“Nina está horneando una torta de ricota y un pan de miel. La larga mesa está puesta y no falta la sopa borsch, para la familia y sus invitados. En un claro acto de amor, servicio y hospitalidad, esperamos a un querido conferencista”. Así describía Alicia Cybulka Borszcz, en su capítulo “Retrato de una mujer líder” en la Antología “Mujeres llenas de Dones”. Es que su apellido materno se pronuncia igual que la sopa típica de Ucrania.
Un amigo de la familia llegaba de visita, y decía “llegué a almorzar, agreguen agua a la sopa”. Y no, la sopa era consistente, llevaba tiempo de cocción, no era ni de sobrecitos, ni improvisada. Podía ser la típica de remolacha, o podía ser con capusta (repollo) pero siempre alcanzaba para todos, y también era compartirla con algún paciente internado de las chacras aledañas en el Hospital de Alem, donde Nina asistía cual dama rosa, -sin título, pero con constancia- su legado de servicio.
Esto mismo ocurría cada domingo en casa de Juan, como también en la de sus hermanos, en los años 30, hasta los 90, en Gobernador López. Eran infaltables la sopa y el pan casero, con varéniques y “smetana” (crema de sus tambos), y otros manjares cocinados por las mujeres de la familia. ¡Es que, todas cocinan exquisito! Algunas incluso son chefs con títulos y otras con los más grandes honores, para disfrutar con toda la familia.
Eslabones de este linaje de tantas generaciones mantienen viva la costumbre de sentarse alrededor de una mesa donde no falta el borsch – típico de sus orígenes- y homónimo a su apellido, pero acompañados de otros manjares que, como tradición se mantienen: los ricos panes, panes dulces y otras costumbres.
¿Quiénes son los Borszcz?
Son una familia numerosa, que vino desde Ucrania a plantar su tenacidad y perseverancia a la tierra colorada. Al poco tiempo de instalarse en Gobernador López, empezó a labrar sus tierras, construir sus casas y sus secaderos de té y yerba.
La familia Borszcz es fruto del vínculo entre Demetrio y Catalina, en Lutzk, Ucrania. Un matrimonio junto a sus hijos que dejó su tierra natal para plantar bases en Gobernador López, con su enorme descendencia. Hoy cuesta contarlos -muchos ni recuerdan cuántos son nietos de sus padres-, pero en su árbol genealógico acreditan 40 nietos, 140 bisnietos, 217 tataranietos, 121 choznos, y 1 bichozno, quienes están instalados en Misiones, en el Sur, Centro y Norte de Argentina, Estados Unidos (el caso de Pedro y su familia), otros en Paraguay, Suiza, y una última tataranieta que inició su travesía en Alemania, todos con nuevas profesiones, además de los que ejercen como productores.
Historias similares coincidían en sus cinco hijos cuando vivían: Juan, Jacobo, Isidoro, Barka en Ucrania, como Nina -la menor y última en partir-, que nada fue fácil: sin estudios secundarios, ni grandes herencias, sin embargo, fue posible cumplir sus sueños, gracias al tesón y disciplina labrados en Misiones. Hoy se renueva el sueño de sus herederos de realizar el encuentro familiar multitudinario que quedó frustrado por causa de la cuarentena, al tiempo que están programando un intento online vía zoom, antes que culmine el 2020.
María, que vive en Aristóbulo del Valle, recuerda que corría con sus hermanitas, a la casa de su abuela Catalina a comer los manjares que ella cocinaba: tanto sus sopas, panes y los medujnik que tenían azúcar, arroz y canela, ¡y la abuelita los hacía tan ricos!. La abuelita Catalina es recordada por el pañuelo que usaba en la cabeza, y además de ser una excelente cocinera mimando a sus nietos con los caramelos que llevaba en su prolijo delantal bordado por ella, transmitía a todos una herencia de valores cristianos como familia de fe, el respeto, el valor del trabajo y la disciplina junto a su esposo e hijos.
Así recuerda Pedro, el Doctor en Teología, quien relata que esa herencia ya no era basada en una mera espiritualidad traída de Europa nomás, sino en ejemplo vivido en una relación y compromiso con Dios, que se sigue viviendo al día de hoy por la mayoría de sus descendientes. Rectifica esa misma pasión que fueron transmitidos por su madre Cata, coincidentemente con el relato de María quien recuerda a su “Baba” como el mejor testimonio de una comunión vivenciada no sólo en Semana Santa, sino a diario.
