Aunque sin mucho meditar, Ramón Daniel Strekier (50) aterrizó en Nueva Zelanda, y fue para él una de las mejores decisiones que tomó en la vida. A pesar que ama a su Misiones natal y extraña a la familia que aquí dejó, a trece años de iniciar esta travesía, sigue pensando lo mismo. Si bien viajó en calidad de turista, en Oceanía comenzó a trabajar de carpintero, semanas después de haber llegado.
Pasó por varias empresas y, con el transcurrir del tiempo, pudo instalar su propio taller en Auckland. Uno de sus mayores logros, o quizás el más promocionado, fue la construcción de una bicicleta de madera a la que bautizó “Grace”.
Llevaba veinte años trabajando con madera en un local propio, después de haber desistido de estudiar ingeniería, en Oberá, y de haber aprendido el oficio de manos de José, su padre. En 2006, fue a Posadas para tramitar un nuevo DNI y preguntó también por la posibilidad del pasaporte, porque aunque siempre quiso viajar al exterior, en ese momento no había una razón concreta para utilizarlo. Mientras regresaba a Apóstoles en su Kawasaki 1000, se preguntó: “¿Para qué me hice el pasaporte?, si no tengo plata ni para cerrar dos días el taller…”. A los tres meses le llegaron los documentos. Acomodó el DNI en la billetera, y el pasaporte en un cofre de madera.
Transcurrido otro mes, una clienta que sabía que Strekier quería salir del país le dijo que se fijara un aviso publicado en un periódico, que daba cuenta que: “Nueva Zelanda necesita carpinteros”. Su madre, Verónica Libryk, siempre regalaba los diarios a unas artesanas pero justo olvidó entregar el que contenía el aviso. “Leí el título: ´Nueva Zelanda necesita carpinteros´. ¡Me voy!, dije para mis adentros.
Tomé la decisión en menos de dos segundos. Después leí la nota. El asunto es que aquí estoy”, confió Strekier, a la distancia. Su amiga Silvia Dobosz fue la primera en enterarse. Es que ella ya había viajado por el mundo y sabía cómo era el tema. Con su ayuda, fue organizando el viaje, y en apenas cuatro meses el pasajero logró ahorrar todo el dinero necesario. “Cada vez que cobraba algo, guardaba en el cofrecito e iba tachando la lista de necesidades, que era enorme”, dijo. Recordó que uno de esos días, “estaba sentado en mi cama, contando la plata, y dije: ¿Voy a Nueva Zelanda o me compró una camioneta 0 kilómetro?. Pero preferí irme, al menos por tres meses”.
Ya disponía de todo lo necesario y un día antes de comprar los pasajes fue a contárselo a su madre.
“Ella siempre me decía que cerrara el taller y me fuera de vacaciones. Estaciono frente a su negocio y le digo: Mami me voy de vacaciones.. ¡Qué bien!, te felicito hijo.. ¿hacia adonde vas? Y a Nueva Zelanda.. ¿adónde queda eso?. Cierro el puño simulando que era la tierra, y le contesto: de este lado queda Argentina y, de este otro, Nueva Zelanda. ¿Y porque te vas tan lejos? Es sólo por tres meses. Y mis tres meses siguen acá, firmes”, señaló, entre risas.
Strekier decidió partir porque precisaban carpinteros, pero “no había alguien que te organizara el trabajo. En ese tiempo, no necesitabas visa para ingresar como turista desde Argentina. Solamente dinero para sobrevivir tres meses, que eran unos tres mil dólares, y el pasaje de ida y vuelta. Cuando llegué, mi inglés era muy básico, pero fue divertido, y sigo aprendiendo. Me tuve que esforzar.
Después de 13 años sigo luchando con el idioma aunque estoy bastante más ducho”, agregó. Indicó que lo acompañó la suerte porque a la semana de haber llegado, caminando por Queen Street, ingresó a un comercio en construcción a pedir trabajo. El hombre que lo atendió, le facilitó una dirección y lo mandó a la compañía. “Traté de hacerme entender con el traductor del teléfono, y entregué un CD para mostrarle mis trabajos pero no lo quisieron abrir. Patrick, un inglés, me dijo: vení y te muestro las máquinas del taller. Sabía usar algunas, y otras no. Me dijo que me daba trabajo y me preguntó si tenía la visa. Le respondí que necesitaba una compañía que me contratara para poder sacarla. Pensó un poco, y acotó: te voy a ayudar, pero después no te vayas a Australia.
Le dije que no, que vine para quedarme”, manifestó.
La cuestión es que el apostoleño salió del lugar “con dos sobres repletos de papeles. Sospechaba que eran formularios para presentar en Migraciones. Iba caminando y sonriendo. Era una sensación tan rara porque tenía miedo que al abrir fuera solo una alegría de nada. Finalmente, supe que era el contrato de trabajo. Presenté todos esos formularios pero casi entro en shock cuando pregunté a los funcionarios de Migraciones quién los iba a controlar. Me dijeron, no, ponelos en el sobre y tiralos al buzón. Y puse el dinero y el pasaporte. Eso era lo que me preocupaba. Pero tiré todo y listo, hasta luego”, relató.
