarios nacionales y fundamental para la creación del predio, que prácticamente ideó. Erigió el secadero en escala que se ubica en la Expo Yerba, el portón de ingreso, que todavía se observa imponente. Incluso se recuerda que buscó que los tinglados que se fueron levantando tengan más altura, lo que permitiría eventos deportivos de alto vuelo.
Después volvió a Apóstoles y empezó con la fábrica de carrocerías de camiones, a incorporar todo lo que había hecho en otros lugares y en distintas épocas. Entonces cosechadoras, desmalezadoras, rastra de discos, secaderos e incluso se hizo su propio molino, siempre dando trabajo a mucha gente, con altos y bajos en su economía, pero “siempre con adelantos, siempre creativo”.
Pasión por la Fiesta de la Yerba
Al poco tiempo arrancó con la Fiesta de la Yerba Mate. Junto a un grupo de personas lideró y marcó un hito, al poner las bases fundamentales de lo que es actualmente este evento. “El cartel de bienvenida, que ahora parece pequeño, fue fabricado por él, y en esa época era enorme. Lo mismo que las bases de los tinglados, la innovación en la Expo Yerba”.
“La exposición industrial era impresionante. Era de la magnitud de una expo agro, y la parte de los recitales era secundaria. Fue el propulsor de eso, llevaba y arrastraba a la gente a ser parte de sus locuras”, indicó. En la segunda exposición, mediante un arreglo con las agencias de autos puso un Torino y Renault 12 parados de punta pero que, a la vez, giraban. En ese entonces, había tomado la distribución para la Mesopotamia de las lanchas Volvo Penta que recién ingresaban al país.
“Como pescador que era, hizo unos lagos artificiales y dejó las lanchas flotando y fue una atracción impresionante. Buena parte del dinero que ganaba, invertía en estas cosas, que por ahí terminaban siendo un gasto, pero nunca se arrepintió de sus locuras. Eso marcó la diferencia con las exposiciones que había en la zona. Fueron imposibles de igualar. Tras su muerte me mostraron un video de los años 70, junto al gobernador de turno, inaugurando esas exposiciones”, graficó su hijo.
Después, Mariano “quedó enganchado” con el tema de la Escuela Técnica, porque quería que los chicos estudien. Como era la época en la que su hijo Carlos se tenía que ir de Apóstoles para iniciar el secundario, terminó “forzando un poco” la creación de la ENET -la primera industrial de Apóstoles, hoy EPET Nº 5-. Así que “fui el iniciador con un grupo de cerca de veinte alumnos y fuimos abriendo los diferentes años lectivos, primero, segundo, tercero. Lo hizo junto a un grupo de gente de la época, entre ellos, Lucas Spaciuk, el padre del Chango. Estaba Pereyra que tenía una metalúrgica. Eran docentes muy didácticos, de mucha práctica y salíamos sabiendo de todo un poco”.
Ya instalado definitivamente en Apóstoles, construyó secaderos y maquinarias agrícolas, rastras, desmalezadoras, acoplados, carrocerías para camiones. Tal fue el amor que sentía por el trabajo que sus 89 años lo encontraron al mando de su empresa, dedicada al diseño y fabricación de mates, hornos, planchas y anafes. Además, de crear todos los dispensers de agua caliente que se encuentran en la provincia y en el país.
A entender de Carlos, su papá “fue polifuncional” y “lo que se le ocurría hacer lo llevaba adelante, se le ponía algo en la cabeza y lo hacía. Si hubiese sido diferente o hubiera tenido un administrador, hubiese tenido muchísimo dinero, pero, en el fondo y ahora mirando a la distancia, parece que no le importaba. El dinero era un medio, el fin era crear. Él fue un gran creador y lo disfrutaba”.
Contó que el expendedor de agua nació durante un viaje que hizo a Europa con unos amigos. Al llegar a Rusia vieron un samovar, un aparato donde calentaban el agua, y se le ocurrió el expendedor. “Hoy parece una idea simple que ves en todos lados, pero que muchos le copiaron el sistema. Lo mismo lo mates. Quería evitar que la persona se queme la mano y que fuera una cosa higiénica, entonces tomó el acero inoxidable que se usa en las pavas, en las ollas, buscó la forma y salió el mate. Le encontró la vuelta y salió el mate de doble capa que hasta las grandes firmas le copiaron”, rememoró.
Hasta los últimos días, a Mariano se le ocurrieron cosas innovadoras. “Vino Meza con la propuesta de hacer una réplica de un faro. Le encantó la idea porque era algo nuevo para la ciudad de Apóstoles. Fue un problema porque no había infraestructura. Pero eso era Mariano, un gran creador y creativo que disfrutaba haciendo esas cosas”, admitió.
También era fanático de la pesca y terminó siendo el promotor de la pesca con devolución. Según Carlos, en esa época parecía una locura, pero, “sacaba el pescado, le daba unos besitos, hacía como que tomaba un whisky y lo devolvía al agua. Llevó a que esta modalidad se popularice, que no le claven más con el bichero. Quienes iban en su lancha y a su casa, tenían que dejar el bichero a un lado. De esta manera, armó una colección de bicheros, que es un gancho que se clavaba al pescado para que no se escape. Decía que había que darle oportunidad al pescado hasta último momento. Lo tenía que sacar con la mano, lo agarraba de determinada forma. Eso hacía. Siempre disfrutaba de ese tipo de cosas, disfrutaba de la vida de esa forma. Por eso digo que el dinero fue un medio y no un fin. En eso encontraba la felicidad”, reseñó su hijo.
Consideró que, con los demás, Mariano “era muy sociable, más que con su propia familia. Nos criaba con el ejemplo, cumpliendo con sus responsabilidades. Encontró contención en la familia y se casó con la mujer adecuada, evidentemente hizo bien las cosas porque estuvieron juntos hasta el último día”.