“Mi vida era novelesca”, manifestó la docente jubilada María Elvira Inés “Beba” Yelinek (80), al referirse a las vivencias que experimentó cuando, apenas recibida en el Colegio Santa María, de Posadas, se abrió camino en Colonia Primavera, monte adentro, distante a unos 30 kilómetros de Jardín América.
Lo hizo en compañía de su colega, Margarita Sato. Juntas fueron pioneras en cumplir tareas en la Escuela Nº65, en medio de una comunidad donde se destacaban los vecinos de descendencia nipona.
Como en Corpus, donde Yelinek residía junto a sus padres, no había colegio secundario, su padre decidió que fuera pupila del Instituto Santa María de Posadas, con apenas doce años. En 1959, cumplidos los 17, se recibió de maestra y, a partir del 25 de marzo de 1960, se hizo cargo varios grados de la 65.
“Era un momento en el que se habilitaban las escuelas provinciales como el Banco Provincia y otras instituciones. Con Margarita Sato fuimos a hablar con el presidente del Consejo de Educación, y le dijimos que queríamos trabajar. Nos preguntó ¿adónde quieren ir? Como ella era japonesa, quería ir a alguna colonia donde hubiera descendientes de ese país. Podíamos elegir entre Colonia Luján o Colonia Primavera, que estaba más cerca de Posadas. Elegimos esta última, justamente por la distancia. Quedaba a unos 30 kilómetros de Jardín América, que era una localidad floreciente, todo nuevo”, relató.
“Ambas fuimos las que habilitamos esa escuela, las pioneras. Le dije a mi amiga que fuera la directora y que yo me haría cargo de dos turnos, para ganar un poco más”, acotó.
Comentó que los Sato eran una familia muy conocida de Loreto. “Eran muchos hermanos, y uno de ellos tenía un camioncito que atrás tenía una planchada. En ese vehículo llevamos nuestra mudanza y cuando llegamos al lugar me quedé impactada porque conocía las plantaciones de yerba mate, pero allá se destacaban las plantaciones de té, que era una cosa que nunca había visto, una cosa hermosa”.
Además, la tierra “era espectacular, las mandarinas eran inmensas y las comíamos debajo de los árboles, las verduras eran extraordinarias”. Las esperaba un rancho, que era la escuela y, en inmediaciones estaba “nuestra casita”. Y los baños, llamados letrinas, un poco más lejos. Inicialmente un centenar de niños concurría al establecimiento. Estaban los hijos de los obreros, de los japoneses y de los rusos.
Después, a medida que fueron aumentando los estudiantes, llegaron más docentes. María del Rosario Portillo, que era la primera, y Alfredo Juan Kozache. “Entre los criollos estaba Silvio Quaglia, que tenía varios hijos. Una de sus nenas me adoraba y no se cortaba el pelo en todas las vacaciones hasta que yo regresaba para cortarle, porque ahí hacíamos de todo”, señaló quien también enseñaba música.
Aquí trabajaban en la “famosa” Comisión Cooperadora ya que sin ella “no existe nada. El presidente era un vecino de apellido Ansawa, que quería a la escuela, quería el progreso. No podía entender cómo una escuela no tenía escudo ni campana. Entonces venía a Posadas a pedir esos elementos, hasta que los consiguió”.
Según Yelinek, el frío que hacía en esa zona era “impresionante, las heladas eran tremendas. Las casas eran de madera al igual que la escuela, entonces hacíamos fogones para calentarnos. El agua amanecía congelada en los baldes. Eso fue bastante duro, pero como éramos jóvenes es como que no sentíamos nada, era toda una aventura estar ahí”. También realizaban tareas con el Club de Madres para comprar elementos, para comprar útiles escolares y otras cosas para los chicos. “Sin cooperadora no teníamos nada. Teníamos que comprar la tiza, los trapos de piso, los artículos de limpieza, el gas para el comedor, porque no nos daban el dinero, era todo a pulmón. Tanto en Colonia Primavera como acá, era así la vida del docente”, dijo.
