“Siempre trabajé en el estudio, y en estos 25 años pasamos épocas buenas, y otras muy difíciles, con los vaivenes propios del país, tal como estamos acostumbrados. Pero nuestra profesión va de la mano con eso”, reflexionó Silvia Mabel Conde, quien recibirá el reconocimiento por los 25 años de servicio.
Añadió que cuando empezó, la calculadora era su principal herramienta, mientras que ahora, “si no tenemos Internet no se puede hacer nada. Tuvimos que ir actualizándonos, modernizándonos, aprendiendo, para estar al tanto de las modificaciones. Somos de la camada que se tuvo que aggiornar al cambio tecnológico, lo que trajo aparejado las grandes modificaciones en facturación, impositivas, en los requerimientos”.
Aseguró que este reconocimiento “es un orgullo. Ser contador público no es una profesión fácil, menos aún cuando sos profesional independiente, porque siempre estás en el medio de la presión impositiva de la AFIP o de los organismos recaudadores de impuestos, y el contribuyente, tratando de hacer lo mejor posible, bajo las exigencias que te pone el Estado”. Sostuvo que se trata de una profesión “muy cansadora, estresante, y los clientes no reconocen mucho nuestro trabajo”, pero, sin dudas, volvería a elegirla.
Confió que es contadora gracias a su padre, Miguel Adolfo Conde, un perito mercantil que vino desde Posadas a Aristóbulo del Valle en 1953 y cuando ese título “se utilizaba como contador público porque en esta zona no había. Armó un estudio y trabajaba como tal. Era uno de los pocos, atendía toda la zona, hasta El Soberbio, San Vicente, Campo Grande, Dos de Mayo. Recuerdo que lo acompañaba de chica, y crecí con eso, viendo a papá a las tres o cuatro de la mañana tecleando en su máquina de escribir en la época de vencimientos”.
Conde siempre quiso ser contadora pero cuando terminó quinto año, la carrera aún no existía en Misiones. Había que viajar a Resistencia, o a Santa Fe, donde estaban sus hermanos. Como no quería alejarse demasiado, optó por educación física en el Instituto Montoya. Cuando cursaba el segundo año, se abrió ciencias económicas, aprobó el ingreso y, a pesar del sacrificio, continuó con ambas. Se recibió de profesora de educación física y comenzó a trabajar en Posadas mientras seguía estudiando. Se casó, tuvo a su hijo, y siguió.
“Siempre digo que me recibí de contador público gracias a Eduardo Solís, que era mi profesor de Contabilidad, que en las clases siempre decía que quienes trabajábamos y teníamos familia, no importaba cuantos años nos llevara recibirnos, que nunca había que dejar, rindiendo al menos una materia por año. Esa fue una cosa que me quedó. Y así hice. Seguí sus consejos y me recibí el 29 de abril de 1996”, manifestó, quien luego se radicó en Aristóbulo del Valle y se hizo cargo del estudio de papá, uno de los más grandes de la zona. Ahora comparte el estudio con su hijo Javier Alberto Ortíz Conde. En pandemia, hubo meses que “tuvimos que trabajar a puertas cerradas. Tuvimos que adaptarnos, como todos”, acotó.