Por: Lic. Sergio Dalmau
Como si fuera un golpe de suerte en la perinola, las elecciones del último domingo nos dejaron un escenario pocas veces visto en Argentina. Más allá de los resultados, que tienen una lectura más clara si se hacen a nivel nacional, el oficialismo y la oposición salieron a festejar su triunfo. La gente se expresó pero de las urnas pareciera que salió un todos ganan.
Los argentinos fuimos llamados a definir la nueva conformación del Congreso que entrará en vigencia el próximo 10 de diciembre. Tuvimos la posibilidad de escoger en todo el territorio nacional a 127 legisladores para la Cámara baja y en ocho provincias dirimieron quiénes serán los 24 nuevos representantes para el Senado. Esto representa siempre una nueva oportunidad, a pesar de que desde hace un tiempo las opciones son siempre las mismas.
Antes que nada, debemos tener en cuenta que el de este año fue el primer proceso electoral que atravesamos desde que comenzó la gestión del presidente Alberto Fernández en la cual, la pandemia, por obra de la naturaleza y un tanto de inoperancia de algunos de nuestros funcionarios jugó un papel principal. Además, al pasado 14 de noviembre tampoco llegamos en blanco, el escenario ya venía sumamente marcado desde septiembre con el resultado de las últimas PASO.
Aquel domingo 12 de septiembre, fecha que ya parece tan lejana marcó un antes y un después en la gestión del Gobierno nacional. En ese anteúltimo domingo de invierno la coalición de Juntos por el Cambio tuvo una performance arrasadora. La oposición había ganado en casi todas las provincias e incluso en bastiones considerados peronistas. Al esperable triunfo en Capital Federal y Córdoba, se le sumaron las sorpresas de Buenos Aires, Chaco, Santa Fe, entre otras.
Para el Frente de Todos fue un cimbronazo y aquel resultado estuvo muy cerca de romper con el armado político del Presidente. Durante una semana reinó el caos y la paz llegó recién después de algunos cambios en el Gabinete. Alberto Fernández debió barajar y dar de nuevo para salir cuanto antes a dar vuelta la elección
Algunos de los nuevos funcionarios coparon la parada, su jefe de Gabinete Juan Manzur y el secretario de Comercio, Roberto Feletti, fueron las caras visibles del relanzamiento. El “Plan Platita” se puso en marcha y un congelamiento de precios llegó para ponerle freno a la inflación.
A su vez, del dólar nadie se olvidó, el Banco Central intervino todos los días para que no se dispare la cotización. El cepo y la quema de reservas hicieron que durante días se mantenga esa barrera psicológica de los 200 pesos, algo que el blue logró romper ampliamente en la previa de los comicios. Alberto Fernández por momentos tuvo una tarea pasiva con respecto a la campaña. Junto con su ministro de Economía, Martín Guzmán se encargaron de las giras por el exterior. Hubo encuentros con el FMI y participaciones en la cumbre de la COP 26.
Al mismo tiempo Juntos por el Cambio, sin el expresidente Mauricio Macri en la primera línea, se agazapó para ir por todo. El escenario por demás favorable que habían dejado las elecciones primarias, fueron los cimientos de los nuevos objetivos que se puso la oposición. Ser la primera minoría en la Cámara baja e ir por la presidencia de la misma era algo que creían factible. Aumentar la diferencia en Capital Federal y mantener la distancia en la provincia de Buenos Aires eran la clave.
Se trataba de ponerle algo más que un freno a la actual gestión, estaba claro que lo tomaron como un relanzamiento pensando en las presidenciales de 2023.
Así, después de poco tiempo y mucho desgaste llegamos a noviembre. El correr de los días durante esos dos meses marcaron un escenario cada vez más incierto. Las encuestas reflejaban que la tendencia a nivel nacional era irreversible pero en Buenos Aires, la madre de todas las batallas, la diferencia se había achicado.
