Un extremo de la provincia vuelve a concentrar la atención por un tipo de crimen al que nos vamos acostumbrando casi en silencio. La irrupción de un sicario en Bernardo de Irigoyen quebró el silencio a tiros y se llevó la vida de un comerciante que, al mismo tiempo, era bombero voluntario en la localidad lindante con Brasil.
El suceso de ayer es el cuarto de una peligrosa saga que se desarrolla en Irigoyen y que comenzó en mayo del año pasado cuando, a pocos metros de la frontera seca, mataron a balazos y adentro de su camioneta a un abogado entrerriano vinculado al transporte de vinos de alta gama argentinos que se cruzarían de manera irregular a Brasil. Continuó en noviembre del mismo año cuando un motociclista acribilló a tiros a un hombre de 45 años en el cruce de las avenidas Guacurarí y calle Independencia. Un adolescente que acompañaba a la víctima fue testigo directo de los dos balazos que le dieron. Ya en abril de este año, precisamente el viernes de la Semana Santa, en el barrio Obrero de Bernardo de Irigoyen, asesinaron a un hombre de 30 años tras discutir con un comerciante brasileño relacionado con el contrabando de mercaderías.
La víctima reclamaba la aparición de su primo, un presunto “pasero” cuyo paradero sigue siendo desconocido al día de hoy. Los cuatro crímenes tienen la misma fisonomía y se produjeron en la misma localidad. Parecen tener idéntico contexto y hasta podrían coincidir en los matadores.
Más allá de la crueldad que implica morir atacado a tiros y del dolor y conmoción que acarrea perder a seres queridos bajo esas circunstancias, comienza a ser verdaderamente peligroso que los misioneros en general y los irigoyenses en particular se vayan acostumbrando a crímenes de este tipo.
Que la insensibilidad que provoca ver diario en los noticieros la proliferación de este tipo de violencia no tape la urgencia de actuar cuando aún se está a tiempo.