Un poco para reconocer el gran esfuerzo, sacrificio y empuje de los primeros pobladores, y otro tanto para tratar de armar el gran rompecabezas de esta rica historia, con todos los matices, la exdocente e investigadora Norma Liliana Vicente, buscó plasmar en su libro “Sangre Federal, historias de mi pueblo” los documentos, testimonios orales y fotográficos de la pujanza de este municipio, que cobró vida con la llegada del ferrocarril.
Norma Vicente creció escuchando los relatos de la boca de su mamá, Lidivina Rita Ramona “Muñeca” Corti, que era la nuera de los inmigrantes españoles Bernardo Vicente Polo y Genara Hernández, que fueron los primeros en asentarse en la zona allá por 1911. Poco a poco comenzaron a venir familias desde Posadas y de Corrientes para poblar el lugar que primero se llamó Rincón del Pindapoy; luego, Tierras de Rudecindo Roca; más tarde, Estación Garupá, Villa Garupá, hasta quedar finalmente como Garupá que significa “refugio de canoas” o “lecho de canoas”.
En una investigación sobre la historia de Garupá que tenía que realizar junto a los entonces alumnos de la Escuela 57, se propuso juntar todo el material, empezar a ordenar y a redactar, “teniendo en cuenta que mis familiares se iban poniendo grandes, y después no tendríamos a quien recurrir en busca de datos certeros. Hice un resumen con los datos fehacientes que pude obtener, aunque en algunas cuestionen persisten ciertas dudas o controversias porque ya no hay manera de contrastar”.
Contó que las tierras sobre las que se levanta el pueblo, pertenecían a Rudecindo Roca -el casco de la estancia y el campo con ganado, se ubicaría a pocos metros de donde reside la autora- pero en el título de propiedad que ella posee también se menciona a Celedonio Roca. “Quería saber quién era, entonces seguí investigando y supe que era el hijo mayor del primer gobernador del Territorio Nacional de Misiones, de los ocho nacidos y bautizados en Posadas, producto de su casamiento con una correntina”, dijo, y observó que existe la duda respecto a quién hizo la divisoria de los lotes de las veinte manzanas –entre 1916 y 1917-. “¿Fue el propio Rudecindo Roca o Rafael Díaz?, que fue quien después adquirió las extensas propiedades. Finalmente supe que fue Carlos Shaw, que era yerno de Roca”.
Doña Juliana, la hija del pionero, fue una de las primeras alumnas de la Escuela 57, fundada en 1914, y tenía en su casa el único teléfono Nº5, para el servicio del pueblo, que se llamaba con operadora. Lo atendía a cualquier hora y, en caso de urgencia o de recibir llamadas de larga distancia, iba a avisar a las casas.
Según lo que pudo reconstruir la autora, Díaz tenía un hijo que estudiaba para ingeniero agrónomo, y en la Facultad se conoció con el hijo de Vittorio Vicenzo Giuseppe Mutinelli –conocido como Don Víctor-. Este último comentó que con su papá tenían ganas de comprar tierras en Misiones porque querían incursionar en un sistema de plantación de yerba mate, a lo que el hijo de Díaz acotó que su papá tenía parcelas disponibles. Fue así que Mutinelli compró las tierras y Díaz le habría indicado los terrenos que debían emplearse para la plaza San Martín y para el cementerio municipal.
Luego, Mutinelli donó las tierras para el matadero municipal, para la Municipalidad, para el Balneario Parque Municipal. “Fue alguien que hizo mucho por el pueblo. Por ejemplo, la citrícola donde se elaboraban los jugos de fruta concentrados, empleando a mucha gente de Garupá. Así como la estación daba empleo, las industrias de los alrededores también. El agua para la citrícola se traía desde una toma de agua sobre el arroyo Pindapoy, una zona con historia”.
Victorino Mutinelli, hijo de Víctor, hizo a máquina una descripción de cómo se fue dando la venta de tierras en Garupá, pasando por Roca, Díaz, Mutinelli, hasta pasar a los propietarios actuales.