Se encontraba en Rotorua, en una competencia de mountain bike, cuando recibió la buena noticia. “Estaba compitiendo la hija de un amigo de Apóstoles y fui a verla. En el medio del monte recibo un mensaje de texto de una amiga uruguaya, a la que había pedido para usar su dirección, diciendo que me llegó el sobre de Migraciones. Le dije que abriera y me dijera qué era lo que decía. Era la visa de trabajo ¡por dos años!. A 200 metros a la redonda se enteraron que tenía visa de trabajo. Fue una alegría”, rememoró con una voz que, a pesar del paso del tiempo, refleja el gozo de ese momento. Al mes y medio de haber llegado a Nueva Zelanda, comenzó a cumplir tareas en una compañía y se mudó con un compañero de trabajo. “Empecé a trabajar y a aprender nuevas palabras, porque de ingles sabía muy poco y de mi profesión, una sola: hammer, martillo”.
“Argentino loco”
En la Ciudad de las Flores, Strekier se ocupa de confeccionar amoblamientos de cocina, siguiendo los pasos que implicaban llegar a las realización del mueble: desde visitar al cliente, diseñar, hacer la lista de materiales, los planos, hacer el mueble e instalarlo. También hacía escaleras, trabajos considerados difíciles. Pero cuando comenzó a trabajar en Nueva Zelanda “me hacían lijar MDF, y así, semanas y semanas. Hasta que me enojé con el manager y le pedí que me diera trabajo. Ese es el tuyo, me respondió.
Le dije que esto no era trabajo para mi, que quería algo más difícil pero me aclaró que era lo que tenían en ese momento”. Supo que el tema pasaba por que “ellos no me entendían y yo muy poco a ellos. Entonces tenían miedo de darme más responsabilidad, trabajo más difícil, porque no sabían de mi capacidad”. Las cosas siguieron su ritmo cuando el misionero pidió a los responsables que le permitieran efectuar un trabajo personal. Tras el visto bueno, “empecé a hacer un escritorio complicado, entonces el manager se empezó a dar cuenta de mi capacidad y gradualmente me empezaron a dar trabajos más complicados. Al final, me daba cualquier cosa. Me llamaba el argentino loco y se reía porque aveces llegaban trabajos medio complicados y nadie quería agarrarlos. Yo, loco de contento, porque era complicado y entretenido, y él, contento porque tenía la solución al problema”.
En la carpintería instaló cañerías para la absorción de aserrín, tarea que “me llevó una semana y media. También arreglé un par de máquinas y una lijadora a la que alguien arruinó el rodillo. La cuestión es que rectifiqué el rodillo en una hora y media, cuando antes había sido llevada a uno técnico y se había gastado bastante dinero en arreglarla, tardando semanas. También hice una prensa de vacío, que era de metales descartables, y los managers estaban orgullosos”, remarcó con entusiasmo. En esa empresa trabajó durante ocho años hasta el cierre de la compañía. “Después pasé a otra donde trabajé sólo medio año porque ya había empezado a tener mis clientes e iba haciendo algunas cosas, porque pensaba poner mi propio taller”, sueño que concretó hace alrededor de cinco años. Como siempre sucede, en el emprendimiento propio -Masterpiece Woodworks- “tuve trabajo por dos meses hasta que se cortó. Por suerte tenía unos ahorros para sobrevivir porque por unos cuatro meses no hubo nada. Un exmanager me pidió ayuda durante tres días a la semana, entonces hacía entre 38 y 42 horas de trabajo semanales, entraba a las 6 y salía a las 21. Después de eso mi taller se volvió a mover, y el año pasado volví a hacer unos meses de partime”, comentó.
“Grace” o un conjunto de conocimientos
Los conocimiento en carpintería, mecánica y funcionamiento de piezas móviles, llevaron a Strekier a inventar una bicicleta de madera que pesa 60 kilogramos y tiene 22 cambios. La llamó “Grace”, en agradecimiento a Dios, “por darme la posibilidad y la capacidad de haberla construido”. Con ella ya lleva recorridos más de 250 kilómetros tanto en la ciudad como en trillas, pasarelas y puentes colgantes, aunque “lo mejor para andar es en el pedregullo. Es donde se desliza muy bien, mejor que en el asfalto. Queda como más liviana, más fácil para manejarla”. Todo sucedió después que Bruce, un amigo y vecino sudafricano, le preguntara si podía hacerle un guardarail de madera laminada para unos autitos de radio control porque quería hacer una pista en el jardín de su casa.
“Le dije que sí, pero que era muy grande para almacenarlo después, entonces propuse hacerlo de cubiertas. Fui a una gomería y pedí al gomero algunas que no usara. Me mostró algunas de autos de carreras Midget, que son blandas y sin alambre, fáciles de cortar. Traje unas cuantas de esas.
Empece a mirarlas con cariño, a moverlas y pensé en hacer un cuatriciclo, pero me pareció muy grande, muy ancho, porque eran ruedas de 38 centímetros. Un triciclo no encajaba en mis ideas. Y al mirar mi bicicleta de montan bike que estaba afuera, nació la idea”, contó.
