En nuestro presente, regalarnos ese día de silencio implica desconectarnos no sólo del entorno y los quehaceres, sino también de las múltiples pantallas grandes, medianas y pequeñas que se han tornado imprescindibles y distractivas, a fin de descubrir que podemos estar con nosotros mismos en el ahora, respirando profundamente, relajándonos y “liberando nuestro almacén mental, para que no se atiborre de temores, problemas insolubles, pensamientos obsesivos, emociones reprimidas y esperanzas torturadas. Generalmente tenemos guardada toda esta materia en efervescencia, hasta que finalmente explota como colapso nervioso o dolencia grave”, nos advertía Mataji.
En realidad, pocas personas hay que sean capaces de enfrentarse con toda la verdad, como observaba la Maestra, pero cuando nos volvamos con verdadero interés hacia el Poder Superior que llevamos dentro, no necesitaremos justificarnos ni defendernos. Entonces, si no aprovechamos las horas de soledad para examinarnos interiormente y luego entregarnos a la contemplación y a la meditación, esas horas perderán valor y se convertirán en vacío y monotonía.
En cambio, como decía Mataji, una tarde silenciosa de profunda reflexión puede permitirnos mirar bien hondo dentro de nuestra “cámara interior”, donde nos contemplaremos tal cual somos y así reconoceremos nuestras faltas y comenzaremos a resolver nuestros problemas. “¡Es tan poco lo que nos conocemos!”.
Y si bien el disciplinarse no es tan difícil, en la mayoría de los casos debemos realizar un esfuerzo constante para estar alertas, pero veremos que es muy valioso intentarlo y comprender plenamente las palabras de Sócrates: “Conócete a ti mismo”, pasando por las de Pitágoras: “El comienzo de la sabiduría es el silencio”. Entonces, en tus horas de silencio desconéctate de todo lo externo y conéctate con tu Ser, sintiéndolo Uno con Todo. Namasté.