Por Diana Fernández
UNICEF publicó un informe en el que se demuestra cómo, si bien los síntomas entre los menores infectados siguen siendo leves, las infecciones están aumentando y el impacto a largo plazo en la educación, la nutrición y el bienestar de toda una generación de niños y jóvenes puede marcar su vida. Por ello, pide acabar con el mito de que los niños apenas se ven afectados por la enfermedad. También destaca que, con las medidas adecuadas, es mejor tener las escuelas abiertas que cerradas.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia describe de manera exhaustiva en ese documento las graves y crecientes consecuencias para los niños a medida que avanza la pandemia y demuestra que, si bien los síntomas entre los menores infectados siguen siendo leves, las infecciones están aumentando y el impacto a largo plazo en la educación, la nutrición y el bienestar de toda una generación de niños y jóvenes puede alterar la vida.
“A lo largo de la pandemia de COVID-19 ha existido un mito persistente de que los niños apenas se ven afectados por la enfermedad. Nada podría estar más lejos de la verdad”, asegura Henrietta Fore, directora ejecutiva de UNICEF.
“Si bien los niños pueden enfermarse y propagar la enfermedad, esto es sólo la punta del iceberg de la pandemia. Las interrupciones en los servicios clave y las crecientes tasas de pobreza representan la mayor amenaza para los niños. Cuanto más persista la crisis, más profundas serán sus repercusiones en la educación, la salud, la nutrición y el bienestar de los niños. El futuro de toda una generación está en riesgo”, añadió.
El informe concluye que en 87 países con datos desglosados por edad, los niños y adolescentes menores de 20 años representaban una de cada nueve infecciones por COVID-19, o el 11% de los 25,7 millones de infecciones notificadas por estos países. No obstante, señala que se necesitan datos más fiables sobre infecciones, muertes y pruebas para comprender mejor cómo la crisis afecta a los niños más vulnerables y orientar la respuesta.
Si bien los niños pueden transmitir el virus entre sí y a los adultos, existen pruebas claras de que, con medidas de seguridad básicas, los beneficios de mantener las escuelas abiertas superan los costos de cerrarlas, señala el informe. Las escuelas no son el principal impulsor de la transmisión comunitaria y los niños tienen más probabilidades de contraer el virus fuera de los entornos escolares.
Pese a todo, su salud está amenazada
Las interrupciones relacionadas con el COVID en los servicios sociales y de salud críticos para los niños representan la amenaza más grave para los niños, dice el informe.
Utilizando nuevos datos de encuestas de UNICEF en 140 países, señala que “alrededor de un tercio de los países analizados registró una caída de al menos el 10% en la cobertura de servicios de salud como vacunación de rutina, atención ambulatoria de enfermedades infecciosas infantiles y servicios de salud materna”. El miedo a la infección es una razón importante para no acudir al centro médico.
Hay una disminución del 40% en la cobertura de los servicios de nutrición para mujeres y niños en 135 países. En octubre de 2020, 265 millones de niños seguían perdiendo las comidas escolares en todo el mundo.
Más de 250 millones de niños menores de cinco años podrían perderse los beneficios de los programas de suplementación con vitamina A.
Asimismo, 65 países informaron una disminución en las visitas domiciliarias de los trabajadores sociales en septiembre de 2020, en comparación con el mismo período del año pasado.
Los datos más alarmantes del informe señalan que en noviembre de 2020, 572 millones de estudiantes se vieron afectados por el cierre de escuelas en 30 países: el 33% de los estudiantes matriculados en todo el mundo.
Se estima que en un período de doce meses podrían morir dos millones de niños más de muertes infantiles y 200.000 bebés más nacerían muertos, con graves interrupciones de los servicios de salud y aumento de la desnutrición.
Otros entre seis y siete millones de menores de cinco años sufrirán emaciación o desnutrición aguda en 2020, lo que supone un aumento del 14% que se traducirá en más de 10.000 muertes infantiles adicionales cada mes, principalmente en África subsahariana y Asia meridional.
