“Entonces los viajeros irán á visitar el admirable salto del I-guazú como van a visitar el salto del Niágara, el salto del Rhin en Schaffausen, el salto del Gavarnie en los Pirineos y tantos otros saltos. Los naturalistas y los turistas tomarán camino de Misiones y del alto Paraná, la República Argentina verá establecerse una corriente de inmigración de nueva clase, por que no dejará de reportar sus utilidades al país”.
Difícil imaginar un viaje a Iguazú en 1915. Sin embargo, en una revista literaria y social cuyo propietario era Julio Turrau, en una nota decía: “…Las cataratas del Iguazú han sido para mí una obsesión constante desde que vivo en Misiones. Las he visto en fotografías. Me las han descripto los turistas, he leído trabajos periodísticos referentes a ellas…Pero ¿es esto bastante? No. Muy al contrario, esas fotografías, esas descripciones y esos escritos han hecho más vehemente aún mi deseo de conocerlas”.
Y sin más, se embarca en el vapor Edelira en una Semana Santa. Lástima, el artículo promete continuidad, pero las bibliotecas capitalinas no tienen otro ejemplar de “La Aurora”.
Un siglo después, y con toda la tecnología que llevó las imágenes al mundo entero, con medios adecuados e infraestructura para recibir a miles de turistas, volver a las impresiones que dejaron los pioneros al admirarlas es algo más que interesante.
Alejo Peyret, en sus “Cartas Misioneras” publicadas en 1881, al referir un dificultoso viaje que hizo a las Cataratas, esto escribió: “En realidad, para poder observar de un modo completo el salto del I-guazú, sería preciso adelantarse por la misma cumbre, y entonces habría que abrir una senda, una picada por el medio de las selvas, sea en la costa argentina, sea en la costa brasilera. Pero un trabajo de esta clase, bastante costoso indudablemente ¿quién va a emprenderlo? No será un individuo aislado por supuesto; es preciso, pues, que lo haga la fuerza colectiva. Entonces los viajeros irán á visitar el admirable salto del I-guazú como van á visitar el salto del Niágara, el salto del Rhin en Schaffausen, el salto del Gavarnie en los Pirineos y tantos otros saltos. Los naturalistas y los turistas tomarán camino de Misiones y del alto Paraná, la República Argentina verá establecerse una corriente de inmigración de nueva clase, por que no dejará de reportar sus utilidades al país (…)”.
Pero vayamos más atrás en el tiempo: 21 de septiembre de 1892. Un destacado investigador, nada menos que Juan Bautista Ambrosetti, intenta llegar hasta los Saltos, navegando el río Iguazú. Pero ya en las cercanías de las extraordinarias caídas, se da cuenta que eso resulta imposible en canoa, por lo que decide continuar a pie. Y deja en una carpa todos los elementos de mayor peso, con un cartel que rezaba: “Carpa perteneciente a la expedición Nord Este del Museo de la Plata compuesta por los Señores Juan B. Ambrosetti, Adolfo Methfessel, Emilio Beaufils, acompañados por Santos Escobar, Juan Aquino y Joaquín Gonzalvez”.
Debían llevar provisiones, armas, elementos varios imprescindibles. Pero no contaban ni con los zapatos ni con la ropa adecuada. Ni con el calor, ni con los mosquitos. Quien alguna vez se adentró en medio del monte, de la selva, sabe bien que de nada sirven los productos – actuales- contra los insectos, cuando estos rodean a la persona en forma de zumbante nube. Ni qué pensar en aquellas épocas.
Luego de levantar el ánimo con un buen mate, continuaron trepando y sorteando obstáculos, hasta vivir el gran momento. Y confiesa Ambrosetti que toda descripción es pálida e insuficiente. Lanzaron un grito de júbilo y olvidaron todo el sacrificio extenuante que les demandó la caminata.
Acamparon en la parte superior del salto Alsina y volvieron a saborear un reparador mate. Cuenta Ambrosetti que en un cartucho vacío de carne Kemmerich, escribió un mensaje con un saludo a los próximos viajeros. ¿Alguien lo habrá encontrado?
