Es la aventura más maravillosa y arrolladora, porque nos lleva a replantearnos todo muchas veces.
Nadie nos enseña a serlo, mientras esperamos que lleguen a nuestra vida, podemos imaginarnos cómo seríamos nosotros, qué haríamos ante tal o cual situación, pero luego nacen y nos plantean situaciones impensadas, nos llenan de preguntas que nunca nos hicimos y nos llevan a salir de nosotros, de nuestra zona de confort, a atravesar miedos y a ser mejores para poder guiarlos. Entendemos que nuestra única tarea es acompañarlos, ayudarlos a ser ellos mismos, guiarlos para que descubran su particularidad, lo que los hace únicos y se animen a ser su mejor versión.
Cuando son bebés y lloran es increíble cómo nos enseñan porque al principio no entendemos ¿por qué lloran? ¿qué necesitan? y nos desesperamos, pero luego aprendemos a escuchar la diferencia del sonido del llanto y entendemos cuando significa que les duele algo, tienen hambre, sienten miedo o necesitan un mimito.
Luego cuando la vida comienza a golpearlos queremos protegerlos, que nada los hiera y viene un gran aprendizaje para nosotros: no podemos evitarles sufrimientos y frustraciones. Resulta curioso como nosotros sabemos que son esos sufrimientos los que nos enseñan y nos templan, que si los atravesamos resurgimos fortalecidos, lo sabemos para nosotros, pero cuando se trata de ellos es más fuerte el impulso de tratar de evitárselos.
Otra vez aprendemos, no podemos evitarles sufrimientos, desilusiones, heridas dolorosas, injusticias, pero sí podemos estar para ellos cada vez que nos necesiten, escucharlos, darles una palabra o simplemente nuestra presencia cercana que dice: “aquí estoy, nunca te soltaré, esto también pasará”.
En este viaje de ser padres vivimos un sinfín de emociones, a veces nos sentimos que somos buenos padres, que los educamos con amor y les transmitimos valores, pero muchísimas veces también pensamos que nos resulta difícil poder llegar hasta ellos, conectar y tener charlas que sumen, en especial cuando llegan a la adolescencia.
Ya hemos atravesado la etapa de bebés y después de un aprendizaje los entendimos, luego llegaron a su etapa de niñez y ahí aprendimos una palabra maravillosa que encierra muchas cosas: equilibrio. Debemos equilibrar disciplina con juegos, obligaciones con placeres, límites con permisos y poder transmitirles todo eso desde el amor.
Enseñarles y convencernos a nosotros mismos que los límites protegen, son como los carteles en la ruta que previenen los peligros, pero otra vez el equilibrio, también tienen que estar los sí, el dejarlos hacer, que nuestro miedo no los limite a intentar, aunque se caigan, dejarlos hacer su propia experiencia.
Ser padres es una aventura maravillosa, aprendemos a ver el mundo desde los ojos de ellos además del de los nuestros. Cuando son niños miramos sus dibujitos y conocemos sus personajes y superhéroes, sus juegos y risas llenan la casa, cuando crecen ellos nos necesitan, pero de manera diferente y es nuestra tarea la de encontrar nuestro lugar en esta nueva etapa.
En la adolescencia ya no jugamos con ellos como lo hacíamos antes, pero podemos buscar pequeños momentos para compartir y ser parte de su mundo como cuando los acompañamos a la estudiantina, a sus entrenamientos, a llevarlos y traerlos a la madrugada o dejar que queden en casa varios amigos, aunque eso sea sinónimo de intentar dormir con ruidos a la noche.
Es enseñarles a luchar por sus sueños, a creer en ellos mismos y que se den la oportunidad de intentar, de triunfar y fracasar porque los fracasos son sólo partes necesarias del triunfo, si aprenden a creer y no desistir, todo, hasta lo más impensado, llega.