Por: Carlos Ariel Kusiak
Las tenues luces apenas lograban ocultar el polvo y las telarañas, cada estante revelaba claramente una variedad de títulos. Los libros parecían tentadoras manzanas recién pulidas, una invitación irresistible o a decir de Irene, “El infinito en un junco”. El apetito me acosaba, pero cada manzana era única en apariencia y tamaño, lo que complicaba aún más mi elección.
Como el gran Alejandro, incliné ligeramente la cabeza para seleccionar con precisión el territorio a conquistar. ¡Oh, insolente juventud! La resistencia de la naturaleza era tenaz; sentía el peso de cien elefantes sobre mi decisión y como grilletes a un millar de mosquitos en mis tobillos. Temía tanto a la guillotina como a la cicuta.
Recorrí con la mirada los estantes más delgados, y de repente todos giraron a mi alrededor. ¡Luz a la vista! Mis pensamientos e ideas fluían en innumerables corrientes transparentes, como una cascada de afluentes trazando el diseño de un cerebro visto desde arriba.
La llovizna empapaba mi cuerpo y se activó un anhelo a café y tal vez a cigarrillo, me contuve. La virtud oculta en cada libro aplacaba mi sed de vicios.
Las horas pasaban en silencio, como las páginas o la apacible soledad que se encuentra en cada lomo y portada. Tomaba una manzana, la sopesaba, sentía su aroma y la hojeaba rápidamente hasta llegar al último epígrafe.
Me estremecí cuando una voz me interpeló de repente:
— El tiempo se agota, elige ahora o no tendrás otra oportunidad.
En el torbellino incesante de títulos y posibilidades, la decisión se desataba en un remolino que se fusionaba con mi ser más íntimo. En el estrecho embudo de la elección, cada opción fluía como un río impetuoso en busca de su cauce definitivo. Consciente de la subjetividad inherente, me debatía en la dualidad de buscar una elección objetivamente “mejor” y comprender que su esencia radicaba en la singularidad de mi perspectiva y experiencia.
Sin embargo, en el constante diálogo conmigo mismo, surgía el interrogante más profundo: ¿por qué buscaba justificarme ante mi propia conciencia? En el fondo, esta elección trascendental era un acto de autodescubrimiento, un encuentro con la esencia misma de mi existencia. Era el momento en que el ser se enfrentaba a sus propios abismos y se aventuraba a moldear su destino, aceptando la carga y la maravilla de la libertad. ¿Soy libre de elegir?
Indagué en el espacio, cada vez más reducido, tratando de sacudirme la somnolencia. Me froté los ojos, inhalé profundamente desde el estómago y exhalé suave y prolongadamente. Empecé a estirarme, como preparándome para la travesía más extrema.
La cabeza me pesaba, sentía el cuello entumecido y una espina clavándose en el hombro. Intenté aliviar el dolor con una suave rotación. ¿Me atrevería a tomar una decisión tan trascendental? ¿Estaba verdaderamente preparado?
Un sonido repetitivo, punzante e irritante comenzó a molestarme. Grité con todas mis fuerzas:
— ¡No puedo elegir, es imposible, necesito más tiempo!
Alguien me tomó del hombro y con voz dulce susurró: — El despertador está sonando, es hora de levantarse.