Muchos investigadores posteriores, turistas, visitantes ilustres dejaron sus impresiones escritas en publicaciones varias e, incluso, en libros ya difíciles de hallar. Pero cuya lectura nos transporta a los orígenes del encantamiento que las hoy famosas Cataratas del Iguazú producían en ellos y siguen despertando emociones en quienes diariamente las recorren.
La leyenda del llanto eterno: i-guazú
El historiador e investigador, escribano Aníbal Cambas, recogió esta leyenda que los dueños de la tierra
referían explicando cómo se formaron las Cataratas:
“Cuenta la leyenda misionera, que las tierras situadas entre los ríos Alto Paraná y Uruguay, fueron escenarios de cruentas luchas sostenidas en horas lejanas del pasado, por las tribus guaraníes.
Si bien los primitivos habitantes de ese solar, subsistían con los medios que ofrecíanles la gran floresta y los grandes ríos regionales, las incursiones que realizaban con tal objeto, crearon muchas veces rozamientos por la invasión que unos y otros hacían, de zonas que ya se encontraban ocupadas.
Como consecuencia de las disputas entre esas partidas, sobrevino la guerra entre tribus que habitaban la selvática región situada al noreste de la Laguna Iberá. Esas tribus se nuclearon en dos grandes bandos, que ocuparon, los unos las tierras del norte y los otros las tierras del sud.
Cuando escuchaban los golpes de los tambores, anunciando la proximidad de la lucha, acudían hasta los sitios donde se prendían hogueras. Con sus armas adornadas danzaban alrededor del fuego encendido en los puntos dominantes de la región y luego buscaban a sus enemigos.
Frente a las sangrientas disputas surgidas entre los hermanos de esas tierras, las divinidades hicieron sentir sus generosas inspiraciones. Tupá, la superior divinidad del día, y Yací, la dulce emanación del bien en la noche, interpusieron sus altas influencias para que la paz fuera concretada y el bienestar se asentara en el espléndido solar.
Y para el cumplimiento de tan noble designio, dispusieron la unión de la hermosa I, renombrada doncella del norte, con el poderoso cacique Guazú, de las tierras del sud. Pero la desgracia habría de quebrar tan feliz destino…
Mientras la doncella emprendiera su viaje sin inconvenientes, el cacique sería atacado en el trayecto, por miembros de una tribu extraña oriunda del este, cuyo jefe pretendía a I, por lo que se había propuesto evitar que la resolución divina se cumpliera.
No obstante haber sido alcanzado por las flechas, que desde la espesura le dirigieron los inesperados enemigos, Guazú pudo seguir su marcha por la senda que le señalaron los dioses protectores. Desde lo alto de un cerro, divisó el herido cacique a la doncella del norte, que buscábale ya con impaciencia, y cuando húbose acercado, le expresó en dulce guaraní:
-Tupá y Yací nos ofrecen esta unión, para que con el amor sellemos la paz de nuestros pueblos.
Bajó la mirada la bella doncella, que le contestó: que así sea. Y la concertación de la paz quedó concluida, cuando la doncella y el altivo y fuerte jefe guaraní, se estrecharon en la cima del cerro…
Pero como si ese sólo afán lo hubiese contenido hasta entonces, desprendiéndose éste del tierno abrazo que los unía, cayó sin vida sobre el mismo borde del despeñadero.
El llanto de I sobre Guazú, fue eterno. Sus lágrimas se precipitaron al abismo después de haber bañado el cuerpo inanimado de su amado. En las profundas tinieblas del abismo, abrió sus fauces el perverso Añá, para recoger gozos en su garganta infernal, tan amarga expresión de desconsuelo.
Mientras la paz de los pueblos lográbase concertar, la fortuna de los hombres del nordeste se malograba para siempre.
Por ello el I-Guazú es el llanto eterno del alma guaraní, frente a su propia desventura. Desde el fondo del abismo Añá festeja estruendosamente, el frustrado anhelo guaraní. Pero por sobre los rumores abismales de Añá, consternados los hermanos del nordeste, decidieron concertar la paz”.
(Por Rosita Escalada Salvo, para PRIMERA EDICIÓN. Publicado el 24 de noviembre de 2011)