Cuando Bernardo Vicente Polo adquirió unas parcelas céntricas, construyó un rancho, luego sus hijos levantaron una nueva casa que aún se conserva. “Mi abuelo y mis tíos trabajaron en torno a la estación de trenes porque todo pasaba por ahí. El abuelo era el encargado de la CRYM y tenía obreros a cargo. Mi tía Juliana se encargaba del correo. Mi papá, José, traía frutas desde el interior. En el frente de la vivienda tenían su espacio para recepcionar, lavar y poner en los cajones –aún existe un pequeño galpón que se utilizaba para madurar la fruta-, luego embarcar y mandar a Buenos Aires. En esa casa también estaba la primera fábrica de soda y de gaseosa bolita (sabor granadina). Después papá fue inspector de ferrocarril cuando venían los trenes de pasajeros”, recordó la hermana de José Oscar, Cristina Graciela y Rita Edith.
Agregó que su tía Juliana “tuvo la primera arrocera, ya que la zona se prestaba porque había mucho bañado en la orilla del Pindapoy”, y formó parte de todas las comisiones existentes. Entre ellas, para levantar la capilla María Auxiliadora que se inauguró en 1935 y fue bendecida por el obispo de Corrientes, ya que pertenecía a esa Diócesis. La imagen de María Auxiliadora fue donada por Mutinelli. Además, hay una imagen de San José, que la misma familia la había llevado a la citrícola para protección de los trabajadores. Cuando se cerró la fábrica, se entregó a esta vecina y ella la depositó en la capilla.
Cuando terminó la actividad en el establecimiento yerbatero de Pedro Núñez, muchos se afincaron en el denominado barrio Nuevo, después de las vías. Son hijos o nietos de los empleados de la yerbatera. “Esas mismas personas trabajaron después en las industrias del municipio, empacando frutas, envasando, estaba el galpón de la Tungoil donde se guardaba el aceite de tung para enviar por tren”, indicó.
A raíz de la escasez de recursos humanos, Bernardo necesitó el apoyo de toda la familia, cuando se creó la Estafeta Postal, cuyo dueño era un hombre que residía en Corrientes. La oficina se instaló en su domicilio y allí recibían y embarcaban las correspondencias haciendo de carteros los hijos mayores. Por las noches esperaban el tren para recibir y despachar. Las cartas se llevaban hasta Candelaria de a caballo y al establecimiento “El aguacerito”, del Dr. Álvaro Lafuente, donde el 26 de febrero de 1941 nació el acordeonista, autor y compositor, Carlos Talavera. Con lluvia o frío, las cartas siempre llegaban a destino. Cuando Bernardo Vicente Polo había loteado los terrenos de cien por cien, y habían aumentado las familias, Juliana, su hija mayor, se casó con Benigno Cardozo, oriundo de La Cruz, Corrientes, que prestaba servicios en la estación del ferrocarril de Garupá. Fue un exitoso deportista e integró el equipo de primera del Club Bartolomé Mitre y del Club Tokio, de Posadas, entre otros.
En primera persona
De acuerdo al testimonio de Doña Juliana Vicente Polo de Cardozo (ya fallecida), en 1906, sus padres Bernardo Vicente Polo, español procedente de Salamanca, provincia de León, y su esposa Genara Hernández, desembarcaron en el puerto de Buenos Aires junto a otros familiares. Llegaron a Posadas en un barco que venía desde Corrientes y que los dejó a orillas del Paraná, cerca del Tiro Federal donde vivieron en una chacra y donde, en 1910, nació Juliana (madre de Benigno, que también fue intendente de Garupá). Luego, para probar suerte, se trasladaron a la zona rural de Colonias Unidas, Paraguay, donde el hombre realizaba tareas agropecuarias mientras su esposa traía a vender los productos a Posadas, desempeñándose como pasera o Villena.
Al regresar del vecino país, tomaron una carreta y, al llegar a Garupá, se instalaron en el campo del paisano español Rafael Díaz, quien era propietario de grandes mueblerías en Capital Federal. En Misiones era dueño de tierras con grandes extensiones de campos y montes. Según su hija, Bernardo Vicente Polo construyó con sus propias manos el ranchito con paredes de barro y pasto y techo de paja. Allí llegaron al mundo sus otros hijos: Bernardo, María, Clemencia, Isidoro, Rosalía, José y Tita. Como Díaz ofreció a Bernardo Vicente Polo la administración de este lugar que tenía un futuro progresista gracias a la inminente llegada del tren, se instaló con su familia, constituyéndose así en el primer vecino y habitante. Dicen que la zona era desierta, pero hermosa. Gracias a su gestión en 1911 se trajo un destacamento policial, y se incorporó el Registro Civil y Juzgado de Paz, que estaba en Miguel Lanús.
