Cien años cumplió el 25 de octubre Arcángela “Chela” Mercado, la mujer que hace cuatro años fue encontrada en estado de abandono, anémica y con sarna por las trabajadoras sociales Andrea Taverna, Norma Irala y Liliana Pichak, junto con el secretario general del Sindicato de Vendedores Ambulantes (SIVARA), Alberto Fusté Padrós, quienes se acercaron a su precaria vivienda tras la denuncia de un vecino.
Doña Chela recibió ayer a PRIMERA EDICIÓN, contó sobre su vida, porqué no pudo seguir el secundario, cómo fue vivir con un hombre que la golpeó durante toda su vida y, pese a todo, deslumbró a todos con su sonrisa y simpatía. Recordó que tuvo cinco hijos, pero solo dos continúan con vida, ambos viven en Buenos Aires. “Nietos tengo unos cuantos”, contó Chela que ya no lleva la cuenta.
La anciana vive sola “porque si vienen mucho tiempo no me tienen paciencia”, pero por la mañana y por la tarde cuenta con una cuidadora, y de noche, tres veces por semana, una sobrina nieta que es su ahijada y a quien ella quiere mucho, Margarita Pavón, duerme con ella. A todas ellas se les paga con parte de su jubilación.
Más sana que cualquiera
“Me imagino vivir nomás y seguir comiendo de todo”, contó risueña Chela cuando se le preguntó qué planes tiene a futuro. Según precisó Fusté Padrós, quien estuvo junto a ella durante la entrevista, “los últimos resultados médicos dieron cuenta que está más sana que todos nosotros, no tiene colesterol, ni triglicéridos, presión normal, glucosa normal… está bárbara”.
A doña Chela le gusta mucho el chancho, el pollo y el chorizo, “cuando en 2020 desapareció la nieta que vivía con ella y le robaba lo poco que tenía y la Justicia aún no resolvía la causa, yo le traía verduras y pollo para que tuviera para comer… y un día me dijo que ya estaba cansada de esa comida, que ella quería comer chancho y chorizo”, recordó con cariño Fuste Padrós.
Chela dijo no conocer los secretos de su longevidad pero confió ayer que “me gusta comer de todo, no me gustan mucho los dulces, no tomo alcohol y no fumo… probé una vez pero me dijeron que no era bueno para la salud y dejé, pero me sigue gustando sentir el olor”. Según confirmó, no toma ningún medicamento.
A los 8 años dejó la escuela para trabajar
Chela nació en Posadas y según contó “tuve cinco hermanos, dos varones y tres mujeres, hoy ya todos están muertos. Mi papá era policía y mi mamá empleada doméstica”. Recordó que fue a la escuela primaria de la sierrita “no pude seguir la escuela porque mi hermana mayor me sacó, me dijo que tenía que trabajar. Por ese entonces yo tenía 8 o 9 años y empecé a trabajar cuidando criaturas, hacer mandados y esas cositas. Me hubiera gustado seguir estudiando pero no me dejaron porque necesitaban que trabajara. Ninguno de mis hermanos estudió”.
Según recordó Chela, después conoció al que sería el padre de sus hijos, “un muchacho que trabajaba en el ferrocarril, en San José” que comenzó a beber y se volvió violento. Con voz cada vez menos audible, la anciana contó los peores años de su vida en una época donde las mujeres víctimas de violencia no tenían dónde pedir ayuda ni instituciones que las contengan, “aguanté muchos años porque era malo, empezó a tomar y cambió… una vuelta me escapé, intenté cruzar a Brasil, y un gendarme me retuvo hasta que él vino y me hizo volver. Aguanté muchos golpes, muchos años, hasta que él se murió”, confió ya casi sin voz.
Una urgente necesidad
La casita donde vive doña Chela es de madera y muy precaria, con piso alisado y partes de tierra. Su baño -que no tiene agua- está afuera de la casa. Cuenta con un pequeña cocina y un dormitorio.
Por las maderas de las paredes se filtra la luz… y el calor o el frío en el verano o el invierno. Hay sectores de la pared donde las maderas cedieron y cayeron, dejando huecos. El techo es frágil como el resto de la casita, es un milagro que se haya mantenido en pie después de las últimas tormentas.
Con un siglo de vida, es hora que doña Chela pueda acceder a un lugar más seguro y cómodo para vivir.