Margarita Verón (58) hacía volar su imaginación cada vez que su mamá, Dominga Surraco, le hablaba de las maravillas que confeccionaba su abuela Remigia en el telar de peine. Si bien podía apreciar algunas de esas creaciones en su casa materna, no tuvo oportunidad de conocer a Remigia para que le transmitiera el oficio. Es por eso que una vez que formó su familia y que, por esas cosas de la vida, se radicara en Buenos Aires, no se detuvo hasta conocer las técnicas y empaparse de esta casi extinta actividad, a la que, contra viento y marea, pretende reflotar y difundir.
“Me gusta este oficio desde chiquita porque lo heredé de mi abuela materna, a la que no pude conocer. Ella trabajaba en el telar, en su casa de Concordia (Entre Ríos). Es lo que siempre me contaba mamá. En mi casa había de recuerdo cosas que ella había hecho a mano hace muchos años. Y esas cosas, con el tiempo, se fueron perdieron”, recordó esta maestra artesana que dedicó buena parte de su vida a dictar cursos y a enseñar la técnica. Nació en Jardín América -su papá, Fulgencio Verón, fue pionero de la localidad-. Allí contrajo matrimonio con Víctor Hugo Nordfors y nacieron sus hijas, Ivana y Magalí.
Después por cuestiones de la vida, la familia se radicó en Buenos Aires y permaneció en la gran urbe por muchos años. Fue en ese momento que “tomé conocimiento real de lo que significa realmente trabajar en telar de peine. Empecé a hacer cursos, a asesorarme, y me capacité con la profesora Celestina Stramigioli, que ahora trabaja para el Fondo Nacional de las Artes, haciendo el recupero de estas telas que transmito”, manifestó.
Explicó que existe una variedad enorme de telares pero que “lo mío es el de peine. Es artesanal, tiene nada más que dos movimientos con las manos, es arriba y abajo con el peine, y todo lo que sale de ahí es único, porque vas creando tu misma tela”.
Añadió que, básicamente, “aprendés a hacer telas, desde el pied de poule, cuadrillé, los escoceses, todas las telas del mundo nacen a partir de un telar. Y este fue uno de los primeros. Después vienen los cuatro cuadros, los industriales, pero esto es netamente artesanal. Por eso cada producto es único e irrepetible. Porque cada persona trabaja con sus colores, con los colores que le gustan, haciendo distintos diseños”.
En 2008 regresaron a Misiones y en 2011, comenzó a capacitar a las mujeres del barrio Cruz del Sur, de Posadas. “Estuve formándolas a lo largo de siete años a fin que tuvieran una salida laboral.
De esta manera comenzaron a trabajar para el rubro hotelería, haciendo caminos de mesa, individuales, y se unieron a la Fundación de Artesanías Misioneras, que les proveía de telares y materia prima”. Del mismo modo, desarrolló similares tareas en el barrio San Agustín, en la universidad Popular de Misiones (UPM), y en la Alcaidía de Mujeres. Días atrás, inició un taller en el Museo Provincial de Bellas Artes “Juan Yaparí” y, en breve, enseñará su técnica en Jardín América.
Es que “era una materia pendiente, porque también quiero compartir conocimientos con las personas de mi pueblo”, dijo. A buena parte de las ferias la acompaña su hija Magalí, que es profesora de inglés, y hace de traductora “porque siempre hay mucho turismo internacional interesado en el tema”.
Manifestó que el telar de peine “tiene una salida laboral casi inmediata porque al segundo mes de capacitación ya pueden empezar a comercializar sus productos. Y tenemos varias líneas de producción, pueden inclinarse por los utilitarios, que son para la casa (caminos de mesa, individuales, almohadones, pie de cama, cortinas) y una línea de prendas (pashminas, ponchos, ruanas, bufandas). Se trabaja con algodones rústicos, con lanas, con distinto tipo de material. Ahora introdujimos la lana hilada que es producida por mujeres de una cooperativa de Fachinal, que es un producto netamente artesanal”.
Sostuvo que, por lo general, se trabaja en forma cooperativa “porque una persona sola no podría abastecer. Si, por ejemplo, un hotel de Puerto Iguazú pide cien caminos de mesa, en forma individual no se puede concretar el pedido. Hay que tener un grupo de trabajo para definir el diseño, presentarlo, y trabajar en conjunto. Cada una hace la cantidad que puede para llegar en tiempo y forma a la entrega del producto”.
