Muchas veces la gente se pregunta cuál es el motivo que torna tan apasionante al mundo de la pesca. Pues es bastante complicado tratar de explicar esa pasión a toda persona que no haya incursionado en este deporte.
Cómo describir y explicar las sensaciones que despiertan esos atardeceres en el momento justo en que el sol se junta con el río con el marco inigualable de nuestro Paraná de selvas y cascadas, donde solo los sonidos del monte, sus correderas y borbollones perturban ese silencio tan especial. Y ni hablar de las relaciones que se forjan en torno al fogón campamentero en un ámbito donde se mimetizan profesiones, clases sociales y credos. Donde todos están en busca de un espacio alejado de la vorágine del día a día, y en pos de encontrarse en ese espacio donde la amistad, la camaradería y la naturaleza sean las únicas protagonistas.
Muchas veces en ellos se forjan relaciones y amistades que lejos de ser pasajeras pasan a ocupar un espacio superlativo en nuestras vidas y duran para siempre.
Días pasados y en el marco de la realización de la edición número 50 de las 20 Horas de Pesca del Club Pira Pytá, con mis amigos Víctor Bonifato y José Johan hemos oficiado de anfitriones de pescadores que arribaron provenientes de Buenos Aires y Córdoba para participar de nuestra fiesta.
Ya el miércoles previo a la competencia por la noche -pacú frito de por medio- combinamos para salir el jueves a recorrer la cancha de pesca para que la conocieran. Y así lo hicimos posteriormente. Esa noche mientras cenábamos en esa reunión donde se juntaron los otros integrantes de los equipos pues con Lucas Bariles de Córdoba, pescaría Cristian Del Valle. Los que provenían de la provincia bonaerense, Diego Vlischek y Martín “Vasco” Tamborenea -un dúo alegre y divertido como pocos- y José Johan con el que yo formaría equipo en la gran maratón.
Por supuesto el eje de la conversación esa noche eran las distintas estrategias que emplearía cada uno de los equipos para posicionarse lo mejor posible. Y saltó el Vasco que me dijo, cargándome, que no creía que le mostrara los mejores lugares de pesca porque en el mundo de las competencias cada uno se reserva su lugar predilecto. Le respondí que no le quedaran dudas de que yo le pasaría los lugares y de ahí en más dependería de su sapiencia y su pericia a la hora de la contienda.
Y medio en broma surgió la idea de que formáramos un equipo las tres embarcaciones. Pocos minutos después Diego, sin mucho protocolo armó un grupo de Whatsapp y así comenzó la historia del equipo “20 horas 50 años”.
Y así, casi sin percatarnos de aquella amistad que se iba afianzando, se vieron los frutos pues apenas transcurrió una hora de competencia cuando empezaron a sonar los mensajes pasándonos mutuamente los datos de los distintos lugares de pesca que estaban dando buenos resultados. Esos datos sumados a las cargadas que circularon por el grupo durante toda la noche nos mantuvo activos y quitándonos el sueño. Al finalizar la competencia, por un lado las tres embarcaciones pescamos casi las mismas especies gracias a los datos que nos pasamos; y por otro lado logramos el séptimo, octavo y noveno puesto entre 120 equipos, que no es un dato menor. Sumado a ello potenciamos esta relación que surgió gracias a este mundo que nos aglutina y nos deja como enseñanza que muchas veces uniendo voluntades se torna mucho más fácil lograr los objetivos trazados.
Es por ello que hoy el grupo lo mantenemos activo comentándonos sobre las pescas y las vivencias de cada uno desde su provincia y organizando futuros encuentros, afianzando desde la virtualidad esta amistad que forjamos en torno al fogón campamentero.
Por Walter Gonçalves