La docente Ema Ana Friedrich (28) había desaparecido a poco de salir de la Escuela 95 de Almafuerte, donde trabajaba, y fue hallada muerta en medio de una plantación ubicada a unos 100 metros de la ruta provincial 227, que recorría diariamente para volver a su hogar.
Ese 20 de agosto de 1998, el cielo gris y la constante llovizna hicieron precipitar la noche. Y Emma debía atravesar ese camino despoblado y angosto para llegar a la casa donde vivía con sus padres.
Era la hija menor, trataba de ser puntual y si tardaba, acostumbraba a avisar a los suyos. Entrada la noche, los familiares avisaron a la Policía de que la joven no regresó al domicilio y enseguida se conformaron grupos de vecinos y policías para iniciar la búsqueda.
Eran alrededor de las 23. En una oscuridad total y a la luz de una linterna, dos jóvenes encontraron el cuerpo en una plantación de batata luego de atravesar un trillo de unos 100 metros por una zona boscosa.
Las hojas estaban maceradas en un radio de dos metros, producto de un violento forcejeo. El cuerpo estaba boca arriba en posición de defensa y el rostro tenía una expresión de susto. Los ojos estaban abiertos, la pierna derecha semifIexionada y tenía excoriaciones en el brazo izquierdo.
La ropa tenía mucha sangre y presentaba 28 orificios punzo cortantes en distintas partes del cuerpo, aunque los del cuello eran reiterados. Las palmas de las manos estaban sucias como si hubiera caído hacia atrás con todo el peso y presentaba rigidez cadavérica, ya que habían pasado casi cinco horas del asesinato.
Según la autopsia, murió por shock hemorrágico por múltiples heridas de arma blanca.
Claras evidencias
La noticia sobre la desaparición de Ema y el hallazgo del cuerpo llegó hasta el despacho de la jueza de Instrucción de Leandro N. Alem, Selva Raquel Zuetta, quien realizó la investigación preliminar del caso. Por los comentarios de los numerosos vecinos que llegaron hasta el escenario del crimen, dispuso que la policía concurra a los domicilios de las personas que habían tenido problemas con la maestra o su familia.
A su regreso trajeron al hermano menor del asesino, quien abrió la puerta en la casa de los Shuquel ya que el padre estaba ausente y Miguel se fugó cuando escuchó llegar a los uniformados.
EI menor relató que por la tarde su hermano le había dicho que iba al almacén, “pero no volvió, entonces comí un reviro y me acosté a dormir”.
Sobre la mesa de la precaria vivienda de los Shuquel se secuestraron dos cabellos claros bien cuidados, un pulóver húmedo, alpargatas recién lavadas colocadas en el brocal del pozo, una zapatilla con barro reciente y un paquete de cigarrillos. También un puñal de confección casera con restos de barro y sangre. Cerca de un ojo de agua también hallaron prendas de vestir con los mismos vestigios. El joven no supo explicar las evidencias encontradas en su casa y sólo reconoció las cosas que no lo involucraban.
Después de tres días de permanecer prófugo, Miguel Angel Shuquel se entregó a la policía cerca de la casa de un primo político, hasta donde había llegado para pedir comida y ropa. Tema rasguños en la pierna y en los brazos.
Familias enemistadas
La enemistad entre los Shuquel y los Friedrich era un hecho confirmado por varios testigos del caso, entre ellos el propio hermano de Ema. Todo se había originado algunos años atrás, cuando Baldomiro Shuquel fue despedido de la Municipalidad de Almafuerte mientras Friedrich era una especie de capataz.
Un jornalero comentó que en una fiesta que se hizo en Picada Finlandesa alguien elogió a uno de los Friedrich como jugador de fútbol, a lo que Miguel Angel contestó: “De esos ni me hables, les tengo rabia. Odio a Ema”.
El día del asesinato varios conocidos lo vieron cerca del lugar del hecho a la hora aproximada de la muerte. Una mujer que cumplía casi el mismo recorrido que la maestra es la única que vio al asesino parado cerca del trillo mirando hacia los costados, en actitud de espera.
Otro hombre se encontró con Shuquel después de las 18. Iba descalzo y llevaba las alpargatas en la mano. Estaba como nervioso, asustado, afligido, tenía el cabello como desparramado y manchas en la cara y en la ropa, describió el testigo. Llevaba un cuchillo y un machete.
Un tercer vecino que volvía de pescar por la ruta 227 lo vio caminando muy ligero.
Para la fiscal Yolanda Mazal, la prueba pericial era contundente, entre otras cosas la sangre del mismo grupo de Ema hallada en la ropa de Miguel Angel, además del cabello. Por ello, en los alegatos del juicio, acusó al joven de homicidio simple y pidió una pena de 12 años de prisión, pese a que la causa llegó a debate bajo carátula de “homicidio calificado por la alevosía”.
Finalmente, el lunes 30 de julio de 2001, el juez Correccional y de Menores, César Jiménez, homologó el pedido de la fiscal y condenó a 12 años de prisión al único sospechoso de asesinar a la maestra Ema Ana Friedrich de 28 puñaladas, el 20 de agosto de 1999.