Esta fotógrafa se lanzó a la aventura con una Corven Mirage 110 cc., allá por agosto de 2016 y tras sortear algún paréntesis, volvió a rodar y no piensa detenerse. “Me picó el bichito de los viajes, y planifiqué el primero, que fue corto, hasta Oberá. Lo distinto a la actualidad era que no tenía idea de viajar en moto. Me la había comprado más que nada para ir y volver del trabajo, y un buen día me propuse recorrer algo de Misiones”, recordó. Para esa mínima aventura, no contaba con un traje especial, sólo uno de lluvia; no tenía acceso a un grupo de motoviajeros, “no había tanta info como ahora, de gente que se aventuró a esta vida, de dejar todo y emprender un viaje sin tiempo”. La noche anterior fue a cargar combustible y comentó su propósito al playero de la estación de servicios, quien le dijo que en la ruta siempre hacía más frío que en la ciudad. Aparte de llenar el tanque, cargó un bidón con combustible adicional, mucha ropa, y una cámara GoPro, “porque quería experimentar un amanecer en la ruta y poder grabarlo”.
Fue un viaje planificado, con estadía incluida. “Llegué muy bien, aunque me morí de frío, tenía dos calzas y medias de lana, que se convirtieron en mis compañeras de viaje. Además, dos pullóveres, y guantes, porque al amanecer se me congelaban las manos, pero fue una experiencia súper positiva. En ese entonces estudiaba periodismo por lo que al otro día volví a Posadas, pero desde entonces me quedó el gustito del viaje”. Por muchas otras cuestiones, laborales, personales y de familia, no “rodó” más hasta hace dos años cuando volvió con una Yamaha YBR 125, que es la moto que la acompaña, con otras perspectivas, con otros objetivos. Decidida, aseguró que el fin del primer viaje “fue demostrarme que podía siendo inexperta. Con una baja cilindrada pude ir y volver tranquilamente. Fue más que nada animarme, fue trabajar sobre el miedo, la incertidumbre”.
Tatiana admitió que “soy de mandarme, de que no me importe mucho lo que me puedan llegar a decir. En ese entonces mamá estaba con vida. Mis padres eran reticentes a que me subiera a una moto, entonces crecí con la idea que las motos eran peligrosas, hasta que me compré la primera. Cuando aprendí a manejar, empezó a gustarme, comencé a sacarme todos esos miedos heredados, toda esa cuestión quedó atrás. En moto tenés vista para donde mires, el frío, el calor, los olores, se sienten de manera distinta. Si bien el riesgo es mayor, la libertad que sentís, la adrenalina es diferente. Eso es atrapante”.
Al fallecer, su madre le dejó un dinero como herencia por lo que “pegué un saltito” y compró la Yamaha. Vivía en Puerto Iguazú y ya no se “bancaba” los colectivos y estar pendiente de los horarios. Como llegó de esa manera, la apodó “La Coca”, como su mamá, siguiendo esa costumbre que tienen de bautizar a la compañera de dos ruedas. “Porque los que estamos en esto, sentimos que la moto tiene alma. Es una relación simbiótica. Viajás con ella, llegás a destino. Arriba de la moto experimentás alegrías, te desenchufás, los problemas se van con el viento, llorás, en la ruta encontrás un momento perfecto para acomodarte la vida, llegar a conclusiones, cerrar ciclos”. Ahora viaja con Imán, su mascota, pero aseguró que todo viaje “tiene su lado interesante, y eso es lo que hace que quiera una seguir haciendo lo que hace”.
“Viajar es un cable a tierra, libertad, demostrarte que podés superar obstáculos, miedos. Cada viaje es distinto. No se iguala. Hay cosas que pasan que nutren o dejan aprendizajes. Cuando uno se va, no vuelve igual, volvés con la cabeza más abierta, conociendo gente que se transforma en amiga, viendo otras realidades”, celebró, mientras solicitó que la sigan a través de las redes sociales.
Para Tatiana, tener que esperar a otra persona “para cumplir tu sueño, me parece un despropósito cuando lo podés hacer sola. Que eso no nos frene, comparto viajes con otras personas, pero cada uno rueda en su moto. Soy selectiva a la hora de llevar acompañante, y para elegir la moto a la que me subo. Cada uno va encontrando su límite”.
