Apoyar las plantas de los pies en el suelo, desde el talón hasta los dedos, repasando arco y lado externo, sentir uno a uno los dedos, desde el mayor al menor, mientras, inhalas profundamente, llevando el aire hasta la punta de los dedos de los pies.
A la mañana temprano, a veces todavía con el cielo azul noche, que nos va dejando de a poco por el celeste diáfano, que invita de verdad a vivir, despertarse y caminar.
La conciencia de poder caminar con soltura, el cuerpo erguido, el aire que ingresa y en los alvéolos pulmonares entrega el tesoro mayor, oxígeno al hierro de nuestros glóbulos rojos.
Nuevamente, la necesidad de recordar que mientras nosotros caminamos sobre la superficie de la tierra, otros con aletas de membranas y escamas, nadan profundas o correntosas o calmas agua. Al mismo tiempo, otros entierran raíces, otros, despliegan alas, otros viajan dentro del intestino de un zorro o en la bolsa marsupial de una comadreja. Maneras de movernos, maneras de llegar, independencia a medias, más bien es una simbiosis donde prima el mutualismo, que nos permite convivir, coevolucionar.
Mejorar la estrategia. Aprovechar los recursos.
Supervivencia y luego la extinción, tragados por la serpiente emplumada, desmembrados por cuatro caballos, decapitados con el filo de ironías. ¿Qué nos pasa a veces que desatamos tormentas con casi nada de agua?, si estamos en sequía, si lo mejor es tener la visión clara. Nubarrones a lo lejos, mente turbada. ¿No sería mejor respirar, poner los pies en la tierra y salir a caminar?
Es que llegará un día en el que los pies ya no nos puedan sacar a caminar, las alas a volar y los brazos a nadar. Un buen día la crisálida de nuestro templo dejará de sobrevivir a la senescencia celular y ¿quién sabe? Nos vamos a preguntar, ¿por qué no salí a caminar más?