Cuando el bisabuelo paterno de Eva Isabel Okulovich (69) llegó de Europa y se asentó en Campo Viera para trabajar la tierra, tuvo vínculos primarios con la cultura guaraní. Por esas cosas del destino, o vaya uno a saber por qué, mucho tiempo después, al comenzar a preparar su tesis, la doctora en Metodología de Investigación en el Ámbito de las Artes Plásticas y Visuales -por la Universidad de Granada, España, y la Universidad de Misiones- recuperó esa relación que sus ancestros mantuvieron con los primeros habitantes de estas tierras. A raíz de ello, sigue vinculada con las comunidades mbya guaraní y aseguró que continuará vinculada a ellas hasta su muerte.
Hija, nieta y bisnieta de inmigrantes bielorusos y ucranianos, Okulovich nació en la Capital del Té y si bien tenía que caminar cinco kilómetros para asistir a clases, lo hacía en compañía de los hijos de los obreros que trabajaban en las chacras, por lo que su infancia transcurrió feliz. “En la escuela fui recibida con afecto por los maestros que, muy precozmente, descubrieron que era buena para la poesía, el teatro, la danza”, manifestó, al tiempo que evocó a los docentes Juan Figueredo y Blanca Ríos, quienes “guiaron mis primeros pasos en el mundo del arte”.
Cursó sus estudios secundarios en la Escuela Normal 4 “Nicolás Avellaneda”, de Oberá. Se casó siendo muy joven, y fue madre de Marcos César Alejandro, Silvio Denis (Yoni) y Juan Martín Contreras. Se inscribió en la Facultad de Derecho en la UNNE, en Corrientes, pero no resistió a la idea de estar lejos de sus hijos. Fue entonces que se propuso ser maestra de grado y se anotó en la Escuela Normal. “Estudiaba en casa con la compañera Mabel Fonseca, que leía las lecciones mientras yo lavaba ropa. La escuchaba con mucha fuerza porque sabía que no iba a tener tiempo para leer una segunda vez. Me quería recibir de maestra lo antes posible para poder trabajar. Me fue muy bien, al punto que fui abanderada sin proponérmelo”, comentó.
A raíz de las vivencias de su abuela, Okulovich se inspiró para hacer una obra que en el ambiente se conoció como “La Virgen Rusa”, cuando para ella “era mi abuela con mi madre”. Esa obra es la que ganó el Gran Premio de Honor. “No podía creer porque no pretendía ganar nada”. Lo único que quería era que pasara por la Fiesta del Inmigrante para ponerla, finalmente, en la Casita Rusa, que había sido confeccionada artesanalmente por un inmigrante y que ahora funciona como museo, en el Parque de las Naciones.
Enseguida consiguió la titularidad en una escuela de colonia Tamaduá, aunque era difícil llegar por el mal estado de los caminos. “Viendo lo dura que iba a ser mi vida”, se inscribió en la Facultad de Arte y Diseño, buscando encontrar en esa Casa de Estudios, “un mundo de humanidad profunda, de comprensión de las personas, de la espiritualidad, de otro modo de ver a la gente y la vida”. Inició la carrera de Profesorado en Cerámica mientras continuaba trabajando en la escuela rural en doble jornada. “A la Facultad iba caminando, a veces con mucho frío. De regreso, lloraba y mirando al cielo, decía: Dios, ¿por qué tengo que sufrir tanto? Pasó el tiempo y me recibí de técnico ceramista. Más tarde, terminé el Profesorado en Cerámica”, contó, emocionada.
En el segundo año de la carrera, Okulovich ganó la medalla de oro en una exposición de alumnos y, cuando estaba terminando su carrera de profesorado, obtuvo el Gran Premio de Honor en un concurso de arte absolutamente abierto, donde no se tenía en cuenta la trayectoria del artista.
Gusto por la investigación
Tras culminar el profesorado, realizó la Maestría en Metodología de Investigación Científica, en Paraná, Entre Ríos, lo que le permitió comenzar a trabajar como docente en la Facultad de Arte.
“Cuando la universidad bajó la consigna que se debía dictar la materia Metodología de la Investigación, tuve casi todas las cátedras. Al principio estaba la profesora Mari Quinteros, pero se jubiló al poco tiempo. Recién cuando obtengo el doctorado, en la Facultad se abre la posibilidad de concursar para ser titular porque hasta ese momento era adjunta. Comencé siendo jefe de trabajos prácticos, trabajando con una beca. Luego, ante la necesidad de docentes formados en el área, me dieron un adjunto y me contrataron. Después vino el concurso, y fui titular exclusiva con toda esa cantidad de materias, pero me encantaba”, comentó.
