Ni siquiera para un Santo debe ser fácil la acumulación de pedidos, ruegos y misiones que le llovieron este domingo a San Cayetano, en un contexto crítico en lo económico y en lo social.
En ese marco, no parece nada cómodo ser Patrono del Pan y del Trabajo. Hace tiempo -pero sobre todo desde el agónico 2001- que en Argentina el 7 de agosto suele ser una fecha remarcada “en rojo” no sólo por los creyentes católicos, sino por toda la sociedad, incluidos los que profesan otros credos e incluso los ateos.
Ayer mismo en Posadas y otros puntos de Misiones se pudieron ver dos caras de una misma moneda: las masivas expresiones de fe que, como cada año, se convocan en las misas (este año de nuevo sin procesión) en la parroquia San Cayetano y las movilizaciones por calles, avenidas y rutas de organizaciones sociales que, desde hace seis años, aprovechan la fecha para visibilizar sus múltiples reclamos, más ligados a las políticas públicas que a la religión.
Así, las marchas se multiplicaron por todo el país, con pedidos que van desde los ya tradicionales “tierra y techo” que se adicionan al “pan y trabajo” originales, hasta la insistencia en “blanquear”, jerarquizar y dignificar la llamada “economía popular” en la que sobreviven 12 millones de argentinos, pasando por los ya también clásicos reclamos por un salario básico universal, entre otras herramientas para combatir el hambre.
Y ahora, para colmo, a San Cayetano se le complicó también el rol de Patrono de la Paz, visto el duradero conflicto en Ucrania y otras “guerras” de baja intensidad a lo largo y ancho del planeta.
Se suele decir que la fe mueve montañas y, al menos para los fieles católicos, un “lugarteniente” de Dios como es un Santo puede resolver por sí solo semejante cantidad de desafíos. Que así sea.