Y así fue. Tras una jornada de votación que transcurrió sin grandes polémicas, esta vez el veredicto de las urnas marcó una situación diferente, un resultado que contentó a las dos principales fuerzas políticas del país y que también hizo saltar de algarabía a los libertarios. “Nosotros perdimos ganando, ellos ganaron perdiendo”, declaró la ahora diputada electa del oficialismo, Victoria Tolosa Paz, definiendo claramente la lectura que hizo su espacio político. Aunque, cabe destacar que el propio Presidente tuvo una reacción un tanto ambigua.
Al mandatario se lo pudo ver con dos semblantes diferentes en cuestión de minutos.
En un principio, tras conocerse los resultados y habiendo esperado el mensaje de los dirigentes de Juntos por el Cambio, Alberto Fernández emitió un mensaje grabado en el que, con voz apaciguada convocaba al diálogo y anunciaba que durante las primeras semanas de diciembre presentaría el plan para el acuerdo del FMI. Unos instantes después, ya en el búnker, dio un eufórico mensaje en el que habló de un triunfo y llamó a festejarlo en las calles en el marco del Día de la Militancia.
¿Qué celebró el Frente de Todos? A pesar de haber perdido en Buenos Aires, el resultado dejó una paridad absoluta y la repartición de bancas quedó igualada. Además, el oficialismo se aseguró seguir teniendo la primera minoría, aunque sea por poco margen. Dar vuelta la elección en la provincia de Chaco, no perder más terreno en la CABA y obtener una banca en Santa Cruz, fueron los motivos por los que el Gobierno celebró una victoria.
Pero, en Juntos por el Cambio también recogieron el guante. “Nosotros ganamos ganando y ellos perdieron perdiendo”, fue el mensaje de Patricia Bullrich, que también repitieron hasta el hartazgo los demás dirigentes de la oposición. Que el mapa se haya pintado de amarillo en la mayoría de las provincias, haber sumado más bancas y el hecho de obligar al Gobierno a hacer acuerdo con otras fuerzas para poder sesionar en la Cámara alta, fueron las razones que esgrimieron de este sector para también declararse ganador.
Quedó claro que estos dos bloques hicieron una lectura parcial de la situación ya que el oficialismo perdió terreno y la oposición no cumplió sus objetivos. Pero eso poco importó.
Entonces, en este contexto el problema no es tener dos ganadores sino el hecho de que ninguno sabe serlo. El aire triunfalista que se vive en el arco político hizo que al menos durante esta primera semana los funcionarios que deciden sobre el futuro de nuestro país sigan alimentando sus divisiones. Las veces que se habló de diálogo fue en un tono dominante, imponiendo condiciones antes que consenso.
El horizonte está puesto en 2023 y los dos frentes ya hablan de una interna para dirimir a los candidatos. Claro, para esa elección faltan menos de dos años, pero en Argentina eso puede llegar a ser una eternidad. El país atraviesa un sinfín de urgencias que hasta el momento no están siendo tratadas a fondo.
La realidad exige un gran acuerdo político, un diálogo que no puede quedarse solo en una foto para el Fondo Monetario Internacional y requiere la responsabilidad de la mayoría de los sectores. El acuerdo para el pago de la deuda, que en el mejor de los casos se firmará en un par de meses, implicará del esfuerzo de todos. Y esa es la cuestión, así como todos ganaron el domingo, cuando llegue el ajuste lo ideal sería que no pierdan siempre los mismos.
Luego de las elecciones hay que tener en claro que la vida de los argentinos sigue. El tema es evaluar en qué condiciones. Más allá del todos ganan, debemos entender que el costo de los resultados políticos, su burocracia, sus internas y sus malas decisiones de gestión o incluso aquellas aplazadas a los efectos de haber obtenido un mejor resultado en las urnas por parte del oficialismo, no lo paga el Gobierno sino la sociedad toda en su vida real.
Hay que frenar la contienda política para darle paso a la gestión, a eso fueron llamados tanto el oficialismo como la oposición.