“Todos los días tengo que escuchar al menos un chamamé, porque eso es lo que me hace sentir bien”, expresó Ramón Alberto Acosta (58), un colectivero jubilado, a quien la pasión por este ritmo musical le llegó siendo muy pequeño. Nacido en el “corazón de la rotonda de Posadas”, fue su papá, Feliciano, quien lo introdujo en este mundo, en el que quedó inmerso, y ahora atesora más de mil compactos de sus artistas preferidos. “A papá le gustaba mucho que bailáramos con mi hermana Norma, que es la que me sigue. En esa época el estilo que más se bailaba en Misiones era el de los Hermanos Barrios. Inclusive aprendí a cantar el tema ‘En tu ventana’, que es en guaraní, cuando poco y nada entiendo el idioma”, manifestó.
El chamamé “me empezó a gustar más tras la muerte del padre de Antonio Tarragó Ros, allá por 1978. Tuve la suerte de conocer a sus músicos, que vinieron en 1982, traídos por Luis Ángel (Barchuk) Monzón, a quien propongo para que una calle o avenida de Posadas lleve su nombre. Él fue uno de los más completos, incluso adaptó ese ensamble de la música de afuera, de su colectividad ucraniana, con el chamamé. Ojalá que Misiones lo reconozca. Por cuestiones desconocidas, no pudo registrarse como tal, y se pone Monzón, por el campeón del mundo de boxeo. Tuve la suerte de conocerlo, fue mi pasajero”, expresó.
Con el correr del tiempo, Acosta fue conociendo otras líneas de chamamé. Confió que la de Tarragó Ros “es la que se toca en el campo, el hombre que trabaja con los animales, oficio campero, el mencho, después de su jornada laboral, viene, se sienta, agarra su acordeón de dos hileras, ocho bajos, y saca un chamamé sin guitarra, porque el bajo ya suplía al instrumento de cuerda”. Después, “me empezó a gustar la línea de Montiel, nacido en Paso de los Libres, que es más tirando a Brasil. En el paraje Ombucito, que hoy es un barrio, está la casa Santa Ana, que era de su madre, y compuso el tema en su honor”.
Después está Mario del Tránsito Cocomarola, que sería de otra línea: un canto al amor, al paisaje, más guaranítico. “Empezó con la verdulera, pero creyó que iba a crecer más con el bandoneón, y tenía dúos que sobresalieron y perduraron en el tiempo, como Vera-Lucero, Verón-Palacios, Cáceres-Almeida. Su hijo “Coquimarola” no es parecido en la línea, pero mantiene su esencia”, agregó.
Isaco Abitbol también encabeza la lista. “Lo quiero mucho. Vivió por acá durante muchos años. Pareciera que acarreaba una tristeza, melancolía. En una ocasión, vino a tocar en el colegio Santa Catalina, me acerqué y lo saludé. Y, en otra, iba caminando por Bolívar, entonces lo seguí sólo para mirar al hombre que era una personalidad. Tenía un estilo medio tanguero, era un hombre que no te tocaba igual el mismo tema dos veces, y antes de tocar, rezaba una oración. Él valoraba tres cosas: la amistad, el vino tinto, y su bandoneón. Lo triste es que murió en la miseria, eso da bronca. Pero él se ganó su lugar. Conocí el mausoleo en Alvear, donde descansan sus restos”, comentó.
Estos autores, a los que describió Acosta, son los que más escucha. En sus 28 años como trabajador del volante, también lo hacía. “El colectivo fue para mí un sacerdocio, siempre fui de hablar, de explicar a la gente, qué significaba. Es mi forma de ser, no sé si podría vivir sin escucharlo, me relaja, me emociona mucho. A veces escucho y se me pianta un lagrimón. Solía invitar a los amigos chamameceros a mi cumpleaños”.
A Paola, su esposa, que es sanjuanina, también le gusta la música de la región. Y, a veces, cuando la casa se invade de música sacra, “ahora que estamos en cuaresma, mi hijo Simón, me dice, papá: ¡poné un chamamé! Mi tarea designada es el riego de las plantas, y pongo algún chamamé mientras hago eso”, sostuvo Acosta, que además es padre de Ruth, Bruno y Leo, y abuelo de Aitana, Luana y Lautaro.