Garupá fijó como día de la fundación el 12 de junio de 1945, fecha de la municipalización. Sin embargo, Vicente propuso que fuera que el primero de mayo de 1911, que fue cuando el tren llegó a la Estación de manera no oficial. Junto a esa iniciativa presentó una justificación, que es el texto que le envió por fax un referente de Ferrocarriles Argentinos de Buenos Aires. Se trata de un extracto de un libro en inglés, propiedad de la firma, donde se sostiene que debía ser esa fecha.
Solamente estaban las vías ferroviarias y la construcción de los galpones que servirían para la carga de mercaderías del interior del entonces Territorio Nacional. Los obreros venían desde Corrientes para realizar los trabajos. La estación se inauguró recién en 1912, y ocasionó un intenso movimiento en el pueblo. El recién llegado fue designado como primer encargado del Mercado Consignatario de la Yerba Mate (CRYM) para el embarque de todos los productos misioneros tales como yerba, madera, citrus, y posterior envío a Buenos Aires.
El edificio principal de la estación respondía a una línea arquitectónica de origen inglés. En Misiones el diseño estuvo a cargo del arquitecto Hugo Gancedo Castrilló, y lo construyó la empresa Vedetti Hermanos. El primer jefe de estación fue Cándido Franco. También ocuparon ese cargo Victoriano Miño, Martínez, Marcuzan, Sosa, Barbar y Esquivel, entre otros tantos que quedaron grabados en el recuerdo de los ferroviarios. El resto del personal se repartía entre auxiliares, cambistas, telegrafistas, encargados de depósitos, encargados de encomiendas recibidas y de encomiendas despachadas, guardahilos y peones. Al culminar el asfaltado de las rutas 12 y 14, el automóvil fue más veloz que el tren: los productos fueron trasladados en camiones, y los viajeros, en ómnibus. La estación Garupá fue perdiendo su actividad, se cerraron los galpones de acopio y la peonada perdió su empleo. El tren de pasajeros se mantuvo hasta 1991.
Norma Vicente rememoró que durante la actividad docente fue descubriendo cosas sobre la historia del pueblo “que me encantaron, las transmití a mis alumnos e hicimos muchos trabajos juntos”. Con su asesoramiento y a través de un trabajo elaborado por los estudiantes del municipio, se planteó la esperanza “de volver al tren de pasajeros” en dos ferias nacionales de ciencias (Entre Ríos y Ushuaia). “Unos cinco años estuvimos con ese tema, en momentos que existía el Polimodal. Pedíamos que regrese el tren de pasajeros. Se apasionaron y no olvidan esa instancia. Hacíamos encuestas, se sacaban fotos, justificamos el porqué del pedido (tema económico, abaratamiento de costos). También hicimos un trabajo sobre la música Mbyá Guaraní”, contó. En las primeras horas del 27 de septiembre de 2003 el pueblo de Garupá volvió a ser testigo de la llegada del tren de pasajeros, pintado de celeste y blanco, tras diez años de ansiosa espera. Después de un tiempo esa ilusión se volvió a diluir en el tiempo.
Visión turística
Al turismo lo practicaban quienes tenían solvencia económica y espíritu aventurero. Miguel Esquivel, odontólogo y nieto de Bernardo, fue designado interventor a fines de 1960 y principios de 1970. Durante su gestión tuvo una visión futurista porque plasmó en este proyecto el modelo de turismo que más tarde se extendería al plano provincial. Fue así que en 1968 inauguró el Balneario Parque en el recodo del arroyo Garupá, cuando en la provincia todavía no se explotaban los camping y arroyos. Contaba con bicicletas acuáticas que surcaban el arroyo de aguas claras y limpias, muelle, una lancha de pasajeros que, a la vez, era remolcada por otra de mayor capacidad y que recorría todo el curso del arroyo. En lo alto del terraplén, justo donde empezaba el puente viejo, había una confitería de forma circular, con balcones hacia las aguas. El terraplén tenía jardines en toda su caída, escalinatas, paseos con glorietas cubiertos de glicinas, bancos, una playa con arena, quinchos, parrillas, sanitarios, agua corriente, lugar para camping, y la vedette era un trencito de trocha angosta que recorría el predio de la cancha de fútbol, con vagones abiertos, techos de loneta, que pasaba por un túnel. Para las fiestas de Fin de Año, alguien de la familia tenía que ir de madrugada para conseguir un quincho.
