“Qué orgulloso estoy de vos, porque tenés el valor de hacer lo que yo no me animo. Qué orgulloso estoy que te dediques a Dios. Te admiro porque haces lo que no me animo a hacer”. Son algunas de las frases de las que Andrés Yañuk, Jorge Braun y Alfredo Nezechuk son destinatarios desde que fueron ordenados diáconos, el pasado 24 de junio, en la Iglesia católica de rito bizantino San Vladimiro, de esta ciudad.
Héctor Zimmer Balanda, párroco de la iglesia San Vladimiro señaló que “no es una cosa frecuente que haya hombres que se consagren al servicio de Dios, de la iglesia, del altar. Pero existen, y eso es lo lindo, porque rompen la rutina de pensar que no sucede más o que no va a suceder”.
Indicó que, en este caso, la iniciativa no está en la parroquia ni en el párroco, sino en Dios. “Son ellos los que responden a Dios en su corazón, en su interior, en su vida espiritual, y desde ahí sale, si sos ésto, hace ésto. Es ahí donde la parroquia gana porque son más personas consagradas que se dedican a hacer algo en el nombre del Señor. De hecho, ya lo hacían. Es como una fruta madura que cae del árbol. Tal es el caso de Andrés, que desde hace muchos años tenía este deseo, y servía a los enfermos, visitaba a los ancianos, concurría a algunas capillas”, reseñó.
Zimmer Balanda sostuvo que la provincia fue forjada por misioneros, sacerdotes de otros lugares que vinieron a trabajar acá. “Hoy en día, gracias a Dios, la tierra misionera está dando vocaciones nativas. Eso llevó a que Misiones, de no tener Diócesis, pase a tener tres”.
Mientras Yañuk, Braun y Nezechuk se ordenaban, “pensaba que son también el fruto de sus padres, de sus familias, y amigos, que esperaban algo, y salió un fruto. Es como cuando se espera que un hijo sea ingeniero, doctor. Todos participamos de la misma alegría. Acá hay mucho esfuerzo, muchas idas y vueltas, no es tan sencillo discernir hasta qué punto es así o no. Acá se trata de saber lo que Dios quiere, no lo que uno quiere”.
Indicó que, a partir de la ordenación, la comunidad tiene dos servidores más que ya son clérigos. “Ahora pueden ver a la iglesia desde el clérigo y desde el laicado, porque tienen su familia, sus hijos, nietos, y da la sensación que es mucho más equilibrado. La gente imagina que el clérigo casado es más equilibrado, porque no se sabe cómo se vive el celibato, y en estos últimos tiempos se vive como una desgracia más que una gracia”, admitió el religioso.
Confió que en la iglesia bizantina es mínima la cantidad de actos que pueden administrar. “Pueden hacer la animación de la liturgia, atender al pueblo, están siempre al lado del obispo o del párroco. Es una función de animación litúrgica. Les toca animar a la comunidad, a diferencia del sacerdote que está en el altar, rezando por la comunidad. Son el enlace, por eso hasta físicamente en la liturgia, el lugar que ocupan no es dentro del altar. Llegan hasta el altar, pero de vez en cuando. Están entre el pueblo y Dios, son como un nexo, y por eso siempre levantan la estola”, explicó.
“Esto fue el fin de una etapa. Es descubrir que Dios los llamó a esto. Es siempre lindo ver cuando alguien se consagra, incluso en la vida matrimonial, siempre que alguien decida entregar su vida a Dios de alguna manera todos gozamos de eso”, aseveró.
El deseo de mamá
Andrés Yañuk (75) está casado con Carmen Starik y es padre de: Miriam, Enrique y Jorge. Contó que esa vocación se venía gestando desde chico. “No es que me nació en medio de la vida. Tenía ese interés, esa inclinación, pero no se daba hasta que llegó el momento. Dios tiene preparado para uno, lo que Él quiere, y hay que obedecer. El llamado siempre está, que uno decida aceptarlo, o rechazarlo, es una cosa particular. Siempre acepté, porque me gusta, lo hago de todo corazón, dando lo mejor de mí. Es una promesa, un llamado de Dios, y hay que responderle con el sí”, manifestó.