El primero que vino a Argentina en 1927 fue “Juan”, quien una vez establecido, y diez años después de su arribo, invitó por carta al resto de la familia. Se destacó como prolífero padre de 21 hijos de dos matrimonios, (77 nietos, 151 bisnietos, 92 tataranietos y 1 chozno). Vino muy joven y fue quien se animó a dejar su tierra para venir a labrar la roja de Misiones y motivó a través de cartas enviadas a su hermano Jacobo, para que sus padres y hermanos tomaran el barco para labrar éstas, que prometían dar fruto a la siembra familiar lejos del frío invierno europeo.
Su hija María, como Ana -la hija mayor de Juan, hoy con 82 años- y sus hermanas Cata, Nadia, Petty, Dorita -quien atendió a su querido padre en sus últimos años- recuerdan que, de muy jovencitos les gustaba plantar té, y llevar su cosecha al secadero del tío, pues eran gratificados y todos sentían ser parte del crecimiento familiar, quienes como bloque, se ayudaban entre las familias, construyendo sus viviendas, asistiendo al colegio.
Mientras su padre acoplaba a cada hijo de lo indispensable para sus futuros hogares (su tierra heredada y baterías de cocina para las solteras). Al quedar viudo con ocho hijos, su crianza acompasarían sus padres, hermanos y especialmente su hermana Nina, – quien ayudaba a la familia tanto en la chacra como la atención de los pañales de muchos de sus sobrinos-, hasta que fue a Buenos Aires a trabajar donde se casó con un inmigrante polaco quien también porta otro apellido con significado “gastronómico”.
“Jacobo” -quien vivió hasta los 102 años- recibió la carta inspiradora de su hermano y con ella, se animaron sus padres y otros hermanos. Él, junto a su esposa Dominga divulgó a lo largo de su vida entusiasmadamente ideas del emprendedurismo e innovación respecto del té y la yerba y como pensador y defensor de valores, respeto e integridad, practicados por él y sus hermanos. Tuvieron seis hijos, y muchos nietos, uno de ellos ejerciendo como médico en el Sur de Argentina, una traductora de inglés, profesionales en la docencia que no se quedan atrás, y donde de aquí salieron músicos de la orquesta internacional de jóvenes, deportistas y profesionales que migraron a otras provincias, incluso a Suiza.
Su hijo Constante analiza cómo, desde haber escuchado que en su familia hubo necesidades en un tiempo, se pasó a ser anfitrión en la misma chacra de sus orígenes, junto a muchos primos más, de encuentros de hasta dos centenares de parientes para festejar el reencuentro con los primos visitantes de Ucrania (en los años 90), como en su propio cumpleaños Nº 100 y muchos más.
Jacobo y su esposa fueron de los primeros en llevar de a caballo las semillas y plantines de yerba y té en la región, promoviendo lo que hoy es el desarrollo de la industria nacional. Es en la misma tierra que hoy además de estas plantaciones, se lleva la delantera con la novedosa plantación de jenjibre, por parte de sus hijos Sara y yerno Higinio. Sueños heredados de estos hijos en quienes rescata el aporte de Jacobo en la economía, educación y liderazgo del cuidado en el medio ambiente, en la tierra donde se celebra la “fiesta provincial del pan”.
Constante y Wladimiro relatan la decisión de su padre estando en el ejército donde él sirvió a su patria en el primer Batallón, 4° compañía en Volenskaia, Oblast, al tiempo que su jefe habiendo tomado conocimiento de la invitación de su hermano desde Argentina, lo estimuló a no perder tiempo frente a la proximidad de una guerra y emigrar de Gdeña, en Polonia, para Argentina.
A bordo del barco Polarvski embarcaron en Buenos Aires en 1930. Luego de poner en orden la documentación subieron al barco y después a Misiones, donde al poco tiempo Jacobo se convirtió en un productor tealero. Al principio compró sus primeros plantines, luego con su esposa Domka -quien recogía las semillas de rodillas a las plantaciones-, Jacobo cargaba en sus maletas y con los plantines, salía a caballo en picadas en medio del denso monte para vender en las zonas aledañas (finalmente, y antes de fallecer, pudo transitar en auto las rutas asfaltadas en su amada Picada López, según relata Dora Grabarchuk en sus “Añoranzas de Picada López).