A nivel mundial, se estima que el número de niños que viven en la pobreza multidimensional –sin acceso a educación, salud, vivienda, nutrición, saneamiento o agua- se ha disparado en un 15%, o 150 millones de niños más para mediados de 2020.
Por todo ello y para responder a esta crisis, UNICEF pide a los Gobiernos y otros agentes de la sociedad:
• Asegurar que todos los niños continúen con su educación, incluyendo en este principio el cierre de la brecha digital.
• Garantizar el acceso a los servicios de nutrición y salud, y hacer que las vacunas sean asequibles y estén disponibles para todos los menores.
• Apoyar y proteger la salud mental de niños y jóvenes y poner fin al abuso, la violencia de género y la negligencia en la infancia.
• Aumentar el acceso al agua potable, el saneamiento y la higiene y abordar la degradación ambiental y el cambio climático.
• Revertir el aumento de la pobreza infantil y garantizar una recuperación inclusiva para todos.
• Redoblar los esfuerzos para proteger y apoyar a los niños y sus familias que viven en situaciones de conflicto, desastre y desplazamiento.
“Pedimos a los gobiernos, los socios y el sector privado que escuchen a los niños y den prioridad a sus necesidades”, dijo Fore. “Mientras todos reimaginamos el futuro y miramos hacia un mundo pospandémico, los niños deben ser lo primero”, sentenció.
Mantener las escuelas abiertas
La reaparición de la infección de COVID-19 en algunos países ha generado el debate sobre si las escuelas deberían volver a cerrar. Las pruebas demuestran que los beneficios netos de mantener las escuelas abiertas superan los costes derivados de cerrarlas.
Las escuelas no son el principal medio de transmisión comunitaria. Los datos de 191 países recopilados entre febrero y septiembre de 2020 no muestran una asociación consistente entre la reapertura de las escuelas y las tasas de infección por COVID-19.
En julio de 2020, el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades llevó a cabo una evaluación sobre el papel que desempeñan las escuelas en la transmisión de la COVID-19: sus autores concluyeron que la transmisión entre los niños en las escuelas era poco frecuente y no se consideraba la causa principal de COVID-19 en niños que se infectaron en el mismo período en el que estaban yendo a la escuela.
No obstante, es importante subrayar que las instituciones de educación superior han influido en la transmisión comunitaria en muchos países.
Los niños tienen más probabilidades de contraer el virus fuera del entorno de la escuela. El riesgo de que se infecten con el COVID-19 es mucho más alto cuando hay un brote en la comunidad. Un estudio llevado a cabo por el Gobierno británico reveló que las tasas de infección entre los estudiantes y los maestros no aumentaron tras la reapertura de las escuelas en verano, y los brotes localizados se asociaron a brotes regionales, no a la apertura de las instituciones educativas.
Los datos publicados por la Brown University muestran bajos niveles de infección entre los estudiantes y los maestros en los Estados Unidos. Tras realizar un seguimiento de las infecciones durante un período de dos semanas a partir del 31 de agosto, fecha en la que se comenzaron a reabrir las escuelas, se concluyó que sólo un 0,77% de los estudiantes y un 0,16% del personal escolar habían tenido casos confirmados o posibles casos de coronavirus.
Además, en las escuelas se han establecido importantes medidas de mitigación a fin de reducir los riesgos de transmisión. Es preciso seguir respaldando estos esfuerzos.
El cierre de las escuelas puede ocasionar consecuencias enormemente negativas para los niños. Cerrarlas los expone a múltiples riesgos.
Cuanto más tiempo permanecen cerradas, más sufren los niños la pérdida prolongada de aprendizaje, además de la repercusión negativa a largo plazo, que puede afectar a sus ingresos futuros y a su salud.
Dependiendo de la edad, el género, la condición de discapacidad o el nivel socioeconómico, muchos niños (sobre todo los adolescentes) no regresan a la escuela después de los cierres prolongados, y es posible que muchos más sufran una pérdida permanente de aprendizaje. Además, para muchos de ellos la escuela es la única fuente de nutrición, asistencia psicosocial y servicios de salud.