Sentado sobre un banco de cemento a orillas del Paraná, Antonio Derlis “Tochi” Rivero (63) rememora viejos tiempos y anhela ver nuevamente en movimiento a “Mirlo”, una embarcación amarrada en las inmediaciones del puerto de Corpus, de la que es propietario en un 50%.
Nacido en Posadas, tomó contacto con la balsa gracias a Lucio Vargas, su suegro, un amante del río como pocos, que falleció hace diez años.
Contó que la balsa fue comprada en Buenos Aires, en 1984, al Astillero Carrara Saici, de la localidad bonaerense de Tigre, donde funcionaba como un barco leñero. “Se la trajo y se terminó de armar en este lugar porque no tenía piso, justamente por las tareas que realizaba. Fue un prefecto quien ingresó a la sociedad para traer la embarcación hasta acá, poner el piso y ultimar los detalles”, manifestó quien buena parte de su vida se dedicó a la construcción.
Una vez que se puso en funcionamiento, Vargas se puso a trabajar en el transporte de vehículos y de personas. “Cuando mi suegro se enfermó, dejé mi rubro y vine como ayudante porque yo había cumplido 55 años y había iniciado los trámites para acogerme a los beneficios de la jubilación. Cuando falleció, seguí con la administración de la embarcación, aunque no entendía mucho porque la parte marítima es muy complicada. Pero los referentes de Prefectura Naval me decían que este era el único barco en la zona que estaba en condiciones de seguir navegando. El Mirlo era un ejemplo porque Vargas le hacía el mantenimiento necesario en tiempo y forma”, comentó.
Entonces, cuando tenía alguna inquietud, “pedía que me asesoren y no tenían problemas en hacerlo. Yo siempre preguntaba cómo se comportaba mi suegro ante determinada situación, con los pagos, por ejemplo. Y me decían, él pagaba por el año, cuando en realidad lo podía hacer en cuotas. Fue entonces que seguí haciendo tal como él hacía. Y comencé a tramitar para que se inscriba la parte que correspondía a Vargas, a mi nombre”, agregó.
Acotó que se siguió trabajando un tiempo y que luego, la embarcación “quedó abandonada. Ahora, tras numerosos trámites, el Juzgado me la entregó para que hiciera todos los arreglos necesarios a fin de poder ponerla, nuevamente, en actividad. Es una lástima verla así. Hace un tiempo pude sacarla del agua para poder trabajar en ella sobre tierra firme. Tengo que levantar el casco para pintar toda la parte de abajo y de arriba, arreglar el motor, es decir, dejar todo en condiciones”.
Hace tres años Rivero había contratado los servicios de un ingeniero naval que vino a realizar las inspecciones y manifestó que, efectivamente, está en condiciones, que hay fierro para 30 o 40 años más. Entonces, “lo más necesario es realizar trabajos de pintura, de electricidad, hacer motor, caja y el equipo de salvamento y, una vez que esté todo en orden, poder empezar a trabajar. El Ministerio de Transporte de la Nación me autorizó a hacerlo apenas cuente con los certificados de seguridad de navegación. Lo único que debo hacer es contratar un seguro. Estará apta, como lo hizo inicialmente, para transportar cinco vehículos y 18 personas”.
En un primer momento, Vargas se desempeñaba como taxista en Posadas. Como sus padres vivían en Corpus y tenían una lancha de madera, “empezaron a realizar el cruce, transportando pasajeros. Además, eran dueños de una camioneta que utilizaban para transportar a la gente que pasaba. La llevaban hasta el pueblo y las volvían a traer. Ese era su trabajo, de taxista, fletero, que es lo que estoy haciendo ahora. Después empezaron con la lancha y llegaron a esto, que era un negocio familiar que se tendría que haber seguido porque esto significa un ingreso todos los días”, expresó.
Lo que hizo Vargas fue cambiar el motor por un Perkins cadenero de seis cilindros, “que consume un litro y medio de gasoil para llegar a la otra orilla, en un recorrido de unos mil metros”.
Rivero estuvo al frente tres meses y durante ese tiempo reunió “parvas” de documentos. “Pude acceder a muchos documentos y me ocupé de cosas que no se hacían, como regularizar la situación de los tripulantes (un capitán, un marinero y un ayudante de puerto). En mi trayectoria laboral siempre traté de hacer bien las cosas, y acá busqué hacer lo mismo. Les compré zapatos e indumentaria recomendada, y contraté un seguro de vida por accidente. La responsabilidad era mía, porque trabajando puede pasar cualquier cosa”, clarificó.
Tiempos de bonanza
Recordó que las tareas empezaban a las 7 porque había que llegar hasta la costa para poner todo a punto. Se arrancaba y la primera balsa salía a las 8 y funcionaba hasta las 12. Tras un parate, reanudaba sus servicios a las 14 y continuaba hasta las 17. A su entender, el tráfico no era tan significativo como lo es ahora. Pasaban entre 30 y 40 autos diariamente y muchas personas de a pie. Por estos días cumple la misma travesía una balsa de bandera paraguaya y existe un flujo importante de vehículos, “podemos hablar de entre 130 y 150 autos, todo depende de los días. Argentina no tiene balsa en este momento. Habría que rescatar a Mirlo para que volviera a tenerla, nuevamente”, apuntó quien viene a limpiar la embarcación “de vez en cuando”, porque como buena parte del casco se encuentra debajo de un árbol, las hojas caen y tapan el desagüe ocasionando una constante acumulación de agua.