Admitió que su mamá, Natalia Mejalitski, deseaba que uno de sus once hijos fuera sacerdote o religiosa, pero falleció aún joven, por lo que no pudo ver concretado ese sueño. A diferencia de Pedro, su papá, su madre asistía todos los primeros domingos del mes, cuando se celebraba la divina liturgia en la iglesia San Basilio, de Campinas, en su Cerro Azul natal. “Y eso quedó en mi mente, y de trabajar en la chacra de General Güemes, a siete kilómetros del pueblo, me vine a la ciudad. Desde aquí, me fui a Buenos Aires, donde me desempeñé como militar. Fui mecánico de avión y primer mecánico de a bordo, totalizando 2.900 horas de vuelo. Giré por todo el país como integrante de la Fuerza Aérea Argentina”. Llegó el momento de contraer matrimonio y del nacimiento de los chicos. “Mi señora decía que no se podía quedar sola en casa, y tenía razón, porque era muy difícil con tres pequeños. Cambié de vida y me hice mecánico de automotores, fui alineador y balanceador de vehículos”. En Posadas, continuó en el rubro durante 27 años, hasta que se acogió al beneficio de la jubilación, “lo que me posibilita ocuparme plenamente de esta tarea”. Pasó el tiempo, pero “esa inquietud seguía dentro mío. Pensaba que algún día, si se daba, me gustaría acercarme más o tener un lugar dentro de la iglesia. Era una inquietud, a la que veía muy lejana”, contó.
A Yañuk le asignaron la visita a los enfermos, a hacer las exequias de los difuntos, asistiendo el sufrimiento de la gente. Una vez al mes visitaba a cerca de 30 enfermos, les llevaba la eucaristía, les leía el evangelio y rezaba las oraciones previas a la comunión. Más tarde, “me preguntaron si quería ser diácono, a lo que respondí que me gustaría. Me preparé, fui a estudiar a Oberá durante siete años y medio, viajando los primeros fines de semana del mes”. Cuando llegó el momento, “pretendían ordenarme para la iglesia latina. Fue entonces que desde la ucraniana dijeron que les pertenecía y retiraron la documentación desde la catedral”, comentó. En 2017, falleció el obispo Miguel Mykycej y la ordenación quedó en suspenso, hasta que nombraron a Kozelinski Netto. Mientras tanto, Yañuk continuaba con su tarea dedicada a los enfermos e inmiscuyéndose en la liturgia cada vez más “porque era el único ayudante del altar, además de Doña Rosa que se ocupaba de la limpieza y de preparar las velas y manteles”.
Tras la incorporación de Braun y Nezechuk, y el obispo de acercó para hablarles de la ordenación, primero como subdiáconos y recientemente, como diáconos. “Esa inquietud de tantos años, me fue trayendo de la mano, y llegó el momento de ser consagrado. Lo recibí con mucha alegría porque pensaba que no iba a llegar. Estamos al servicio de la comunidad, nuestro rol es ayudar al que necesita. Hacemos las celebraciones en la colonia, se va abriendo el campo en las responsabilidades que tenemos”, aseguró. Llegado el día, “fue una cosa hermosa, que no se puede explicar. Me sentí como si estuviera en otro mundo. Había feligreses, sacerdotes, donde la mano de Dios estuvo presente. Había sufrido un ACV y no podía caminar bien, pero todos me ayudaban, y la alegría fue terrible. Soy el único que me volqué a la vida religiosa, el sueño de mamá se proyectó en mí. Cuando me ordenaron, tuve un sueño muy lindo, que ella vino a visitarme”.
Los designios de Dios
Jorge Braun (55) es comerciante, está casado con Rosa María Melnik y es papá de Adriana y Daniel. Nació en Ruiz de Montoya y es descendiente de suizos, por lo que desconocía la existencia de Ucrania y, por ende, de los ucranianos. Vino a Posadas para concluir sus estudios secundarios en el Instituto “San Arnoldo Janssen”, donde tenía compañeros de curso que pertenecían a la comunidad y lo invitaban a participar del ballet. “Les decía que sí”, hasta que llegó la fecha de la peregrinación anual a Itatí de los ucranianos del Noreste, que se realizaba el primer domingo de septiembre. Jorge Briski, quería hacer el tramo en bicicleta, pero no encontraba compañero de viaje. “Me invitó, y me animé. Llegamos pedaleando y el domingo arribaron colectivos de distintas provincias con gente de la colectividad, y ahí conocí a los de Posadas”, narró. Al otro día asistió a un cumpleaños, se fue integrando, y el domingo siguiente, presenció el ensayo del ballet. “Como no había manera de comunicarnos, establecimos que éste fuera el lugar de encuentro. Empecé a venir a la liturgia, aunque no entendía nada porque era del rito latino, y aquí conocí a mi esposa”, acotó. Cuando terminó el secundario, sus padres, Inés Amann y René, decidieron viajar a Suiza, y se fue con ellos.
