Recientemente, Federico Ramón Puerta dio una entrevista al Diario Perfil rememorando la crisis del 2001. “¿Usted cree que Cavallo fue un gran ministro aún con todo lo que pasó en su gestión y el cuestionamiento generalizado que, por ejemplo, el peronismo tiene hoy hacia él al recordar esos años?”, le pregunta el periodista, a lo que Puerta responde: “¿Y qué te parece? En la Argentina nadie pudo con la inflación. Sólo Cavallo, con Menem, claro. El techo político que le puso Menem y ese peronismo frentista, moderno, republicano, transparente en cuanto a sus acciones de gobierno, llámese privatizaciones, inserción de Argentina en el mundo, fue exitoso. En este país se habla mucho de los 70 años de inflación y se olvidan de que hubo 11 años sin inflación. Desde ya, en la vida hay que saber reconocer los éxitos y corregir los errores. No podemos volver a cometerlo”. Pero es mejor viajar en el tiempo.
El click de la sociedad fue una tapa de la revista Noticias (también de Editorial Perfil) de febrero de 2000. Mostraba al presidente Fernando de la Rúa en pijamas y como si estuviera durmiendo. “Basta de siesta” era el título. El Presidente latinoamericano que venía a ser una versión modesta del “nuevo socialismo” o “socialismo de la tercera vía” al estilo del inglés Tony Blair derivaba en un abogado cordobés, tranquilino, que había gobernado la Ciudad de Buenos Aires (la jurisdicción con mayor ingreso per cápita del país y probablemente del continente junto a San Pablo) y manejado recursos extraordinarios gracias a su buen secretario de Finanzas, Adalberto Rodríguez Giavarini.
A partir de allí, fue todo caída libre. Pocos meses después, Carlos “Chacho” Álvarez pegaba el portazo y dejaba de ser el vicepresidente electo de los argentinos (error histórico, por lo demás).
En 2001, todo siguió desbarrancándose mientras el gobierno de la Alianza aglutinaba en muy poco tiempo tres ministros de Economía. En marzo se iba José Luis Machinea y llegaba López Murphy portador de una ortodoxia intolerante y de un porteñismo más insuperable aún. Y finalmente, con los estertores de ese perro rabioso que ladró muy poco, se terminaba convocando al “padre de la criatura”. Y sí, le dijeron: “Domingo: vos diste vida a este espécimen hace diez años. Ya está grande y es ingobernable. Hacete cargo”.
La ley de convertibilidad de 1991 no era tan original, porque el presidente Carlos Pellegrini la había aplicado en el siglo XIX. En ese entonces, la conversión era al patrón oro. En el siglo XX era el turno de usar una moneda que cada vez cumplía un rol más importante para los argentinos: el dólar. Y durante una década, este mecanismo (un verdadero corset monetario que puede marchar en sociedades serias) había funcionado. ¿Qué dejaba para el Estado que no podía imprimir sin respaldo? Principio elemental: Recaudar más, gastar menos.
¿Y cuando esos dos recursos no alcanzaban? (se sabe que los argentinos en eso de gastar menos no suelen ser muy afectos): empezar a vender las pertenencias. Las famosas joyas de la abuela fueron liquidándose. Luego, en una tercera instancia, lo de siempre. Salir a pedir prestado y que otros paguen la fiesta con créditos y empréstitos internacionales para continuar con la ficción.
Una digresión: Las flamantes prestadoras de servicios públicos (recién privatizadas) encontraron rápidamente “el agujero del mate”. Vieron cómo funcionaba todo y cobraban tarifas (carísimas) en pesos, la pasaban automáticamente a un dólar (súper barato) y giraban las utilidades (en moneda estadounidense, naturalmente) al exterior (a sus casas matrices). ¡Maravillosa convertibilidad!
Y cuando llega Domingo Cavallo, el economista de la Fundación Mediterránea recurre a un gambito inserto en la propia Ley que había creado una década antes. Pagar con cuasi monedas. El peso quedaba para la Nación y las provincias ya andaban lanzadas muchas con sus propios billetes, bonos y letras. Claro, algunas hubo que hicieron eso. Otras, como Misiones, aceptaron que la Nación les imprimiera un “peso devaluado” y no convertible: las Lecop (que quería decir eso: eran Letras de Cancelación de Obligaciones de la Nación con las Provincias). Con eso se podía mantener en movimiento las economías ya bastante deterioradas.