En su casa tiene un taller para satisfacer los pedidos que nunca paran, pero este año “estoy abocada al libro que quiero editar, y al dictado de los talleres. Me gustaría dejar escrito todo lo que enseño y que sea acompañado de fotografías de las telas que fui sacando. Hay algunas muy personales, muy mías, y otras que son copiadas. Pero hay algunas que fui sacando sola que me gustaría presentar en el libro, que son personalizadas en color y en diseño. Adoro los colores tierra que acá representan mucho. Las tonalidades: naranja, beige, marrones, verde y rojo, y todo lo quiero plasmar en tapices.
Porque también enseño esa técnica. Es un producto caro porque lleva muchas horas de elaboración, es mucho trabajo”, reseñó Verón.
La artesanía le trajo muchas satisfacciones. “Amo lo que hago y me gusta transmitirlo. Y hasta el día de hoy sigo aprendiendo, me encanta ese ida y vuelta de datos, de telas”, aseguró la mujer que en 2012 viajó a Trento, en el norte de Italia, representando a Misiones en una feria internacional.
Recordó que “esto nació en la ruta de la seda, con los árabes. A partir de ahí, se empieza a esparcir por el mundo. Mi abuela era italiana y trajo la técnica desde su país. Pero cuando fui a Italia no tenían idea de lo que era un telar de peine, allá se perdió el hilo porque esa gente se vino para acá.
Había una diseñadora de alta costura, Ana Gado, que me pedía por favor que me quedara durante un año para capacitar a las colaboradoras de su taller para que pudieran sacar telas exclusivas. Pero eso implicaba dejar a mis hijas y mi vida, y no había dinero que sustituyera lo que acá dejaría, sobre todo la familia”.
Recordó que Remigia, su abuela, vino a vivir a Entre Ríos. Trabajaba solita en la casa, haciendo las toallas, los repasadores, las alfombras para la familia. “Mi mamá tenía las toallas blancas de hilo finito de algodón. Fino como un hilo de coser, lo que daba la pauta que tenía mucha paciencia. Y eso me quedó tan grabado y como mamá contaba, siempre quise aprender la técnica. Siempre me preguntaba ¿cómo será?, ¿cómo habrá sido? Y una vez en Buenos Aires empecé a averiguar en distintos centros culturales y arranqué por el de San Isidro. Ahí obtuve el primer informe, las primeras clases con una profesora”. Después se rodeó de gente más experta. “Fui al Centro Cultural de Vicente López, hice alta costura en telar, que es distinto a la costura tradicional, son distintas las medidas. Me hice los cursos que te puedas imaginar”.
Sostuvo que el telar de peine “es básico, es simple. Son dos rodillos dentados y el peine. La estructura es pequeña. Hay de distintos tamaños: de 75 centímetros, de un metro, depende para que se utilice. El rodillo dentado de atrás te sirve para enrollar todo el hilo que vas a tejer. En el peine se pasan los hilos porque tiene un orificio y una ranura, entonces tiene doble movimiento. El peine va arriba y abajo, y adelante se ajustan los hilos, y se teje. La tela se va enrollando adelante, y atrás, los hilos con los que vas a tejer. A medida que vas tejiendo, se va desenrollando el hilo de atrás, la urdimbre”. De eso consta todo el telar, “es simplísimo. Pero cuando empiezan, generalmente te dicen: no entiendo nada, no sé que voy a hacer, y después se enganchan porque una vez que aprenden la técnica y a manejar el telar, les encanta. Gusta mucho, además es muy terapéutico.
Muchas mujeres que se jubilan se preguntan qué van a hacer, y cuando van al curso, ponemos música y se olvidan del mundo. Es que estás creando algo tuyo, es muy lindo”.
Los hilos que utiliza los trae desde Buenos Aires aunque hay comercios en Posadas donde se pueden adquirir. Un camino standard para una mesa de seis sillas (de 45 de ancho por 1,60 de largo) lleva 350 gramos de algodón rústico. “Cada cosa lleva distintas cantidades. Las pashminas hechas en seda llevan 500 gramos, son muy finas, muy lindas. Son mi pasión. Me gusta mucho esa parte el telar”.
Hija de un pionero
Su papá, Fulgencio Gerardo Verón, llegó a Jardín América en 1949. Vino desde Corrientes y se conoció con Dominga, en Posadas. Se casaron y se fueron a vivir a Eldorado. Después se afincaron en la novel localidad cuando “en Jardín América no había nada de nada”, y trabajó en la primera Comisión de Fomento como secretario tesorero.
Margarita Verón, nació en el centro de la actual ciudad, por avenida Uruguay 91. “El doctor Tadayoshi Kamada me trajo al mundo pero en mi casa. Eran muy amigos de mis padres. De la misma manera con Hugo Von Zeschau, que era el intendente y eran amigos inseparables, al punto que eligieron a su esposa como madrina de mi bautismo”, manifestó, quien pasó su niñez entre personalidades jardinenses como José Francisco Machón y Julio Benítez Chapo.