Subido al tractor que arrastra un disco de arado, José Kirilinko recorre la chacra y aprovecha el tiempo para planificar los contenidos que brindará a sus alumnos de la Escuela Nº 290.
Es que desde alrededor de cinco años supo adaptar su rol de docente con su pasión por la agricultura, heredados de sus padres, Valentín y Angélica Stelmaszczuk. Desde ese lugar, busca transmitir conocimientos sobre los diversos cultivos y las huertas familiares, y de esta manera, evitar que los jóvenes emigren de las colonias.
Nacido y criado en la chacra, ese éxodo es para el maestro una de sus mayores preocupaciones.
“En mis años no existían las alternativas que tienen hoy los chicos de la colonia. Salíamos de la chacra y nos íbamos a alquilar o a la casa de algún pariente para poder seguir el secundario”, dijo, para quien sus hermanas, Ema y Margarita, fueron quienes ayudaron a madurar la vocación de docente.
“Era impensado hacer una carrera de ingeniería o un doctorado. Estábamos limitados a seguir lo que nuestros padres podían pagar. Hoy nuestros jóvenes tienen otras alternativas, tienen la facultad más cerca, becas y otros beneficios que favorecen el estudio, que eso antes no existía”, explicó.
De guardapolvo blanco, conoció a su esposa, Miryan Ruiz, mientras ejercía en Tobuna, San Pedro, y ella daba clases en Cruce Caballero. El matrimonio decidió vivir en la chacra que era de sus padres para que su hijo Francisco, que cursa el sexto año en el IEA Nº 6, de Sierra de Oro, asista a una escuela agropecuaria.
“Es que siempre estamos impulsando a los jóvenes a que se interesen por producir porque lamentablemente nos estamos quedando sin agricultores. En las chacras se están quedando sólo los abuelos. Ahora hay más alternativas, existen servicios, caminos en mejores condiciones, la situación económica mejoró y la mayoría tiene su vehículo o moto para trasladarse al pueblo”, confió quien, además de la yerba, el té y la piscicultura, se ocupa de generar para el consumo propio.
Miryan se desempeña en la Escuela Nº 895 que días atrás estuvo de aniversario. “Lo llevamos con mucho sentimiento porque fuimos los iniciadores. Cuando venimos a vivir a Campo Viera no había traslados, entonces la única manera era crear una escuela o un aula satélite, donde había chicos y era necesario. Salimos a golpear puertas por el barrio en vacaciones, pleno febrero, y los vecinos nos confiaron los datos de sus hijos, armamos la prescripción y se logró crear un aula satélite, que después de algunos años pasó a ser la Escuela 895”, recordó José.
Añadió que existen otras opciones “para que se vayan quedando pero tenemos que entusiasmarlos de alguna manera para que sigan trabajando la tierra y aprendiendo a trabajar distinto. Por eso, destaco la importancia de las escuelas agropecuarias. Tenemos diversificación productiva, otras tecnologías que podemos utilizar, y herramientas, a diferencia del machete, la azada y la motosierra. Con el tema del cambio climático se empezó a trabajar de manera distinta, por eso la importancia que ellos se preparen para lo que se está sucediendo y para lo que se viene”.
Kirilinko trabaja sobre un proyecto en base a la Ley de Huertas Escolares para que todas las escuelas del municipio tengan la suya y que los chicos repliquen en sus casas. De esa manera “lo relacionamos con la salud porque los niños aprenden a comer sano y lo que cultivan. Y se puede ir enganchando con el tema del dengue, por ejemplo, y en lugar de basura o chatarra en el fondo de la casa, crear un pequeño huerto”, expresó.