Como la docencia “me gusta muchísimo, no me parecía una carga. No alcanzaba el tiempo para otras cosas, pero me gustaba muchísimo. Tal es así que cuando llegaron los 60 no me quise jubilar. A los 67 me dijeron que me necesitaban en posgrado, entonces me jubilo y el Consejo Directivo me designó directora de la Maestría en Cultura Guaraní Jesuítica, que es donde estoy ahora. Asumí cuando terminó la última corte en una carrera autogestionada”, agregó.
El Doctorado en Granada
Fue a través de un convenio de la UNaM con la Universidad de Granada, de donde los profesores venían a dictar los módulos, pero “había que rendir y defender la tesis, en España, por lo que tenía que viajar un mes antes a fin de prepararme”.
Recordó la tragedia del Monje Ruso, una obra que “me surgió del alma” y que, tras exponerlo en el stand de la colectividad, en la Fiesta del Inmigrante, fue destruido por uno de los asistentes. Lo había hecho con restos de una baranda de la casa típica, y “empecé a llevarlo al stand del polideportivo porque todo el mundo quería sacarse fotos con la estatua. Cuando la Fiesta se trasladó al Parque, no lo llevé, pero ante la insistencia, lo volví a llevar durante la noche de la juventud. Estaba expuesto en un lugar alto. Una persona agarró la pieza, la tiró al piso y la rompió, y ya no pude recomponerla”.
“Mi tema de investigación estaba siempre vinculado con la cuestión de la cerámica y, en un momento, por requisitos técnicos, pasé a ser la directora de proyecto de mis maestros en el área de investigación en cerámica, Juan Hedman y Gilberto Hasseltron, ambas personas maravillosas. Recuerdo su humanidad, su generosidad, compartiendo conocimientos, al igual que Teresa Morchio de Passalaqua. Nunca la voy a olvidar porque era una persona que respetaba al alumno de una manera extraordinaria. Fue para mí el mejor ejemplo como docente universitaria. Cuando faltaban los compañeros, era la única que estaba en la clase y ella la daba como si estuvieran los 20 o 30 alumnos, cuando otro hubiera preferido no darla”, señaló.
Con Hedman como director de proyecto me inicie en la investigación en cerámica. Cuando falleció, seguí con Hasseltron, que estaba en un proyecto de troquelación de ladrillos para facilitar a los oleros, la realización artesanal de ladrillo, para que no sufrieran tanto. Diseñó un artefacto, que podía ser manual o eléctrico, para producir adobe sin tanto esfuerzo. Cuando voy a hacer mi plan de tesis, este debía ser desde el campo del arte, porque el doctorado era en arte. Venía trabajando mucho con los oleros y había visto con tristeza su pobreza, y pensaba en las miles de casas, mansiones, que se hacen con ladrillos que producen y ellos viven en unas casitas muy precarias, hechas de costaneros (tablas de descarte). Como investigadora, sentí que debía proponer algo que les alegre la vida y que solucione en parte su problemática. Comencé́ a buscar cursos y todo lo vinculado con arquitectura en tierra, pero todo eso era muy técnico”, confió́.
Si bien no es arquitecta, pero sí artista, “me interesaba poder llegar a algún proceso artesanal a partir de lo que hacían los oleros para la construcción de sus propias viviendas, y que fueran dignas y estéticas. Y lo hice. A un ex olero, que le faltaban los brazos y que vivía en un ranchito cerca de Colonia Guaraní, pudimos levantar las paredes de adobe con la ayuda de dos albañiles prácticos. Quedó perfecto, hermoso, fresquito en verano y calentito en invierno, pero faltaba la parte estética. Averigüé́ todas las condiciones para hacer un revoque que adhiriera y no se cayera. Y fui a trabajar con los oleros para que ellos mismos hicieran su decoración”.
Dijo que preguntando por el significado de las cosas que estaban puestas, “aparecían relatos muy vinculados a la cuestión guaraní́. Eso fue lo que presenté para hacer una tesis doctoral a fin de profundizar más el tema. El director de tesis tenía que ser un doctor de España, así́ que no entendía ni jota de lo que yo le proponía. Me dijo que lamentaba no poder dirigirlo y que él en ese momento estaba guiando a otra doctoranda que estaba haciendo un trabajo sobre la etnia guaraní́. Y como los relatos de los oleros tenían que ver con los guaraní, propuso hacer un recorrido previo por la cultura guaraní y por último sacar esto que yo estaba planteando con la construcción para los oleros”.