Según Rivero, en una oportunidad el barco se hundió, estando del otro lado, y todo el gasoil y el aceite derramado impregnaron la parte interna, “con lo que quiero decir que los hierros y las chapas están bien lubricados, no necesitan ser cambiadas. No hay que cambiar nada, solo hay que hacer un mantenimiento a fondo, pero todo cuesta”.
Contó que Vargas tenía en casa una lancha que no fue habilitada “porque estaban mal soldadas las cuadernas. La vendió a un paraguayo que, a la semana, le puso matrícula y la ocupa diariamente para traer hacia esta orilla a quienes trabajan en la boletería. Entonces creo que uno vive en las cosas, porque cuando veo venir a esa lancha, Lucio se me viene a la memoria y digo: era de él. Creo que uno vive en las cosas buenas que hace. Por eso siempre digo que hay que vivir bien. Pero, así nomás es la vida”, repite, mientras un lagrimón le surca el rostro.
Lamentó porque “cuando tenía la manera de arreglar la balsa, presenté notas por escrito y no me dejaban porque decían que había que llevarla hasta un astillero, cuando mi suegro siempre la sacaba acá nomás para arreglarla porque es necesario someterla a un control riguroso cada cuatro años porque todos los certificados de seguridad de navegación caducan en ese tiempo”.
Cruzando los dedos
Mientras el tiempo transcurre, Rivero se va imaginando como quedará la balsa una vez que le pase las manos de pintura necesaria, cómo se verá surcando nuevamente el río. “Esa ilusión está intacta. Sé que esto va a volver a andar. Hay muchas cosas que puedo hacer con ella”, dijo este padre de ocho hijos.
Aseguró que “me gusta mucho esto”, además de la piragua con la que sale a remar o a pescar en el remanso. “Esto tiene un valor material y sentimental, y el día de mañana puede servir para alguno de mis hijos. Tengo la habilitación del puerto a mi nombre. Se pueden hacer muchas cosas. Tenemos la isla Pindoí hasta donde se pueden concretar paseos, se pueden hacer excursiones. También utilizarla para tareas concretas como para la gente que está midiendo la profundidad del río, por ejemplo. Sueño con que Mirlo esté a flote en medio del río, sé que va a volver a andar de vuelta”, señaló emocionado, mientras un sol picante sacaba brillo al agua y los peces hacían “piruetas” a pocos metros de la orilla.
La balsa prestó servicios sobre el río Paraná alrededor de veinte años. Lucio Vargas era el patrón, el administrador, el armador, el que hacía todo. Tiene espacio para cinco automóviles y capacidad para 18 personas. Salía del puerto de Bella Vista, Paraguay, y llegaba a Puerto Maní, en un recorrido de 20 minutos de ida y la mitad de minutos de vuelta, de acuerdo al comportamiento de la corriente.
Por aquel entonces, cuando la vida transcurría en carriles más normales, el río era más angosto. Después que se construyó la represa el cauce aumentó el doble. “No era tanto. Acá teníamos una playa de unos diez metros y después sí, comienza la zona profunda. Era otra cosa. Pero sucede que el desarrollo que se avecina, hace que todo cambie. Antes no pasaban tantos autos por acá y ahora todos los brasileros que tienen campos, que cultivan soja, yerba mate, girasol, en Paraguay, es impresionante cómo se movilizan. Los viernes son días de mucho movimiento porque pasan todos hacia Brasil y el lunes hacen el mismo recorrido de vuelta. Aquí se ve realmente el Mercosur. En un día agitado, la balsa no se detiene, va y viene”, remarcó.
Y sostuvo que el flujo de gente también es abundante. Es que comentó que muchos cruzan hacia el vecino país a través del puente internacional San Roque González y regresan por acá “porque no hay tanta espera, trasponen el río en diez minutos y descomprime el tráfico del viaducto. Para atravesar el puente tienen que hacer filas de cinco o seis horas y acá pasan en diez minutos, lo único que tienen que hacer es abonar el costo de la balsa. Este servicio es algo muy necesario. El Mirlo podría contribuir con todo este movimiento”, sugirió.
Lucio Vargas era un alma inquieta. Tenía la balsa y un arenero, que quedó como recuerdo. Este barco es de 1923 y era un barco leñero que trabajaba en la zona de Tigre, Buenos Aires.
Una y otra vez la emoción lo embarga. “Es que esto pertenece a la familia. Creo que el día que esto vuelva a funcionar, lo primeros pasajeros serán ellos. Trabajar en un lugar así es una bendición. No lo considero un trabajo. Esto es muy lindo y yo no soy una persona muy ambiciosa. Mis hijos están esperanzados en que esto funcione, pero, afortunadamente no dependen de esto. Cada uno tiene su familia, su profesión y sus cosas”, confió.
Recordó que “cuando venían acá, todos andaban en el barco, nos íbamos a pescar en el remanso. También cuando estaba el abuelo. Poníamos una carpa acá arriba –señalando la cubierta- y hacíamos el asado. Teníamos una parrilla que se adaptaba al espacio, se comía, se pescaba, y todos se tiraban al agua. Era otra vida. Se podía anclar o nos agarrábamos de la costa. Eran épocas muy lindas de las que quedaron muy lindos recuerdos”.
Rivero admitió que “no creo mucho en eso del más allá, pero creo que está mirando cómo transcurren los hechos. Tenía su carácter, pero, si le pedías de buena manera, le podías sacar lo que querías”, evocó.