Para ello nos recomendaba revisar por nuestro propio bien nuestros hábitos alimenticios, al tiempo que nos brindaba valiosas orientaciones dietéticas.
El primer consejo era no beber agua helada porque perjudica la digestión, preferir el agua purificada y a temperatura ambiente, beber un vaso al levantarse por la mañana, otro al acostarse por la noche y tratar de completar de 6 a 8 vasos diarios o calcular un vaso por cada siete kilos de peso. También nos recordaba que, después del aire, el agua es uno de los elementos que más necesita la naturaleza humana, considerando que ocho décimas partes de nuestro cuerpo físico están compuestas de agua y que eliminamos cerca de dos litros al día, por lo que un consumo insuficiente perjudica al organismo, aunque insistía en que no hay que tragarla de golpe sino beberla poco a poco.
En cuanto a los alimentos, Mataji nos recomendaba ingerir la cantidad que nuestro organismo pueda asimilar, elegir los que mejor le sientan, masticarlos cuidadosamente y cocer los vegetales en poca agua y a fuego lento o al vapor. Al mismo tiempo advertía que una dieta rica en grasas y pobre en proteínas inhibe las funciones de las enzimas, por eso aconsejaba emplear sólo aceites “exprimidos en frío” y destacaba que la fuente más rica en proteínas es el poroto de soja (y esto ya lo decía varias décadas atrás). Respecto de las frutas, nos indicaba que es mejor comerlas que beber su jugo.
La maestra decía también que el mejor endulzante es la miel natural. Respecto a la leche, consideraba su empleo solamente “si procede de vacas sanas cuyo heno y pienso no están tratados con sustancias químicas”. Luego mencionó la dieta alimentaria de los atletas rusos que tuvo oportunidad de conocer y que era muy parecida a la que recomiendan los yoguis hindúes, “una dieta natural combinada con técnicas respiratorias especiales y con un estilo sano de vida fomentado por los ejercicios.”
Pero Mataji destacaba que lo esencial es la actitud mental mientras se come, que es el tema de la próxima nota. Namasté.