Así, de la mano de este director, comenzó el trabajo con los guaraní, y “me di cuenta del nivel de invisibilidad en el que estaba situada, porque ya estaba premiada en artes y todavía no se me pasaba por la cabeza la cuestión guaraní́. ¿Qué cosa me despertó́? La reflexión en relación con, si tenía que hacer un doctorado en artes en Misiones, tenía que relevar todo lo que había en nuestra provincia, la historia del arte de Misiones. Y ¿cuándo empezaba la historia del arte de Misiones?, comenzaba en las Ruinas Jesuíticas. Las Ruinas son el inicio del arte guaraní bajo la dirección e imagen de los jesuitas en Misiones, de alguna manera, el arte y la técnica europeos, traídos a partir de la conquista española. Me di cuenta que estábamos caminando por encima del arte de Misiones, el primero, el primigenio arte. Si tenemos que ir a la prehistoria del arte de Misiones, éste se encuentra en el arte de los guaraní que aún persiste, que no se perdió. Comencé ahí, e hice todo el trabajo. Fue una cosa tremenda”.
Bien de cerca
Por esos días, se inauguraba en el Parque de las Naciones, de Oberá, un stand de los guaraníes y para Okulovich fue una ocasión maravillosa, porque vinieron referentes de toda la provincia. De otra manera, nunca podría reunir a tantos. Aprovechó para hacer las entrevistas y encuestas, con vistas a la tesis. Elaboró una entrevista estructurada, que terminó tirando porque no sirvió de nada. “Cuando comencé a hablar con ellos, la cosa fue por otro lado. Empezaban a decirme cosas que no se me ocurrió preguntar en el cuestionario. Trataba de recoger todo lo que podía. Les conté lo que estaba haciendo, que era una investigación. Ellos se sintieron mal y me aseguraron que estaban cansados de investigación, que los investigadores vinieran, los miraran, observaran, preguntaran, que, a veces se instalaran en su comunidad y no vuelvan jamás. Les dije que yo iba a hacer al revés: sinceramente quiero hacer lo que ustedes quieren que haga. Piensen que voy a ser la voz que ustedes quisieran tener, o lo que no se animan a decir porque tienen miedo, porque no se quieren pelear con los blancos, algo que a ustedes les duela y les molesta mucho, qué es lo que a ustedes no les cierra todavía”, le propuso la doctora.
En su contribución con Oberá, Okulovich levantó el monumento a los inmigrantes y emigrantes suecos en Villa Svea, que fue el primer espacio donde se radicaron. “Trabajé a mil porque estábamos a contrarreloj y tuve que hacerlo en menos de 90 días. Terminamos de instalar bajo la lluvia esa obra que hice con la ayuda y la dirección técnica de Arturo Gastaldo, una persona absolutamente generosa. Quería hacer un mural chiquito y él me dijo: ‘Por favor, usted tiene la oportunidad de hacer lo que sabe hacer’. Y me dio medio kilo de barro para que hiciera el boceto”.
Uno de los mayores, que tenía formación universitaria sin terminar, le respondió: “aprecio mucho las monjas porque ellas fueron las que me enseñaron a leer y a escribir, pero cuando vienen a la comunidad, saludan e invitan a rezar porque hay que creer en Dios. Agachamos la cabeza y nos reímos para adentro porque creemos en Dios”. Según Okulovich, “ahí viene, lo no dicho, lo que no está comprendido. Cuando comienzo mi investigación descubro al padre Bartolomé Meliá, que habla sobre la espiritualidad de los guaraníes, fue el primero que reconoce que, cómo puede ser que los monjes teniendo tanta formación teológica de primera, no hayan reconocido la espiritualidad de los guaraníes”.
¿Qué significa el arte para ustedes?, le preguntó en una entrevista. “¿Arte?, no existe esa palabra en nuestro vocabulario. Eso es de ustedes. Le dije, voy a explicar lo que para nosotros es el arte, a ver si pueden identificar algo de lo que hagan parecido con lo que nosotros hacemos, para ver si había algún hilo en común entre el sentimiento vinculado con el arte.
