La maratónica sesión en la Cámara de Diputados de la Nación que, al cabo de más de veinte horas de tensos debates resultó en la caída del Presupuesto 2022 diseñado por el Gobierno, es una muestra más de la condena a la que estamos sometidos los argentinos de la mano de una clase dirigencial cada vez más vacía. Casi que da igual siempre, el resultado será optar por el daño menor.
Lo que comenzó el jueves y concluyó ayer en el Congreso de la Nación fue, ni más ni menos, una evidencia más de la visceralidad de los dirigentes y la carencia de empatía con un pueblo que, sin embargo, sigue confiando en los políticos para hallar la salida de una crisis estructural. Cabe siempre esta aclaración: los queremos siempre políticos, pero los necesitamos mejores.
El proyecto de Presupuesto 2022 que el Gobierno llevó al recinto es la confirmación de la ausencia de una agenda seria, de rumbos y de ideas consistentes con el tamaño de la crisis.
De igual manera si se hubiera aprobado habría sufrido tantas modificaciones porque estipula metas insólitas y hace proyecciones grandilocuentes que ni en el oficialismo se atreven a asegurar. Igual de peligroso es no contar con un Presupuesto, porque ello le dará más discrecionalidad al Gobierno para la asignación de los recursos, a la vez que genera más incertidumbre y complejidad política.
Como se advierte, cualquiera de las dos opciones es peligrosa y desencadenan una serie de acontecimientos nada favorables para los argentinos que, una vez más, fueron víctimas de una clase dirigencial que se pasó casi un día confrontando egos.