Al abrir un libro las puertas del conocimiento se despliegan de par en par, aunque sean historietas de humor (con todo respeto a los escritores y lectores de historietas), seguro un mensaje hay, un concejo, una moraleja libre de prejuicios y siempre, el papel y la tinta silentes dando oportunidad a la libre interpretación, ofreciendo la posibilidad de la metamorfosis interna. Leer para pensar, pensar para actuar.
Abrir libros, puertas, espacios, lugares. Transitarlos, recorrerlos, animarse paso a paso, poco a poco, sin apuro, al ritmo de cada uno, al corazón.
Recorrer lo cognitivo puede traernos satisfacciones inmensas, descubrir los circuitos de nuestro interior cuando comprende, un gusto sin igual.
¿Será que acaso ahí nace la seguridad? Será que la capacidad de comprender, mientras leemos, paseamos, nos movemos, llegando a sillas, estaciones, charcos de agua, puntos seguidos.
Momentos peligrosos que nos invitan a parar diría Silvio*.
Y es que si seguimos de largo, si no descubrimos cuándo brillan los ojos del que amamos, si nunca nos fuimos para encontrarnos, si el título del libro que llamó mi atención no lo leí, si no jugamos con los niños y las palomas. Si eso que queremos queda siempre pospuesto.
Es momento, siempre, de abrir el libro, mirarnos a los ojos y dirigirnos por los caminos que vayamos descubriendo y tal vez, ¿por qué no? Teniendo como destino el sentir, el vivir en el corazón.
*Historia de la Silla. Silvio Rodríguez, 1986.