Y al principio, se dijo que otra forma de restringir los gastos era con el ahorro. ¿Cómo ahorraron los estados? Pagando menos a los empleados públicos. En Misiones primero llegó el Impuesto Solidario de Emergencia (ISE) y luego el Impuesto Extraordinario y Transitorio de Emergencia (IETE). Los estatales, como es de imaginarse, chochos… chochísimos.
En octubre hubo elecciones de medio término y la Alianza gobernante (ya sin su pata del Frepaso) sufrió una dura derrota.
Ramón Puerta era senador y presidente provisional del senado, cargo al que había llegado mediante un trabajo febril de los gobernadores de las provincias del interior, entre ellas Misiones. La idea era que desde el Senado, se devolviera el favor con beneficios para las provincias. Los senadores peronistas (y sus provincias) festejaban que la mayoría lograda en esas elecciones legislativas se plasmara con uno de los suyos en la presidencia del Senado, lo que le daba también el primer lugar en la sucesión presidencial del debilitado gobierno de De la Rúa.
Había sido un año y medio de trabajo de la liga de gobernadores que llevaron a Puerta a ser presidente provisional del Senado y tercero en la línea sucesoria del Poder Ejecutivo. Pero como el segundo ya no estaba y el primero andaba bastante débil, quedaba casi como un virtual primero. Cuando renunció De la Rúa, era una oportunidad de asumir la Presidencia y cambiar la realidad del país, terminar con el centralismo porteño y empezar a mejorar el reparto para beneficiar a las provincias del interior.
Luego de la renuncia se recuerdan dos encuentros que tuvieron los gobernadores, el primero en Merlo (San Luis) y el segundo en Chapadmalal, para buscar una solución a la crisis. Los que estuvieron en el segundo encuentro rememoran que Rovira salió con el entonces gobernador de provincia de Buenos Aires Carlos Ruckauf (impulsor de los famosos Patacones). Y que el otro misionero “se había abierto”.
El jefe de la bancada opositora de gobierno era Raúl Ricardo Alfonsín, que tenía como asesor a Gerardo Morales. Alfonsín les decía “háganse cargo si ahora son gobierno”.
El 21 de diciembre de 2001, en su carácter de presidente provisional del Senado, Ramón Puerta asumió la presidencia de la Nación.
Pero Puerta, a la hora de tomar el toro por las astas, decepcionó, abandonó el cargo, hasta algunos dicen que huyó, no se sabe bien porqué. Por lo bajo, los que estuvieron cerca, lo acusan de más tarde inventar un relato de los supuestos hechos para justificarse.
Ese día convocó a la Asamblea Legislativa para elegir un nuevo presidente.
En ese dramático momento dicen que Puerta se marchó para Montevideo, Uruguay, cuando al ser presidente provisional del Senado ya podía estar al frente del país que mientras tanto se derrumbaba.
Lo llamaron a Puerta a Carrasco, en Montevideo y notaron que no podía casi hablar. Los que hablaron con él recuerdan que tenía la voz entrecortada, como si estuviera aterrado.
Los gobernadores peronistas, acostumbrados a manejar crisis sociales, no entendían cómo uno de los suyos, del interior profundo, tenía ese tipo de actitudes.
Fue una verdadera decepción para todos porque por primera vez se había armado un polo federal fuera de Buenos Aires. Había un contexto o clima similar al de ahora, antiporteño, por la falta de federalismo, los gobernadores se habían entusiasmado en el armado de algo del Interior.
Era una oportunidad única para que agarre el mando uno de ellos, situación parecida a la que ahora se está impulsando con el bloque neorevisionista.
Estuvo pocos minutos como presidente, hizo una sesión de fotos mientras el país se derrumbaba y luego abandonó.
A día siguiente renunció y fue reemplazado el 23 por el gobernador de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá, nombrado por la Asamblea.
Una semana después el puntano también caía. Lo habían elegido para que convocara a elecciones en 60 días -debían realizarse el 3 de marzo de 2002-, pero apenas entró a la Casa Rosada el puntano tomó medidas que hicieron pensar que quería quedarse a completar el mandato de De la Rúa, que vencía el 10 de diciembre de 2003.
Años más tarde, en una entrevista a un diario español, Eduardo Duhalde contaría que Rodríguez Saá tuvo en ese momento un ataque de pánico. Y se fue. Igual que Puerta, según recuerdan algunos.
Finalmente asumió Duhalde.
Lamentablemente, Misiones tuvo un presidente que le devolvió el poder a Buenos Aires, en una actitud de entrega que las provincias del interior nunca entendieron, hasta hoy. Se escucharon fuertes cuestionamientos de otros caudillos como el cordobés De la Sota, y el santafesino Reuteman, que eran gobernadores.