La producción artesanal del té en hebras se hacía en su casa. Su visión emprendedora, previsora y solidaria dan cuenta de sus dones docentes al compartir su saber, las que junto a las familias de sus hermanos interactuaban solidariamente, como también haber donado de sus tierras, un espacio para la escuela N° 195. Su inquebrantable recomendación que a todos hacía era “hay que aportar para jubilarnos, y ahorrar en el Banco Nación”. A sus 100 años, seguía preguntando y manifestando su alegría al saber que allí trabaja en Buenos Aires, su sobrino político, -el esposo de su sobrina Alicia- en cuanto recordara que en este Banco se confiaron sus ahorros como el de sus hermanos y padres.
Para su nieta Aurora, su abuelito Jacobo “fue un patriarca para la familia”, al igual que sus hermanos – cada uno en su rol y labor-. Ella, nunca vivió en la chacra, pero es una incansable trabajadora como todos los de su generación, pero ya como líder zonal en ventas multinivel de varias firmas.
Y así se suman historias de cada bisnieto en nuevas profesiones. De disciplinados productores de cada una de las familias inmigrantes también están los que se formaron como médicos, un pastor (Master en Teología), docentes, farmacéuticos, contadores, ingenieros, una traductora y otra azafata, una guardaparques, transportistas, mecánicos y chapistas, comerciantes, líderes multiniveles, músicos, licenciados y periodista, como también bomberos voluntarios, cheff y pasteleras profesionales, empleados de aviación, hinchas y fanáticos de Racing, de Boca, de River y de los clubes que imaginemos. También hay algunos emprendedores que no pudieron concluir sus estudios, por ello, ya no se habla de hambre (como en una época inicial bajando del barco), ni de esas privaciones, o falta de techo. Se logró la meta soñada a fuerza de trabajo y esfuerzo.
¿Cómo una familia de colonos tan comprometidos con el duro trabajo bajo el rayo del sol de 40 grados en verano, y bajo la luz de la luna, lograron caerles bien a todo el mundo? Se habla de una costumbre hospitalaria que se reitera y replica en cada miembro portador de este linaje. “En lo de los Borszcz siempre había mesas con manjares caseros de la colectividad, tanto un domingo, luego de los cultos en la iglesia donde no faltaban cánticos en el idioma de los abuelos, como en un casamiento e incluso en un velatorio”, agregó Haydeé de Veloná quien junto a su esposo llegó para evangelizar y trabajar en Gobernador López, al igual que Kleja, Holowatty, y tantas otras familias que, inmediatamente, eran tan bienvenidas como cualquier miembro de su familia a compartir esa largas mesas de camaradería, -las que siempre iniciaban con acción de gracias a Dios por todo lo recibido, seguidos de la koinonia en el campito.
Rosa recuerda a su padre “Isidoro” que también vino de Europa en ese barco de 1937, como robusto y honesto, quien no se quedó atrás enseñando a sus cinco hijos, todas estas virtudes. Respecto de la lucha de Isidoro, como enfermero de la Primera Guerra Mundial, viendo esta crudeza, decidieron escapar de la Segunda Guerra partiendo en barco hacia Argentina.
Sin embargo, los primeros años en Argentina fueron muy duros. Dijo que allí todos trabajaban y las mujeres mayores -incluso sus abuelas y tías- cargaban en lienzos sobre sus espaldas a los bebés, y ya en la noche, después de la escuela, los niños ayudaban a desarmar los capullos de algodón que los grandes cosechaban durante el día, cual economía familiar. Rosa sigue sosteniendo principios cristianos que cursó, aunque con liturgias y formas diferentes a los de sus padres. Recuerda a su trabajadora familia, donde participaban niños y jóvenes de sus parientes, en donde puede exhibir productores como también del profesionalismo de quienes cursaron la universidad: entre los que hay docentes, ingenieros, dos farmacéuticos y uno de ellos que disfruta su pasión como golfista.
“Barka”, la hija nunca salió de su país natal, -Lutzk, en Ucrania- y quedó junto a su esposo perteneciente a un alto rango militar, pero sufriendo ciertos embates de una guerra al vivir bajo una tierra cercada. Meses antes de morir, se reencontró con su hermana Nina y junto a la familia de su sobrino Daniel que viajaron para conocer a los que allá quedaron.
Daniel destacó la hospitalidad con la que fueron recibidos en otra larga mesa familiar en esa ciudad donde nació su madre, a la que parientes y vecinos fueron agasajados con manjares de su típica gastronomía, también en conservas, y el infaltable “glib” -pan casero-, y otras experiencias inolvidables como la de cosechar champignones y otros hongos en los pinares de Cárpatos, juntos, como gran travesía familiar grupal.
