Cada tarde lo veía pasar, primero me llamó la atención que siempre lo hacía en el mismo horario.
Desde mi ventana se hizo costumbre que lo mirara.
Su andar elegante, caminando muy lentamente.
Un día alzó su rostro mirando hacia mi ventana, mi corazón latió muy fuerte, no supe explicar lo que provocó en mi interior.
Así pasaron los días y algunos meses, eran encuentros a través de la distancia.
Hasta que, en esos breves pasos, un atardecer iba pasando, pero retrocedió y levantó su mano saludando.
Vi por primera vez su sonrisa amplia y sus cabellos con pocas canas.
Mi cita de la tarde.
Un día bajé, lo esperé, ya no en la ventana sino frente a frente.
Lo hicimos, caminando juntos.
La vida comenzó, el amor apareció. Todo, gracias a que un día me paré en mi ventana, así llegó la felicidad.