La mayoría de las veces, cuando se ayuda a un necesitado, se lo asiste con los descartes, con lo que no se usa o ya no sirve. Pero para el grupo “Narayana Seva”, próximo a cumplir dos años de servicio en la Ciudad de las Cataratas, es “dar lo de uno, sacrificarse por el otro desde adentro”. Sus integrantes entienden que cuando todo es más difícil, y la necesidad está a flor de piel, es cuando más se siente bien el servir.
“Seva”, es una palabra sánscrita que significa “servicio desinteresado” o trabajo realizado sin ningún pensamiento de recompensa.
Antes que se desencadene la pandemia del COVID-19, las cosas eran más fáciles y se lograba juntar y compartir más cosas. Por estos días el sacrificio es mayor y si bien “no estamos acostumbrados a ver personas que ayudan a otras sólo por amor, son muchos más de lo que nos imaginamos”.
En 2018, la familia de Rubén Martínez, Laura y Silvia, y algunos amigos, tomaron la iniciativa de juntarse y comenzaron a cocinar los sábados, con lo que tenían y lo que aportaba cada uno de los integrantes: un poco de arroz, un poco de poroto, mientras algún otro hacía el pan en su pequeño hornito. Y los domingos, con los niños, salían a repartir, en las zonas más vulnerables de Puerto Iguazú. No importaba adonde, porque siempre ahí había alguien que tenía hambre.
Pasaron los meses, llegó la pandemia, y todo se complicó. Ahora se turnan para ir a las 2000 Hectáreas a cocinar todos los domingos. Allí con Margarita y Camilo, quienes elaboran el “sagrado” locro , Laura, Silvana y Kelly, se suman a cocinar. Es el plato con el que ya tienen acostumbrados a todos los de la zona. “Las chicas llegan a cocinar, cada una lleva algo, y siempre es el que menos tiene el que más colabora”, aseguran desde “Narayana Seva”. Un poco de poroto, arroz, fideo, lentejas, mucha verdura, mandioca de la chacra, componen los sabrosos platos. Y a las 12 en punto comienza a llegar la gente, respetando la distancia. Así, en cada plato, en cada olla, vienen a buscar su porción para comer en familia el domingo. Los recipientes se llenan de una rica comida, hecha con mucho amor, que es lo esencial.
“Que tu corazón hable más fuerte”“Somos trabajadores como muchos, estamos pasando las mismas dificultades, pero no nos rendimos. Entendemos que lo poco es mucho y cualquiera puede sumarse. Así lo hacemos y gracias a Dios en poco tiempo pudimos asistir a muchos”, contaron.
Cada uno, un poco
Rubén puso el ejemplo de los inmigrantes, que vinieron sin nada y que se ayudaron entre todos. “¿Qué nos pasó como sociedad que nos olvidamos de que todos somos iguales y todos somos lo mismo? Sabemos que hay quienes necesitan más otros menos, pero ¿por qué no ayudar cuando podemos?”. Se preguntó “¿qué queremos como sociedad?, ¿qué estamos haciendo?, a veces vale la pena detenerse un minuto de nuestra vida”. Se van a cumplir dos años que la familia de Rubén, su esposa, sus hijos, su hermana y algunos amigos, tomaron la iniciativa de juntarse no sólo para tomar mate o comer algo los fines de semana.
Comenzaron a cocinar los sábados, con lo que tenían y lo que aportaba cada uno de los amigos: un poco de arroz, un poco de poroto, otra hacía el pan en su pequeño hornito, y los días domingos salían a repartir, en las zonas as vulnerables, porque siempre ahí había alguien que tenía hambre.
Con el pasar de los meses notaron que la cosa se complicaba porque cada vez más familias, muchos niños querían comer, y comenzaron a invitar a los amigos, y así se fueron juntando, y la olla se hizo más grande y más grande, y hubo que conseguir otra, y comprar los plásticos para envasarlas, y hacer un arroz con leche para el postre, y las sonrisas y el bullicio aumentaban.
“Somos trabajadores que no nos rendimos y lo hacemos con amor. Que lo poco es mucho y que cualquiera puede sumarse con lo que pueda. Y así como nosotros, hay muchos grupos que lo hacen”.