Allí en Ucrania quedó la familia de Barka, que acredita su hijo Alexandr, que ejerció medio siglo dedicado a la construcción (foto del periódico en Ucrania en su reconocimiento como una persona eminente) -y recientemente fallecido- una bisnieta intérprete musical y concertista, como nietas ingeniera y médica, las que visitaron Misiones, cuando aún vivían sus hermanos Jacobo y Nina, y donde todos rememoran ese encuentro que sumaban más de un centenar en la misma chacra donde muchos crecieron. Nina cumplió el sueño del reencuentro con entonces su enferma hermana “Barka”, quien se reconoce como “el calco de su madre”, pasado medio siglo sin verse, luego de tanta tristeza y ante la separación por la guerra y las cortinas de hierro. Pero aún con ese dolor, surge esa persistencia familiar de amor y unión que se forjó con sus descendientes.
“Nina” era la hija menor, la que también arriaba a todos a la unión familiar alrededor de sus padres al tiempo que los agasajaba con exquisiteces como su pastafrola y pan de miel. Se instaló en Alem, junto a su esposo -el carpintero Wladimiro- con quien tuvo tres hijos: un contador y comerciante, y su hija que siguió los pasos de su padre, mientras que Alicia migró a Buenos Aires.
El almuerzo dominical en casa del tío Juan fue recordado por muchos, lo que se repetía en las chacras de Jacobo e Isidoro. El mismo terminaba en el campito, donde sin falta había mate y los pandulces de la tribuna mientras se jugaba al fútbol y otros entretenimientos -como la guerra de las paltas-, junto a primos misioneros. Muchos rememoran la escuelita de verano en la iglesia del pueblo, a la que asistían también los primos porteños, y se armaba un gran programón vacacional bien recordado por Roberto, Jorge, -hijos de Olga-, como los hijos de Jacobo y Basilio, desde Mar del Plata.
Todos los primos coinciden en un legado tácito que se vive de generación en generación: “No hace falta ser dueño de un banco para tener lo que se tiene. Para hacer algo grande, que parte de un sueño, entusiasmo, hay que empezar por lo pequeño, y esto, transmitirlo a los hijos: el respeto y nunca miedo a forjar un futuro. ¡Ese futuro está garantizado si el mismo tiene un sello basado en el respeto, integridad y trabajo en equipo, y que hoy ayuda la tecnología para seguir comunicados. Se sostiene la herencia, mientras recordamos la tierra donde nacieron los abuelos, sin estudios, pero disfrutando el entusiasmo de haber plantado bandera, ¡pues aquí llegamos! Con toda la garra y tesón, para labrar Argentina y llevar el mismo legado a otros países también”.
Remolacha, la protagonista
En Ucrania hay diferentes variedades de borsch que varían de acuerdo a la región. Eso se debe a la combinación de sus componentes, que pueden ser muy diversos. La protagonista de cualquier receta del borsch es la remolacha. Es ella la que transmite al potaje su color emblemático. Otro ingrediente indispensable del borsch es la carne porcina, vacuna o pollo. Depende de los gustos de quien la prepara.
Hay borsch vegetariano donde la carne se sustituye por porotos, arvejas, repollo. La abundancia de los ingredientes, en general, carnes, verduras y especias, y a veces, ajo, traduce en los efectos medicinales del potaje que ayuda a fortalecer la inmunidad, como relato de quienes vivieron en los fríos inviernos ucranianos. Pero una de las ventajas principales del borsch ucraniano es que es muy sabroso. El olor inmejorable junto con el sabor impecable del borsch recién preparado siempre cautiva los corazones. En general, se sirve con crema agria y pampushkas (panecillos caseros).
Ingredientes
Carne de vaca con o sin huesos 500 gr (se rehoga y se agregan los vegetales, luego agua hervida y demás ingredientes, por no menos de una hora). Remolacha 5 piezas ralladas o en bastoncitos. Repollo 1 pieza. Papa 1 pieza. Pasta de tomates 2 cucharas. Zanahoria 1/2 piezas. Cebolla 1 pieza. Tocino 20 gr. Harina 1 cuchara. Hoja de laurel, pimienta, perejil, hinojo, ajo, apio, perejil, otras especies: al gusto familiar. Optativo: se agrega crema: 1 cuchara en cada bowl, una vez cocinada.