Durante dos horas, en lo que probablemente haya sido su última apertura de sesiones ordinarias, el presidente Alberto Fernández intentó enderezar discursivamente lo que en la práctica se advierte crítico.
Su presentación fue una verdadera y preocupante síntesis de lo que va de su gestión.
Comenzó enérgico con un aluvión de datos de la macroeconomía que, al fin y al cabo, no tienen impacto en las economías familiares. Fue adquiriendo un tono lento y apagado y terminó entre gritos y acusaciones cruzadas con dirigentes de la oposición… Argentina en estado puro.
La inasistencia de Máximo Kirchner y la indiferencia de Cristina Fernández, sentada a escasos centímetros, dejaron totalmente al desnudo la fractura de la coalición gobernante más allá de la presencia del ministro Sergio Massa y los tibios intentos del Presidente por descartar una ruptura interna.
Las cifras y porcentajes que ofreció el mandatario para destacar los avances de su gestión en materia económica y social, contrastan fuertemente con los datos duros de la realidad y los pocos aplausos sin fervor de la propia bancada oficialista.
Alberto Fernández recogió ayer un poco de la apatía que fue sembrando entre los dirigentes del oficialismo y también los de la oposición. Muchas veces le reclamaron decisiones tanto cotidianas como trascendentales, pero su respuesta siempre fue que le dieran tiempo para reflexionarlo. Al final las decisiones no se tomaron y a la vuelta de estos años su Presidencia cayó en un vacío de contenido.
La de ayer quizás haya sido la última apertura con él como mandatario y, más allá del “circo” político que evidencian los oficialismos y las oposiciones, cada vez que se abre un período de sesiones es preocupante que el discurso no hablara de soluciones prácticas a los mayores males de los argentinos.