Por: Santiago Jacobo Atencio
Era una casa de un frente alto, con una gran puerta principal y dos ventanales inmenso a cada lado, por eso se destacaba en el Barrio Centenario de Posadas, separada de la vereda por un jardín con una gran variedad de plantas y flores, cuidadas con esmero por mi abuela Rosita.
Pero, en el patio interno tenía árboles diversos, algunos con frutas, era el lugar donde todos los nietos nos reuníamos con el abuelo Manolo, porque había hamacas, cuerdas para subir a los árboles y donde compartíamos de todo.
Era el abuelo Manolo, el encargado de organizar los juegos, cuidarnos de los accidentes y nos juntaba para las meriendas, donde él nos contaba sus cuentos, que todos seguíamos con especial atención, esos relatos nos atrapaban por su modo especial de exponerlos, eran historias de reales, sus anécdotas, que siempre nos dejaban una enseñanza, un consejo, una advertencia para nuestras vidas.
A medida que pasaba el tiempo, crecían mis actividades y responsabilidades, pero siempre había un espacio libre para visitar a los abuelos en su casa del Barrio Centenario, mi abuela Rosita me recibía con sus dulces de frutas que ella elaboraba, pero el abuelo Manolo estaba en su puesto de comando, como él lo llamaba, era su lugar preferido, sentado en su silleta bajo la sombra de un jacarandá que él había plantado en medio del patio y a su lado una mesita donde siempre había dos libros, un cuaderno y un lápiz.
Esa imagen está grabada en mi memoria, por eso cuando lo visitaba, después de saludar, me quedaba unos instantes observando esa escena, luego sentado frente a él, nuestro diálogo era cordial y abierto, dispuesto a conversar sobre diversos temas, porque siempre estaba actualizado con todas las noticias recientes de la situación de esos momentos, ese intercambio de opiniones con mi abuelo, eran para mí un grato placer, siempre tenía argumentos razonables para defender sus posturas, ellos me servían para aprender algo novedoso y visionario, había en él una sabiduría singular propia de sus largos años de vida, pero también de su capacidad intelectual para la interpretación de los hechos.
En todas las visitas que realizaba a la casa de mis abuelos, siempre el abuelo Manolo estaba sentado bajo el jacarandá en su silleta y en su mesita los dos libros, con signos notorios del desgaste por su permanente utilización.
Dominaba mi curiosidad saber, porque motivos mi abuelo solo leía esos dos libros, hasta que llegó la ocasión, era un día de primavera de clima agradable, se lo notaba muy alegre y entusiasmado por mi visita, entonces me animé a preguntar al abuelo por qué solo leía esos dos libros, cuando hoy tenemos disponibles tantos libros de autores muy notables, los cuales nos permiten tener otras visiones de cada tema.
Me respondió de inmediato diciéndome, sabes querido nieto, estaba esperando esa pregunta desde hace mucho tiempo.
Mientras compartíamos la merienda de un té con galletitas dulces que nos trajo la abuela Rosita, se puso un poco serio y comenzó a explicarme. Estos dos libros son fundamentales en la vida de todos los individuos, yo tengo esta Biblia, porque con ella aprendo a ser una buena persona y también tengo la Constitución argentina, porque con ella aprendo a ser un buen ciudadano.
En mi cuaderno voy anotando las consignas que considero importante a tener en cuenta y también mis dudas o inquietudes, para buscar las respuestas a esos nuevos planteos.
Con mi incipiente formación intelectual, no comprendía de manera integral lo que representaban esas expresiones, el abuelo Manolo se dio cuenta de ello y con animoso interés me anunció, que hablaría más simple para que yo logre entender este tema y con mucha paciencia comenzó su exposición.
Tomó primero la Biblia con sus manos añosas pero firmes, con mesura y reverencia comenzó a explicarme sobre el valor trascendental de este genial y original libro, si consideramos el contenido de su texto, donde están expuestas las innumerables enseñanzas que Jesús nos brinda para ser una buena persona, mediante sus mensajes, parábolas, preceptos y acciones nos presenta todas las recomendaciones que debemos cumplir para vivir dignamente como seres humanos, partiendo de la premisa básica, solo el amor nos moldea como buenas personas, compartiendo ese sentimiento sublime que Dios nos brinda, con todos nuestros semejantes.
Es una doctrina muy simple, ella está sustentada en el amor, es decir, si amando a Dios que nos da la vida, también debe manifestarse en la convivencia armoniosa con cada uno de los seres humanos que habitamos en todos los rincones de este mundo, este mandato tan sencillo pero fundamental, nos permite que seamos buenas personas.
Me resultó entendible esta exposición del abuelo, porque eran similares con las enseñanzas que había recibido en mi formación como cristiano, en la parroquia de mi barrio.