Estuvo cuatro años viviendo en Europa, venía de vacaciones y seguía en contacto con los chicos de Posadas y con su novia, mediante cartas. “Vine alguna vez para la celebración de la Pascua, participaba y regresaba. Pero llegó el momento en que extrañaba demasiado y decidí volver”. Al año siguiente contrajo matrimonio con Rosa María, y a partir de ese momento siempre estuvo vinculado a la comunidad. “Me hice parroquiano, y venía a la liturgia. Es como que sentí ese llamado de Dios, sentía que quería hacer algo por la parroquia, darle algo, aportar algo. Hablé con el párroco del momento, y le dije que me gustaría a hacer algo, no sabía qué, porque no me sentía capacitado como catequista, pero empecé a trabajar en la catequesis. Venía, tocaba la campana, controlaba el horario para que los chicos salieran a jugar al recreo, que no se pelearan”. Así empezó, hace 19 años.
Después comenzó con algunas tareas administrativas. “En ese momento el diácono Alfredo, estaba como encargado de la catequesis. Él me fue enseñando, y cuando se fue a estudiar, quedé a cargo, como coordinador, entre los chicos, los padres, los catequistas. Mi esposa también incursionó como catequista y desde ese momento estamos juntos en la tarea. Fui sumando, algunos me invitaban a colaborar en el altar, y dije que me interesaba, siempre preguntaba, y así se fueron dando las cosas”, dijo. Sin darse cuenta se fue “encarrilando”, hasta que llegó la pregunta del padre Héctor, respecto a que si quería hacer el diaconado. “Lo pensé y dije que sí, en momentos que se abría la Escuela de Diaconado de la Diócesis de Posadas, en la parroquia Inmaculada Concepción, de Villa Urquiza.
Forma parte de la primera promoción y concluyó sus estudios en 2020, en ocasión que se ordenaron seis compañeros de la diócesis latina. Tras sufrir un problema de salud que lo tuvo un par de meses en silla de ruedas, surgió la posibilidad de la ordenación, “aunque venimos trabajando desde hace varios años, en distintas tareas. Hace diez años estamos visitando a los enfermos, llevando la eucaristía, acompañando al padre a las capillas. Antes lo hacíamos con un permiso especial, ahora tenemos el título oficial. Para la eucaristía éramos ministros extraordinarios, ahora somos ordinarios”, explicó Braun.
“Siento que es lo que me gusta. Tengo el acompañamiento de mi familia, con mi esposa sigo ligado a la catequesis, y cuando me toca ir a hacer la celebración de la palabra ella me acompaña, si hay que rezar un responso, ella está presente. Estamos trabajando a la par. Los chicos son grandes, lo aceptaron, porque se criaron viéndonos actuar de esa manera”, expresó.
Aseguró que el día de la ordenación “fue muy emocionante. Vinieron la mayoría de mis compañeros de la Escuela, que son diáconos, y quienes eran mis profesores, incluso uno que se recibió con Andrés que fue docente en mi tiempo. Tuvimos el acompañamiento de la gente, y muchas sorpresas. Como salimos de la comunidad, hay gente que nos manifiesta estar orgullosa de nosotros; que tener el valor de hacer lo que ella no se anima, de que nos dediquemos a Dios. Muchas veces viene de personas que uno no espera, que muchas veces las ve distantes, o las ve como alguien grande. Pero en realidad, es a nosotros a quien nos ven grandes”.
Inés Amann está muy orgullosa de su hijo Jorge. Antes de la ordenación esperaba ansiosa el momento y, después, contaba a todo el mundo lo sucedido en la ceremonia a la que llegó junto a su hijo Roberto. En el caso de Braun, “mi familia no era tan practicante, pero me transmitió el servicio con el ejemplo. René, mi papá, (fallecido) no era de ir a misa, pero cuando se hacían las fiestas patronales de la capilla o parroquia en Ruiz de Montoya, siempre estaba colaborando con el asado. Ese ejemplo de servir, de ayudar al prójimo, lo tuve siempre. Siempre estaba al servicio del vecino que necesitaba ayuda para levantar el galpón o la casa. Cuando venimos a Posadas servía al amigo que necesitaba ayuda porque estaba enfermo, o cuando venía gente del interior para ir al médico, papá los recibía, les ofrecía para comer y para quedarse a dormir, además de acompañarlos a hacer trámites. Ese servicio, esa ayuda al otro, fue de alguna manera su ejemplo de vida”.