Pero no fue que al apostoleño se le prendió la lamparita. Él mismo asegura que cada tanto necesita tener un desafío y hacer algo complicado. Y “hacía mucho no tenía el placer de hacer algo complicado. Como tengo mi propio taller quiero mostrar a la gente mi capacidad y ésta era una forma. Una cosa es hablar y decir puedo hacer, y otra, distinta, es que las personas vean que es lo que uno puede hacer”. Lo que más le costó hacer son las llantas, también de madera, y tienen que soportar la presión de aire -entre 8 y 10 libras- y mantenerlo.
Si bien tardó alrededor de seis meses en fabricarla, compara el placer con el de tomarse una de las mejores vacaciones. Fue durante el 2018. “Comencé en enero y terminé en diciembre, pero en el medio tuve que hacer trabajos para clientes porque, además, tenía que sobrevivir. Tuve que hacer la prueba de resistencia de algunos elementos que necesitaba que fueran fuertes. Fue un desafío y aprendizaje, que es otro motivo de mi oficio, que es algo que amo”, aseguró, quien contrajo matrimonio con Anna, y tuvo a su hijo Theodore (8). “A él le hablo en español-misionero todo el tiempo, y trato de enseñarle lo que puedo, en la medida que me permita”.
Sostuvo que antes de la “bici”, había hecho muchos trabajos difíciles, como escaleras. Uno de sus aprendizajes fue una canoa canadiense que hice en Argentina allá por 1989. “Fue un trabajo muy costoso, no económicamente, sino que hay que pensar mucho y trabajar muy bien la madera para que sea liviana y fuerte. En aquel tiempo fue todo un logro. A ese trabajo lo comparo con la bicicleta.
Es que teniendo mucha experiencia en mecánica al construir muchas máquinas de madera, pude lograr hacerla. Esta bici no es sólo conocimiento en carpintería, sino en mecánica, en funcionamiento de piezas móviles, es decir, un conjunto de conocimientos”. Cuando estaba armando la bici, había noches en las que no podía conciliar el sueño “porque hasta que no solucionaba en mi mente un problema de diseño, no podía dormir. Pero hacer ese proyecto fue muy satisfactorio”.
Quería una moto grande
Strekier terminó el secundario en la Escuela Normal Superior “Mariano Moreno”, que quedaba a una cuadra de su casa, en Apóstoles. Fue a estudiar ingeniería a Oberá pero después de cuatro meses “me di cuenta que no era lo mio. Y como quería comprarme una moto grande, decidí ir a trabajar con mis padres (ya fallecidos), a quienes llevo en el corazón. Precisaba algunas herramientas pero como no quería pedirles plata, comencé a construírmelas.
Hice algunas máquinas de carpintería y las usaba”. Al principio hacía muebles con serrucho, cepillo de mano, taco de lija, formones, martillos y un taladro eléctrico. Pero “a veces tenía 12 tableros que había que marcar y cortar con serrucho. De a poco fui progresando. Cuando mis padres me daban dinero para el fin de semana, no quería gastarlo porque al lunes siguiente necesitaba comprar lijas, tornillos, clavos, pegamentos. De a poco fui creciendo en mi carácter y mis conocimientos.
Cada vez me gustaba trabajar más la madera pero teniendo una inclinación artística. Y tratar de complacer al cliente en la medida que podía, haciendo un buen trabajo, siendo responsable, y que mi trabajo hablara por mi”
José y Verónica “eran muy trabajadores y uno aprende de sus mayores, es algo de lo que les estoy muy agradecido. Me gusta mucho trabajar con la madera pero también me gusta mucho la mecánica y el arte. Siempre estoy mirando cosas artísticas, no importa que no sean de madera, pueden ser metal, arte en general, porque siempre algo te deja de enseñanza. Lo que me gusta es mesclar la mecánica con la madera. La bicicleta fue el resultado de esa mezcla”.
Reconoció que los primeros conocimientos que tiene respecto a trabajar la madera, “los adquirí de mi padre. Siempre me decía que la maderas grandes eran para los trabajos grandes, y las chicas, para los trabajos chicos. Fui creciendo, usando las maderas adecuadamente para no desperdiciar.
No me gusta cortar los arboles, por eso la mayoría de mis trabajos artesanales están hechos de recortes de otros trabajos. O de madera que era para leña. La bicicleta está hecha con sobras de otros trabajos”.
Después de “Grace”, a la que acompaña un casco forrado en madera y una cadena y un candado para seguridad hecho con el mismo material, la idea es hacer otras más. “Empecé a hacer otro prototipo con ruedas de moto de 26 centímetros de ancho. Son más redondeadas y será más fácil andar en ellas. Tendrán la última tecnología de motor eléctrico, batería y caja de cambio de cinco velocidades. Pienso comercializarlas aunque primero tengo que hacerlas, ver cómo quedan y quién quiere comprarlas. Es un trabajo muy caro porque cada una demanda entre seis y ocho meses la fabricación”, sintetizó el misionero, para quien “andar en bici es un verdadero placer”.