Augusto Ferreira cumplió 90 años el 29 de mayo. Nació en Campiña de América, departamento General Belgrano, en 1930. La mayor parte de su vida la vivió en la localidad de San Pedro, y trabajó en los obrajes y aserraderos de la zona, pero la suya no es una historia muy diferente a las demás. Don Ferreira como lo conocen, es diferente, por su forma de ser. Es conocido por todo el mundo. Prueba de ello es que va saludando cuando sale a la calle, a los gritos, haciendo bromas a grandes y chicos. Hincha fanático de Independiente, Don Ferreira no usa anteojos. Y hasta hace unos meses llevaba a sus vecinos, algunos mas jóvenes que él, en su coche, un Renault 11, “con papeles al día, seguro, patente y VTV -como él mismo lo cuenta-, al banco para sacar el dinero del cajero, porque él lo hace como si nada, y ayuda a los que lo necesitan”.
Para mandar mensajes utiliza su viejo Nokia del que ya no se ven los números de lo gastado que está el teclado. Es que no le gustó el celu moderno que le regalaron para poder usar WhatsApp, pero con el aparato de su hija Mónica se ingenia para hacer videollamadas a su hermanos que residen en Buenos Aires y a su hija Kelly, que vive en Puerto Iguazú, que define a su papá como “muy groso”. En este homenaje, la periodista lo describió como un hombre “siempre alegre, divertido, haciendo bromas. Es así como sus nietos lo aman, para ellos el abuelo es lo mejor del mundo”.
Don Ferreira había cursado hasta segundo grado, pero terminó la primaria ya en tiempos modernos. Nadie lo embroma en las matemáticas, y no usa calculadora. Maneja los números como si nada, lee mucho, hasta un papel que encuentra en la calle. Incentivó la lectura en sus hijos y los exigió que estudiaran. A los más grandes con métodos más rigurosos pero con sus dos hijas fue más flexible. Mira mucho la tele y se sabe de todo, es muy ilustrado y se puede hablar con él de cualquier tema. Siempre tiene una respuesta agradable y sincera. Como buen geminiano, es pura comunicación. Y así es su vida, se comunica todo el tiempo para hacer reír a los que lo rodean.
Hace un año y medio y luego de 64 años juntos, se le fue Doña Concepción, su compañera de toda la vida. Causaba ternura verlos a los dos por ahí, en su auto, a todo lo que daba, visitando a los compadres. Esta pérdida lo entristeció mucho y se fue a vivir a Eldorado junto a su hija Mónica y a sus nietos favoritos. A la semana ya había hecho el cambio de domicilio, porque él es así, correcto, todo al día, ni una sola cuenta, y como jubilado siempre tiene un ahorro en el bolsillo para comprar el vino tinto y su infaltable asado.
Cuando le preguntan cómo hizo para alcanzar esta edad, responde que “hay que tomar vino y no dejar que el vino te tome -receta infalible de la pareja-. Hay que tener humor y ayudar al que necesita”. Ya con sus 80 años había ayudado a construir la capilla del barrio, y hasta subía a techar la obra, es que como buen carpintero se las ingeniaba para arreglar lo que fuera. Este cumpleaños será diferente. Lo encontró esperando que el país mejore, esperando que sus hijos lo visiten, esperando el amor de sus nietos.