Además, existía un proyecto de zoológico. Una balsa hacía de escenario flotante, de festivales a la luz de la luna.
En la década del 70, Esquivel bregó por una mejor calidad de vida del pueblo, y gestionó el tendido de energía eléctrica y la red de agua corriente. Durante su gestión se inauguró la plazoleta Andrés Guacurarí, en un espacio ubicado entre la ruta 12 y el acceso al pueblo. El 13 de mayo de 1973 se instaló el monumento al comandante general de Misiones. La obra fue realizada con el generoso aporte del gobierno de Cesar Napoleón Ayrault; del capitán retirado Hugo Montiel y del brigadier mayor retirado Ángel Vicente Rossi.
La autora del libro “Sangre Federal, historias de mi pueblo” siente orgullo por el protagonismo que tuvo su familia en el nacimiento de este pueblo, pero lamenta “que no hayan sido debidamente reconocidos. Eran y somos personas humildes, trabajadoras, que estudiamos, pero llevamos en la sangre el empuje, el coraje del emprendedurismo, de hacer las cosas sin pedir nada a cambio. Hasta el día del hoy mis sobrinos siguen poniendo el hombro en la capilla, por ejemplo. Donde se puede colaborar, se colabora”.
En 1994 se colocó el monumento recordatorio a los caídos en Margarita Belén (Chaco) durante la dictadura militar y el 10 de junio de 1992, la plazoleta fue testigo del primer izamiento de la bandera de Misiones. Todos los años se celebraba el natalicio del héroe misionero con un festival de dos días, en el que participaban artistas de renombre.
En esa época, las casas de las familias eran el espacio propicio para bailes y reuniones sociales. Las luces de los faroles a kerosene permitían la diversión hasta altas horas de la noche. También las fiestas patronales eran motivo de reunión de los antiguos pobladores que, en honor a María Auxiliadora, se congregaban en misa y procesión, portando la imagen de la virgen. La fiesta del 24 de mayo cerraba con un gran baile en los galpones de la Estación. Carlos Talavera en su tema “A mi Garupá”, recuerda esos bailes: “Los bailes de gala allá en la estación, ardiente de amor salía la gente. Qué lindo es Misiones en mi Garupá”.
La pujanza
En sus comienzos Garupá era fundamentalmente agrícola y ganadera. Luego llegaría Pedro Núñez, Barthe, Urquiza Anchorena, entre otros, que se dedicaron al cultivo de la yerba mate y de arroz. El establecimiento de la familia Núñez, con 1125 hectáreas, se convirtió en un enorme complejo industrial. Contaba con su propio tren de trocha angosta que traía la leña desde el monte a fin de ser utilizada en el secadero de yerba, y empalmaba con las vías del ferrocarril. La primera locomotora fue una Decouville con motor a explosión y fue manejada por Hilarión Villalba y por Roque Galeano. En el lugar también desarrolló otras actividades como cría de ganado, plantación de avena, arroz, te, tung y forestaciones de pino y eucaliptus. Preparó su propio vivero de yerba mate e hizo crecer los plantines al sol, derribando el mito que solo crecía bajo la sombra de los árboles. En Santa Inés, llamada así en honor a la hija de Núñez, funcionaba la Escuela 627, que comenzó a dictar clases en 1921, con el nombre de Escuela Infantil Mixta 92. Abrió sus puertas en una casa cedida por la familia Núñez, ubicada en terrenos de su establecimiento. Su primera directora fue Ramona Álvarez, y se inició con 40 inscriptos, en su mayoría hijos de los trabajadores de la estancia. Según la directora Ana Ríos de Corti (1922-1930), quien era abuela materna de la autora del libro, el fracaso escolar se debía a que los niños eran hijos de trabajadores nómades, que, al terminar la cosecha en el yerbal, se trasladaban a otros lugares en busca de mejor trabajo. En esa misma escuela, la docente conoció a Pablo Corti -el abuelo-, que tuvo el primer colectivo de Garupá. Transportaba a los hijos de familias adineradas hasta la Escuela 1 “Félix de Azara”, de Posadas, y en la plaza San Martín era el lugar de estacionamiento. La familia Mutinelli también tenía ganado y yerbales, allá por 1942, y Carlos Enrique se inició con una arrocera emplazada al costado del camino que llevaba al balneario.