“Quiero ser como usted”
Alfredo Nezechuk nació en el seno de una familia de descendientes de inmigrantes ucranianos, con todo lo que eso conlleva: costumbres, lengua, tradiciones y lo más destacable, una fe profunda que se expresa en la espiritualidad propia dentro de la Iglesia Greco-católica ucraniana. A los 6 años, comenzó a participar en familia, en la divina liturgia de la parroquia San Vladimiro. Llegó el momento de la catequesis, tiempo de conocer y de aprender los primeros rudimentos de la fe y “de conocerlo a Él, quien sostiene nuestro ser”. Los sábados por la mañana se sucedían entre las enseñanzas de la “catequesis”, labor llevada a cabo por las religiosas de la Orden de San Basilio Magno (OSBM), y los recreos con la infaltable pelota de fútbol, el mate cocido y galleta, para alimentar el cuerpo y el espíritu. La presencia entrañable del entonces párroco Emilio Ryndycz, “imagen de Él, por su afabilidad y bondad; fue marcando muy lentamente mi futura vocación”, hasta llegado el día que lo interpeló con esta frase: “Padre, quiero ser sacerdote como usted” ……obteniendo por toda respuesta una sonrisa y por toda palabra, ‘sería bueno que primero hicieras una carrera universitaria’. La semilla ya había sido plantada”.
Así fueron pasando los años, entre el colegio técnico y la divina liturgia, con sus letanías y melodías en rito bizantino, iba formándose el profesional y el futuro ministro de Dios. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes….(Jn. 15:16 ss).
En 2011, trascurrido el tiempo de los estudios universitarios, egresado como arquitecto y en ejercicio de la profesión -cumplido el consejo del párroco de la infancia- llegó la invitación del nuevo párroco, de ingresar al seminario. Y urgía una respuesta nada fácil de dar. “Me sentía realizado, con una profesión, un trabajo estable, un lugar donde residir, pero Él me estaba esperando e invitándome a “duc in altum” navegar mar adentro”. Así que, en febrero de 2012, con 36 años, y “las incertidumbres propias de la naturaleza humana” ingresó al Seminario Mayor San José de la Arquidiócesis de La Plata, por disposición del obispo eparquial. Así comenzaba esta nueva etapa en la vida de Nezechuk, “entre la formación académica: filosofía, teología, lenguas, también iba formándose y configurándose Él en mí. Configuración que nos lleva toda esta vida y la otra, la verdadera, en ser a su imagen y semejanza”.
El tiempo del seminario, fue un “tiempo necesario para afianzar la vocación y de conocer al Incognoscible que, por medio de la oración personal y comunitaria, estudios, trabajos y amistades de los pares seminaristas, uno va conociendo y afirmando ese llamado-vocación al servicio del altar y del prójimo. El ejemplo recibido de parte de los sacerdotes formadores del seminario, de los sacerdotes de la eparquía, profesores del seminario y de los mismos seminaristas fue decisivo para dar respuesta definitiva al llamado que nos susurra en lo profundo del corazón”. En 2016, recibió la ordenación subdiaconal, paso previo para recibir las órdenes sagradas del diaconado y presbiterado. Transcurrido el tiempo de formación que duró siete años de seminario y culminados los estudios en 2018, regresó a Misiones a dar respuesta a la segunda pregunta: ser ¿casado o célibe? En febrero de 2019 contrajo matrimonio y así, “una nueva realidad eclesial se hacía presente en mi vida, la iglesia doméstica, aprender a ser esposo y esperar la tan ansiada fecha de ordenación diaconal”. El 24 de junio, por imposición de manos de monseñor Kozelinski Netto fue ordenado diácono en la parroquia San Vladimiro, “parroquia que evoca permanentemente ese primer llamado y mi infancia junto a Él”, junto a Yañuk y Braun.
Actualmente, durante los fines de semana “mi servicio transcurre junto a mi esposa, compañera en la fe y servicio; en actividades litúrgicas-pastorales encomendadas por el obispo y en la semana como arquitecto y docente universitario”.