Le expliqué lo que significaba para mí, la emoción que tenía, que hay distintos tipos de arte, distintas formas de trabajar con el arte. Expliqué todo lo que podía explicar desde mi conocimiento. Me contestó: así como ustedes escriben, nosotros hacemos arte. Me contaban de los rituales, de las costumbres, de las tradiciones. Le dije: todo lo que me contaste hasta ahora, que traté de registrar grabando, ¿me podés hacer en tallas, por ejemplo?. Si, claro, me dijo. ¿Lo que me contaste hoy sobre los rituales, la ceremonia de Ñemongarai, todas estas cosas?. Sí. Y ¿cuánto tiempo te llevaría hacer las tallas chiquitas?. En 15 días por ahí. Me quedé maravillada”, rememoró.
Para ese entonces, la autora ya había leído mucha teoría de todo tipo: Eduardo Viveiros de Castro, Claude Lévi-Straus, Mircea Eliade, Paul Clastrés, Miguel Bartolomé, Suznik, Meliá, entre otros muchos que estaban trabajando con pueblos originarios de Sudamérica. Fundamentalmente Viveros de Castro, de Brasil, “que incorpora teoría interesantísima, metafísica, para entender la cuestión de los guaraníes. Entendí un montón de cosas, que había todo un problemón, que yo iba con teoría occidental, con concepto de arte, con concepto de educación, de aprendizaje y todo eso no existe tal como nosotros estamos acostumbrados”.
Al mencionar la palabra educación, le decían: “eso es de ustedes. Nosotros no enseñamos a nadie. Los niños aprenden al nuestro lado, si quieren hacerlo. Cuando nacen, un poco más tarde, cuando se les da el nombre, en ese momento Dios le da los dones y sus adornos (la creatividad, la capacidad de sobrellevar su propia vida, con su propio cuerpo, salir adelante sin que nadie le diga. Un concepto de libertad plena con reglas profundamente espirituales”. Cuando le preguntaba “¿cómo es tu Dios? Dios es abstracto. Me empezó a contar cómo es la cuestión, cómo se crea la tierra. Y todo lo que me contaba coincidía con material que yo había conseguido, que está en la Universidad de San Pablo, sobre el origen de los mitos y de la creación del universo de los aborígenes de los pueblos amazónicos y coincide, absolutamente. A medida que fui leyendo a uno y otro autor, coinciden en el eje, que Dios es abstracto”, aseveró la docente.
Okulovich comenzó el trabajo en 2005 y defendió su tesis en 2013. Fue todo un proceso, pero, además, “un proceso interno el darme cuenta que había tenido invisibilizado eso que venía la señora a venderme la canastita a la puerta de casa, y yo la atendía, le daba ropa, le regalaba y a la semana venía de vuelta. Pero si te di la semana pasada, le decía. Sí, pero la repartí. Ahí comencé a entender cuál era su modo. Ellos comparten todo. Y en los tiempos anteriores ellos consumían lo que cazaban. Todo el relato de cómo se consumía, cómo se cazaba, los rituales de la casa, la antropofagia, que existió como incorporación del otro y de lo más valioso y de lo más sagrado y también del enemigo, porque ese enemigo tenía tantas cosas que ellos no entendían, no sabían de dónde venía, entonces lo querían incorporar para ser tan poderosos y tan fuertes como él”.
Defender la tesis en España
Aseguró que preparó la defensa de su tesis con esmero, “como todo lo que siempre hice en mi vida. La tomé como si fuera una asignatura aparte. Me compré libros sobre cómo defender una tesis doctoral. Los leí y descubrí todas las mañas y los intríngulis que tienen los docentes, los alumnos, los parientes. Lo esencial de una tesis doctoral estricta es presentar la teoría y la metodología, que es lo fundamental, y la prueba, la hipótesis y la tesis. Hay que describir la metodología y los libros consultados para ver si la metodología que uno utilizó, corresponde con lo que se trabajó y si es veraz”. Llevó todo armado, organizado, y estuvo cuatro horas explicando todo lo que había hecho al director de tesis que, finalmente, dijo: “muy bien, Eva, aprobaste. Ya no pienses en nada. Ahora ve a tu a tu hotel y elabora otra defensa. Eso fue también como un regalo para mí porque cuando hacía ese trabajo decía, pero ¿qué contradicción?, hacer un doctorado en el mundo del arte y tener la cabeza llena de metodología, de teorías y cosas. Tuve que estudiar antropología, psicología, mitología. No tenía ánimo ni para hacer una florcita”.