Pero mi mayor inquietud estaba en la Constitución Argentina. El abuelo Manolo tenía esa perspicacia propia de su sabiduría, hizo una pausa para saborear la merienda que ya estaba servida y después de observar mi curiosidad en el otro libro, con mucho cuidado levantó el texto de la constitución, se acomodó su clásica gorra azul que cubría su amplia calvicie y con su paciencia habitual empezó su descripción.
Estaba yo totalmente concentrado en sus palabras, él me decía, todas las actividades desarrolladas por los habitantes del territorio de nuestro país, están contempladas en la Constitución nacional, porque es la ley suprema de la Nación, por ese motivo, ninguna otra ley puede legislar sobre un tema que contradiga lo que expresa nuestra constitución.
Desde la acción más simple que despliegue un ciudadano, hasta el funcionamiento de todos los organismos del Estado, se rigen por los preceptos constitucionales, por eso es tan importante conocer el contenido integral de este libro que yo tengo en mis manos.
Si yo actúo en mi vida púbica cumpliendo con las prescripciones de la constitución, estoy procediendo como un buen ciudadano y con ello colaboro a la convivencia solidaria con otros ciudadanos y al buen funcionamiento de la Nación.
Es decir, siendo un buen ciudadano participo en la consolidación del régimen democrático, que es fundamental para la organización del Estado, porque allí se aplican los principios de igualdad y equidad, entre todos los hombres dispuestos a formar parte de este país y respetar sus normas legales.
Me quedé impactado con las explicaciones del abuelo Manolo, con una sonrisa cómplice nos despedimos con un fuerte abrazo, mientras resonaban en mi mente, la vital prioridad de lograr el dominio de los dos libros y de su importancia en la vida de los seres humanos que integran nuestra nación, había recibido una gran lección para mi futuro.
Pero cuando el abuelo Manolo se quedó dormido en su sueño de eterna paz, un gran impacto tuve en mi corazón, me quedaba sin el gran consejero y sus enseñanzas.
Ni bien terminaron las ceremonias formales del sepelio, fui directo al dormitorio de mi abuelo, en el cajón de su mesita de luz junto a su cama de estilo español, estaban los dos libros prometidos, cuando los tomé con mis manos, los abracé fuerte contra mi pecho y sentía a mi corazón latir enérgicamente, pero la gran sorpresa fue cuando los abrí, había en cada libro, una hojita de papel escrita de puño y letra por el abuelo, donde además de una dedicatoria muy emotiva, me dejaba el último consejo: “Nunca dejes de leer estos libros para ser una buena persona y un buen ciudadano”.
Cuando empiezo a hojearlos ya en mi propio dormitorio, en cada libro había un papel de color azul, como un señalador, eso encendió mi curiosidad al máximo, quería saber que me indicaba el abuelo Manolo.
En la Biblia, el señalador azul abrió el libro en el Evangelio de Mateo, en el versículo 22, donde estaba prolijamente subrayado con lápiz negro la parte que dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el grande y primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Claro, ahora recuerdo cuando mi abuelo reiteraba que, solo amando podemos ser buenas personas, pero ejerciendo ese mandato en la vida cotidiana con todas las personas.
Pero, al abrir el libro de la Constitución Argentina, el señalador estaba ubicado en la primera parte, dedicado a las garantías y derechos individuales, con delicadeza el subrayado con lápiz era sobre el artículo 16, donde el texto dice expresamente:
“Todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad”. Era este su mensaje predilecto, de que todos los hombres somos iguales y debemos respetarnos como tales, ese precepto es prioritario para ser un buen ciudadano, el respeto a la ley para vivir en una Nación, la cual tiene como recurso principal la democracia, el sistema político por el cual se defiende la soberanía y permite preservar la libertad, considerada la mayor facultad y el máximo derecho de las personas.
A medida que van pasando los años, estos dos libros del abuelo Manolo son mis predilectos, voy renovando su lectura todos los días, porque ello me permite, por un lado, seguir aprendiendo y ampliando mi fuente de conocimientos sobre estos temas, pero además, leer sus libros me brinda la satisfacción de mantener latente, activo, ese vínculo afectivo con mi querido abuelo y recuperar los recuerdos, sus enseñanzas, sus consejos para cumplir con sus mandatos de ser una buena persona para honrar la vida que Dios me da y ser un buen ciudadano para afianzar a mi Patria que me alberga.
Te prometo abuelo Manolo, que estas mismas enseñanzas se las voy a transmitir a mis hijos y a mis nietos, para preservar la tradición y mantener siempre vigente, tu legado de amor por la vida y de respeto a todas las personas, porque todos somos dignos humanos.