De Colonia Primavera, adonde siempre quiere volver, “Beba” guarda “hermosos recuerdos de la juventud. Allá tenía un Citroën 2CV que heredé de mi papá, que era más para la vagancia que para otra cosa. La gente de la zona era muy buena, era muy respetuosa. Las maestras estábamos solas y en todo ese tiempo nunca nadie nos molestó, ni siquiera nos golpearon la puerta. Caminaba sola para ir a la casa de la señora de Sataka porque me encantaba la comida japonesa, la verdadera, que es lo más rico que puede haber. Siempre nos juntábamos, después íbamos a los arroyos, como el Tigre, que tenía agua fresca, cristalina. Pero siempre, era un respeto único”, destacó.
Tras divorciarse de Dallman, “Beba” se volvió a enamorar. “Fue de Valentín Balmaceda, con quien nos casamos, disfrutamos de la vida y viajamos por el mundo. La llegada de la pandemia, me hizo mucho mal porque me robó tres años de vida, y ya no pude viajar”.
Las fiestas patrias se celebraban a lo grande y se adornaba todo el predio escolar. Hacían una especie de feria de platos para juntar dinero, se escuchaban comedias y el recitado de los chicos. Según la ex docente, “había muchísimo sentido de patriotismo”. En una oportunidad, recibieron la visita del gobernador César Napoléon Ayrault y el vicegobernador Juan Manuel Irrazábal. Los japoneses les hicieron un agasajo impresionante. También los supervisores llegaban “para controlarnos, entre ellos, Caballero y Vallejos, que eran muy buenos”.
Nuevos aires
En uno de los bailes, conoció a Fernando “Buby” Dallman, con quien tuvo a Laura Inés, Fabio, Gustavo y Juan Pablo. Años más tarde, por resolución 179 de 1968 la trasladaron a la Escuela Nº 128 (ahora 528 Ramón García) del barrio Belgrano, de Posadas. “Era toda una novedad porque era una escuela de micro experiencias, donde se enseñaba por áreas. Hasta tercer grado éramos maestras, y después había área de matemática, lengua, ciencias sociales, y ciencias naturales. Venir desde allá, donde ejercía como maestra de campo, y encontrarme con todo esto, implicaba que tenía que prepararme, estudiar, hacer cursos, pero teníamos una directora muy buena que era Dora Acasuso de Lanziani. Fue una escuela que tuvo mucha repercusión por la calidad de la enseñanza”, expresó.
Añadió que “éramos un grupo de maestras muy trabajadoras. Y en esa escuela me jubilé. Creo que soy la única docente que no recorrí la provincia. Me presenté a concurso para directora en el interior, lo gané, pero renuncié porque mis hijos estaban acá e hicieron la primaria en la misma escuela. En cuotas y con sacrificio, me compré un Citroën 3CV. Eso me ayudó muchísimo para trasladarme con ellos”. Había llegado la época del proceso y las cosas no estaban muy claras.
La directora se había ido, pero a “Beba” le dijeron que no le correspondía la dirección, “que me iban a dar el cargo de vice. Era todo medio turbio, y no había que preguntar mucho. La que fue designada, también se fue, entonces me quedé a cargo de la dirección. Y así me jubilé. Además, en todas las escuelas nocturnas en las que podía tener un carguito, me iba, porque necesitaba el dinero. Porque era muy sacrificada esa parte de mi vida, pero era joven y todo parece fácil”, confió.
Como si fuera poco, en los momentos libres tejía a máquina para afuera. “Hacía polleras, sacos, tapados. Mis hijos odiaban porque les hacía pantalones oxford y remeras, cuando ellos querían que les comprara ropa de marca. Me jubile a los 42 años porque eran 25 años de servicio sin límite de edad. Quería jubilarme porque quería disfrutar de la vida”, señaló.