Cuestionaba porque “esto, en vez de transformarme en una artista más experta y bella que antes, me consumió. A ese director lo había elegido porque escribía sus libros como un poeta. Este hombre me escuchó y me dijo: ahora vas a hacer tu defensa, lo que no está escrito, lo que sentís en el fondo de tu corazón, lo que tu cabeza te permite hilvanar, lo pones ese escrito. Después me lo traes y lo vamos a leer”, describió Eva, que se encerró en su habitación para realizar el encargo con gran dedicación.
Para ese escrito, volvió el recuerdo de su abuela materna y su triste historia al llegar a estas tierras. Como el día de tormenta en que cayó sobre ella y sus tres niños, la choza que habían levantado con su esposo, que había ido a pie hasta Apóstoles para buscar una vaca, porque se morían de hambre. “Muchas veces leí que el dolor del hambre en la panza es terrible, es como un puñal. Ellos con su cultura tan distinta se arrimaron a los fogones de los guaraníes a ver qué cocinaban, cómo vivían. Así aprendieron a comer mandioca hervida, calentaba a las brasas, maíz. Salvaron la vida con lo que esa gente le dio generosamente, a pesar que mi abuelo se instaló en sus tierras”, expresó.
El primer encuentro sobre el que contaba su abuela fue cuando, al venir de Buenos Aires, el guía los dejó en Oberá y a caballo los llevaron a Los Helechos. Le indicó que le quedan unos 500 metros para llegar hasta el vecino, que hablaba su idioma, con el que iba a compartir los quehaceres. “Dejé atado con chala todo el trillo por donde usted tiene que ir, así que no se va a perder, no tenga miedo. Mi abuelo, mi abuela, mamá (6) y sus dos hermanos de 4 y 2 años, empezaron a caminar a la siesta. De repente vieron unos ojos detrás de unos árboles y una cabecita que se agachaba y volvía a aparecer. Se asustaron tanto porque tenían el relato de que los indígenas eran caníbales. Empezaron a temblar de miedo y el abuelo sugirió que se agacharan. Vamos a esperar, a lo mejor se van o vienen a buscarnos, porque ya nos ubicaron. Estuvieron agachados durante mucho tiempo. Cuando el abuelo se levantaba, aparecía y se volvía a agachar. El sol comenzaba a bajar por lo que decidieron seguir caminando porque se iba a poner la noche y no podrían ver la chala. Se levantaron, se largaron a caminar y no les pasó nada. Después les tuvieron que preguntar cómo hacer la choza, cómo cocinar, cómo comer, cómo sobrevivir”, narró.
Todo ese peregrinar se vio reflejado en su tesis, que fue aprobada con creces. Era viernes. “Hice un regalito a cada uno y salimos a festejamos. El lunes, cuando fui a retirar mis papeles y el secretario administrativo me dice ¿qué nota sacó? La verdad, no sé. Me dijeron aprobado, y quedé pensando. Pero ¿no me diga que usted no sabe qué nota sacó? No le digo, me asusté, pensé que desaprobé. ¡Usted sacó Cum Laude! que significa que los cinco miembros del jurado -de distintos lugares de España- coincidieron en poner la máxima nota”, celebró.
Etnoplasticología
Publicó un libro, pero, además, está casi terminado el de tallas y el de etnoplasticología, que es el método que descubrió la doctora. Es que “cuando haces una tesis doctoral tienes que aportar a la teoría del campo en que te sitúas y como ese doctorado era en metodología de investigación en el ámbito de las artes, mi aporte desde el conocimiento debe ser algo nuevo para la investigación en arte. Lo novedoso de mi trabajo fue esto que nombré etnoplásticología, un trabajo en contextos no convencionales, con un grupo cultural específico”. No podía usar la palabra arte porque “el estudio fue realizado a partir de la expresión plástica autoetnográfica, realizada por los propios autores de sus obras. La sabiduría en relación con ese arte deviene del propio artista. Hice un trabajo antropológico de escuchar al otro, y para escuchar al otro tuve que meterme en un montón de cuestiones y descubrir -para mí- que hay toda una cuestión ontológica que está en juego al comenzar un trabajo creativo o investigativo. Lo ontológico tiene que ver con responder a las preguntas: ¿quién soy yo? ¿quién es el otro? ¿Qué piensa ese otro que es?. Así es como empecé́ a escuchar ontológicamente qué es Dios, qué es la persona, para los guaraní. Para ellos aparece más o menos a los dos años, cuando reciben el nombre. Antes, es un núcleo corporal y espiritual unido a la madre. El ser comienza cuando aparece el nombre, la palabra, el valor de la palabra que aún muchos de ellos conservan”, explicó. Esta cuestión ontológica define la gnoseología: cómo se conoce, con qué herramientas conozco. “Conozco desde el lugar donde estoy, desde mi historia, desde lo que soy, desde lo que creo que es Dios, qué es la mujer, qué es el hombre, qué es qué cosa. Desde ahí́ estoy hablando. Cuando se hace una investigación de tipo etnográfico, lo que se tiene que hacer es aclarar, constantemente, dónde uno está parado y como uno está viendo al otro, qué cosas estoy viendo desde mi cultura occidental y qué cosas de mi trabajo devienen de la cultura guaraní”, añadió́, quien continúa en contacto con los aborígenes a través del Club de Leones El Talar, de Buenos Aires, del que es miembro.
