Nutrido por la creciente inflación y la pérdida de poder adquisitivo, durante los últimos años se fue instalando el debate acerca de la necesidad de contar con billetes de mayor valor. Encerrado en su dinámica surrealista, el Gobierno se negó una y otra vez esa posibilidad anclando su argumento en que si cedía a ello estaría admitiendo mayor inflación.
Seis años después de la aparición del “hornero”, la realidad lo llevó a empujones y lo evidente fue innegable. Así surgió la decisión oficial de avanzar con un nuevo billete, uno de dos mil pesos… para acortar las distancias.
Sin embargo, como casi todo en lo que va de la actual gestión, la respuesta llega demasiado tarde, sin efectos y con más que perder que para ganar. Resulta que, al día de hoy, con el billete ya en circulación y dando vueltas por el centro del país, el costo de emitirlo es demasiado elevado contra su poder de compra. Y en pocos meses más será incluso peor.
La primera emisión del papel que homenajea a la ciencia nacional se imprimirá en su totalidad en la Casa de Moneda. Será una tanda de unos 200 millones de billetes hasta fines de agosto.
Ahora el costo será de 89 dólares por cada millar de billetes, pero a partir de septiembre será más cara.
Otro enfoque advierte que lanzar a la calle 2 millones de pesos en billetes de 2.000 cuesta en total unos 43.600 pesos, es decir, 2,2% del valor de cada papel.
Transcurrido este período hasta finalizar la primera emisión, en septiembre habrá que importarlos desde Brasil y España, países con los que Argentina tiene acuerdos para fabricarlos.
A partir de entonces, el costo ascenderá a 117,70 dólares por cada millar de billetes. Dicho de otro modo, habrá que pagar casi 50 mil pesos por cada dos millones, un 2,9% del valor de cada billete.
La paradoja es fuerte hoy y será evidente en ese entonces: el valor por unidad será más elevado, pero el billete de 2.000 pesos tendrá un menor poder adquisitivo merced a la escalada inflacionaria.
El nuevo billete, lejos de mejorar el contexto, nació muerto.