Una nueva luz amarilla se suma al tablero de la actividad económica alentando la posibilidad de una desaceleración. El rubro viene mostrando retrocesos desde septiembre pasado y sólo esta semana se sumaron dos datos que aseveran la posibilidad.
Días atrás había sido el último informe de Pagos Minoristas del Banco Central de la República Argentina el que había dado cuenta de un fuerte aumento de la cantidad de cheques rechazados “por falta de fondos”.
Ahora es la recaudación tributaria que en lo que va del año acumuló 79,9%, un nivel inferior a la inflación del período. Según estimaciones privadas se ubica unos seis puntos porcentuales por debajo de los precios.
Así las cosas, el último trimestre de 2022 dejará un arrastre negativo mientras que para 2023 se espera un enfriamiento de la actividad con evidentes consecuencias sobre los ingresos fiscales y la posibilidad de refinanciar las deudas provinciales.
Otros datos duros de la realidad que se trasladarán de este al próximo año, como la alta inflación, los pocos dólares, la suba de tasas y el escaso margen fiscal, prometen un período complejo que se coronará nada menos que con una elección presidencial en el último trimestre.
Con todo, lo más insólito respecto de la desaceleración de la actividad económica es que se acentúa en rubros con enormes dificultades para acceder a dólares para importación, lo que a la postre genera problemas para sostener procesos productivos. Industria, construcción y economías regionales dan cuenta de ello.
Paradójicamente el “cepo”, que busca sostener las reservas, deglute la posibilidad de darle impulso a la actividad económica. Una vez más queda en evidencia que la estructura económica es un tótem de desequilibrios.