La idea del museo
Cuando fue a España, llevó consigo las pequeñas tallas confeccionadas por miembros de la comunidad mbya guaraní. “Mostré todo lo que hicieron los guaraníes y lo que contaron a través de sus tallas, y quedaron maravillados. Cuando vuelvo, pregunto a uno de los autores, si se animaba a hacer tallas en tamaño natural”, que, mientras tanto, atesora en su casa. A su entender, en ningún museo del país existen tallas o piezas hechas por los propios pueblos originarios cuando “tenemos pueblos originarios de verdad, que todavía saben hacer todas sus cosas, tienen su cultura, tienen memoria. Como ellos tenían una cultura oral, todo está en la memoria de los más ancianos que, además de hacer tallas, cada una con su significado, te lo cuentan todo”, lamentó.
Al referirse a la posibilidad de un espacio adecuado, indicó que “parece retrógrado hablar de museo cuando ahora se plantea salir con las pintadas a la calle, el arte urbano, las intervenciones, que son bienvenidas para que todo el mundo se pueda expresar. Pero acá la situación amerita, hay un problema de invisibilización que se puede resolver a través del arte y de las tecnologías del arte. El arte permitió que ellos me hablaran, que me dijeran lo que tienen dentro. No es Eva la que está contando lo que pasa en esas tallas, son ellos. No hay interferencia, no hay interpretación, equivocación en la interpretación. Son ellos los que están narrando, y existe el relato oral para expresar y contar al visitante que significa cada una de esas cosas. Digo, no los conocíamos, no los conocemos, cada vez que queremos colaborar -como me pasaba- hacemos daño. Queremos hacer algo y ellos piensan de otra forma, conciben que todo tiene alma, la planta, el árbol, los animales, igual que ellos. Lo único que difiere es la corporalidad, es la materia, es cómo se organizó la materia”.
Dicen que, “como ser humano, tengo la protección de Dios y así como yo tengo la protección de Dios, cada uno de esos seres vivos tienen sus protectores. Por eso piden permiso a la planta para sacar una ramita, piden permiso a Dios para cazar, cosa que la cultura occidental le fue recortando porque ahora cazan un pájaro y lo venden -si el blanco hace eso, yo me quiero parecer al blanco, el blanco vive mejor entonces yo estoy equivocado-. Es ahí donde entra en crisis, la identidad y los valores propios de la cultura que nosotros ahora estamos desesperados por recuperar. Cómo hacemos para entrar en comunión con lo que nos rodea, con la naturaleza, que tanto bien nos hace. Vamos a todos los cursos de depresión, pero lo que te cura la depresión es abrazar a un árbol, pisar descalzo la tierra, sin tomar una pastilla. Y eso no se enseñó jamás”.
Okulovich entró a su mundo “desde ese lugar de poder hablar por ellos y por eso quería organizar un museo para que el mundo sepa quiénes son todavía, lo que fueron, lo que piensan, lo que sienten, a través de un museo etnográfico etnoplasticológico, porque a través del estudio de la plástica de ellos se relata con veracidad y autenticidad la cultura. Son ellos los relatores. Como investigadora ejerzo la intermediación y/o traducción. Si existe alguna duda, está la posibilidad de ir y conversar con algún paisano mayor que pueda contar, lo que le mostraron en el museo”.
Entiende que la idea de museo “es asumida como antigua, y relacionada con lo antiguo, con cosas estáticas que no se usan más. Ahora se usa la imagen interactiva, pero en este caso viene de película un museo al que se pueda incorporar cosas vivenciales para que se transforme en algo bello y actual, porque ellos tienen su música, se puede incorporar sonido, iluminación, un montón de cosas. Eso necesita una inversión importante que no la tengo. Sobre este tema todavía hay mucho para contar”.