En las últimas horas, las tensiones que se retroalimentan todos los días escalaron a niveles sin precedentes en lo que Argentina lleva de democracia. Kirchneristas acusan a la oposición y los grandes medios de fogonear la violencia con discursos de odio. Antikirchneristas consideran que lo de la noche del jueves fue una puesta en escena para distraer la atención sobre las causas por corrupción y el estado de la economía.
En un desesperado acto de corrección, todo el arco político se unió en un cerrado repudio, con llamados a la paz, muestras de solidaridad y fotografías en redes sociales. Sin embargo, el consenso que tibiamente buscaron transmitir los partidos, al menos en las horas siguientes al hecho que envilece al país, parece ya no alcanzar en la calle donde desde antes se sentía angustia y desazón por el futuro en el corto y mediano plazo.
A partir de lo sucedido, alcanzar niveles de normalización social en un país que precisa urgentemente de más y mejores noticias económicas acaba de tornarse más que complejo. Un ataque que pocos creían posible y otros directamente no creen, vuelve a potenciar la polarización reinante desde hace años.
Las ácidas divisiones que se advierten en la dirigencia política se replican y potencian en la sociedad.
“Tibios” les dicen a quienes intentan ubicarse en el medio para buscar los necesarios consensos para frenar la inercia de la crisis.
Hoy más que nunca y más allá de las definiciones políticas y partidarias, necesariamente todos deben comenzar a ceder.