El cultivo de arroz fue muy importante. La producción llegó a 12.200 toneladas en el año 1947, y se extendía a orillas del arroyo Pindapoy. Ya en 1904 existía la Compañía Arrocera Misionense, ubicada en inmediaciones del ex hipódromo. En 1915, Leopoldo Lanús, representó a Garupá en San Francisco, Estados Unidos, para hacer conocer los productos de campo que se obtenían en esta zona. Los productos de granja también fueron importantes, y se ocupaban carros y sulkys para su distribución en Posadas. Los Gidura y los Burak, ambos de origen ucraniano, fueron vendedores de productos de la huerta y lácteos por muchos años. Lo hacían en el pueblo mientras la edad y la salud le permitieron. También existió una lechería que era atendida por el recordado “Juancito” Bosch, en el barrio Nuevo, cerca de los campos de los Mutinelli.
El auge de los comercios
En 1928 se instalan las oficinas del Mercado Consignatario de Yerba Mate, el despacho de esa entidad tenía como jefe a Don Vicente Polo y tenía por función enviar por tren la producción de Ilex paraguariensis.
Los comercios comenzaron a abrir sus puertas tímidamente. Como es el caso del almacén de Don Luis Martín, que era también carnicería; y el de Don Marcelino Benítez, que estaba ubicado sobre la ruta 12 y atendía a todos los empleados de las empresas de la zona. Ambos eran pioneros. Al lado de la Escuela 57 estaba la tienda de Bernatán, también primero en ese rubro comercial. En 1933, alquiló el local de la familia Corti, en San Martín y Rivadavia, el italiano Calvosa, a fin de instalar una farmacia y, en la vereda, un surtidor de combustible, primero en esta actividad económica. Luego, Marcelino Benítez, también instaló un surtidor.
Don Esquivel, casado con María Vicente, hija de Don Bernardo, instaló en su casa, frente a la estación, un almacén de ramos generales. En ese mismo lugar existió El Porvenir, de Bernardo Vicente hijo, que comprendía la venta de chapas. Durante muchos años fueron unos de los únicos lugares donde los habitantes podían surtirse. Nunca se podrá olvidar al almacén de Don “Polí” Godoy, en la esquina de San Martín y 9 de Julio, siempre acompañado de su compañera, Doña Hortensia. También el pequeño local de Doña Dora, que estaba a un costado de la avenida 9 de Julio, cortando la San Martín, donde funcionaba la terminal de ómnibus. Es necesario mencionar la carnicería de Don “Tono” Alegre; y la zapatería que funcionaba en la casa de los Bogado, que estaba en el espacio en el que posteriormente se abrió la calle San Martín. También el almacén de Don Gregorio Torres, cuyo edificio de plantas está emplazado en la esquina de Belgrano y San Martín. En la zona de la Estación también estaba la pensión y comedor de los Jasaja, luego de Hugo Heras. Luego su hijo continuó con la tradición, vendiendo pasajes para viajar en tren, y atendiendo a los pasajeros que iban o venían.
Un párrafo aparte merecen los Montero, que eran panaderos de sangre. El de Villa Longa que por muchos años abasteció de pan al pueblo. Continuó su hijo que, siendo más moderno, instaló su panadería en un local grande del balneario. También Don Gómez, del barrio Balneario, que, con su carro, como sacado de una postal, llevaba el pan casa por casa. Luego se fueron instalando varias industrias, como los aserraderos, mueblerías y olerías. En la década del 40 realizaba sus trabajos el fotógrafo Francisco Prometeo Corti, a lo que luego se sumaron los hermanos Carlos y Juan Alberto Vicente.
Mucho por hacer
Norma Vicente, que realiza el curso sobre Patrimonio Arquitectónico Argentino observó que quienes podían aportar muchos datos “era gente muy sufrida, que no quería contar mucho de sí. Aún quedan muchas historias sueltas que los descendientes me vienen a contar y yo les aconsejo que escriban, que plasmen en un papel porque de lo contrario se van a perder”. Aclaró que el prólogo del libro y las dedicatorias, son un homenaje a todas las familias que habitaron el pueblo. “Si bien cuento las vivencias de una, la mía, pero con similares características a todos los inmigrantes”.