Adaptarse de a poco
La reportera gráfica entiende que al empezar a tejer redes con otros motociclistas, “empezás a ver su camino, a tener afinidades, por ahí te puede estar ayudando alguien que sabe de mecánica o es mecánico, pero está a mil kilómetros de tu casa, y te da una mano desinteresada a cualquier hora, o se queda pendiente hasta que arreglaste de alguna manera. Se forma una comunidad muy linda”. Lencina no forma parte de agrupación alguna, primero quiere experimentar vivencias. A la hora de emprender una travesía, es muy cuidadosa y toma todos los recaudos: chequea el aceite, los fluidos, la batería, si no sabe algo, pregunta, se nutre, aprende, sobre todo en Instagram donde es “minita en moto”. Dice que algún día asistirá a un curso de mecánica “porque saber arreglar la moto te da esa independencia, te puede sacar de muchos aprietos, de perder el tiempo o que te agarre la noche y se complique”.
Lo indispensable, lo que no puede faltar, “es el equipamiento de seguridad personal porque si ocurre algún percance, lo primero que se golpea sos vos. Un buen traje es importante, pero están carísimos, y si no se puede, hay que comprar protecciones, que son más accesibles, guantes, casco, el mejor que puedas (homologado, que siga las normas, tiene vencimiento, que sea ajustado). Te puede hacer la diferencia entre un traumatismo de cráneo y la muerte. Protecciones para los ojos, en caso que la visera esté rayada o rota”.
“Cuando tenés intenciones de salir a la ruta, te tenés que ir armando. Todavía no tengo botas, pero sí un buen calzado de trabajo con caña media, no uso zapato abierto porque es muy importante que te sujete los tobillos. Las herramientas, aunque más no sean las que vienen con el rodado, tanto para uno como para parar y ayudar a otro. Agua para hidratar, algo para comer, frutas, inflador, hay quienes llevan cámaras, cubiertas, parches, y le puse un líquido que sirve para sellar pinchaduras de menos de tres milímetros”, aconsejó, aunque observó que “cada cual equipa la moto para el uso que le va a dar. La mía estaba pensada para ciudad, para ir de casa al trabajo, pero la fui modificando. Entre otras cosas, coloqué los soportes laterales para valijas rígidas. Un vecino, herrero, me hizo las añadiduras porque no vienen para este modelo, entonces, para viajar agrego las valijas, cuando me quedo, las quito”.
Otra de las cosas que hizo, fue cambiar las cubiertas para doble propósito (ripio y asfalto) porque su idea es “meterme por caminos alternativos. Cada uno va personalizando. Puse parabrisas que sirve muchísimo para evitar insectos, que el viento no te pegue en el pecho, o amortiguar algún objeto que se vuela del vehículo que va adelante. Hay un sinfín de cosas que se pueden ir añadiendo. Es una picardía no empezar a pensar en equipamiento, mientras resista el bolsillo”.
“Minita en moto”
A través de este proyecto, Tatiana busca dar una vuelta de tuerca a varias cuestiones. Demuestra que es una persona que se atreve, se aventura, que piensa, que decide, que tiene miedos, que “a pesar de” o “gracias a”, agarra su moto y sale. Sale a la vida, trata de inspirar a otra, a que se anime. “Tal vez estén conformes con su vida, su rutina, su familia tradicional, pero quiero mostrar que podés salir, desestructurarte, dar algo a alguien que no la pasa bien, tiene miles de dudas o no se anima. Puede ser en moto, auto, trabajar, buscar su propio bienestar, empezar a generar conciencia, información”, enumeró, quien en marzo de 2020 había salido a recorrer Misiones, pero en la noche en que se decretó el aislamiento obligatorio, tuvo que volver.
El trasfondo del proyecto es mostrar los lugares, el lado B. “Está hecho a pulmón, y con el trabajo sustento parte de los viajes. Durante la pandemia aprendí a embellecer uñas, peluquería, como si fuera a vivir trabajando en el viaje, además de mostrar y conocer. Como fotógrafa, trabajo con turistas y tengo experiencia. En lo personal me atrae mucho ese estilo de vida”.