A Beatriz Caniza, manejar un taxi hace 40 años atrás, la hacía sentir “como un sapo de otro pozo”. Había quedado sola con sus hijas y debió afrontar la situación desde un ambiente de hombres. “Era una época complicada para las mujeres, los mejores trabajos eran para ellos y eran mejor remunerados en lo que fuera. Estábamos encasilladas, a menos que tuviera un título universitario -yo no tenía-, resultaba bastante complicado”, sostuvo la primera conductora de Posadas.
“Me puse a pensar qué es lo que podía hacer. Cuando quedé sola tenía un dinero, pero me tenía que poner a hacer algo rápido porque había que hacerse cargo de la crianza de las nenas, del colegio, entonces comencé a vender libros. Pero no me cerraban los números. Entonces pensé en algo que hacen los hombres para poder llevar el sustento a la familia. Como sabía manejar bien, se me ocurrió ir a una empresa que creo que fue la primera que estuvo organizada, la de Víctor José Sureda”, que estaba por la calle Perito Moreno, entre San Juan y Mendoza. Ahí estaban las oficinas, el taller, y también allí residía el empresario con su familia. “Un día fui y lo encaré. Con mis veinte y pico de años, entré, y le dije al dueño: necesito trabajar. El hombre me quedó mirando. Me dijo que ya estaba cubierto el plantel de operadoras.
Le respondí que no quería trabajar de operadora. Quiero trabajar de chofer. ¡De chofer!, ¿estás segura?, sí, sé manejar bien. Se puso a hablar con la esposa como para darme una respuesta inmediata, lo consultaron en privado, y al regresar, me dijeron que me iban a tomar una prueba. Tenía una flota de seis torinos, él tenía uno impecable. Salí con la pareja, manejando su auto. Venimos al centro, al hotel Savoy, donde me invitaron a cenar y charlamos. Y se mostraron conformes con la prueba que realicé”.
Al día siguiente le asignaron un torino de color azul. “Era toda una novedad, una mujer al volante”, acotó esta abuela por doce, que aprendió a manejar sola en un Renault 4 que sacó en un descuido a su papá, Agustín.
Manifestó que los hombres “no me querían. Les caía mal porque me había metido en un rubro exclusivo. Después me fueron tomando cariño pero al principio fue difícil. Me hacían la contra. Se fijaban en todo, cómo lo hacía, para ver si me podían agarrar en algo. En algunas oportunidades me hicieron llorar, aunque nunca delante de ellos. Me sacaban los pasajeros, así fue un tiempo, después me gané el cariño y es como que me protegían”.
Fueron pasando los años y las épocas. Consideró que en aquel tiempo las cosas eran bastante más fáciles, se podía trabajar, mantener a la familia, tomarse vacaciones. Después agregó un puesto de venta de diarios y revistas para tener otro ingreso. “Siempre me acompañó mi buena salud y mi predisposición. Si me acostaba a las 23 y sabía que tenía que levantarme a las 2, porque tenía un compromiso, lo hacía.
De hecho lo hice durante mucho tiempo. Fui creciendo en el rubro, en el sentido de conocer el trabajo, desenvolverme, ocupar un lugar, que me respeten. No mezclaba nada. Este era mi trabajo”, celebró quien siempre se consideró “muy coqueta” y manejó de tacos -usaba los Luis XV- “durante toda mi vida”.
De Posadas, sobresalía el centro y algunas avenidas como la Uruguay, el resto eran calles de tierra. Y en días de lluvia había que saber manejar. “Una vez caí a un zanjón con dos o tres hombres. Les había advertido que no era posible ingresar, pero ellos insistieron. Ahora ustedes me van a sacar. Se bajaron y se embarraron hasta las orejas. Y así, hay muchas anécdotas graciosas. Una vez iba hacia el aeropuerto con un ejecutivo, de traje, corbata y portafolio, y pinché una cubierta por calle Junín. El hombre se sacó el saco, se arremangó la camisa y cambió el neumático. Esa época era impresionante, las mujeres estábamos de parabienes.
Me traían bombones, flores, eran verdaderamente caballeros, como una deferencia. Éramos respetadas y consideradas. Veo a las chicas que no se dan su lugar de damas. Cambiaron las cosas, algunas para mal”, reflexionó la mujer, que prefiere “vivir los momentos y guardarlos en la retina” antes de guardar fotografías, por ejemplo. “No soy fotogénica y no guardo ni recuerdos. Amo a mis hijas, y me gustaría tomar mate y abrazarlas todos los días pero no soy de andar guardando recuerdo. Prefiero disfrutar el día a día, hablar, sentarme a comer algo, compartir amor y cosas materiales. Aunque nunca tengo nada porque siempre reparto.
Mi placard nunca tuvo mucha ropa porque mis hijas vienen y encuentran cosas con las que quedarse”, señaló entre risas. Nacida en Eldorado, admitió que sus hijas (Geraldine, Marilin y Rosana) no se terminaban de acostumbrar a la profesión de su madre. “Nunca les gustó. Era la madre, todo, pero tenía ese defecto. Hace unos cinco años, mi hija mayor pidió que la acercara a un lugar. Íbamos por López y Planes, alguien levantó la mano y como es algo muy fuerte me detuve, porque a todos veo como un potencial pasajero. Le digo, si quiere lo llevo pero estoy con mi hija. Ella iba adelante y exclamó, ¡mamá! Es un desconocido.
Pero todos mis pasajeros son desconocidos, le contesté!”, contó. Y remarcó que “hasta el día de hoy me dicen, cuando vas a dejar de trabajar, basta con esto mamá, hay mucha inseguridad. Pero vivo de esto.Tengo ganas de seguir, lo voy a hacer hasta que la Municipalidad me siga extendiendo el carnet y mientras que mi salud me acompañe”. Ahora, en la empresa Telecar, donde se desempeña, tiene varias compañeras de trabajo, aunque cree que a las mujeres “no les gusta mucho este tipo de trabajo. Hay muchas que manejan muy bien, son detallistas, cuidadosas, pero para alguien joven que quieren estudiar, superarse, es cansador.
No se quieren enfrascar en un trabajo que lleva doce horas, es un trabajo que te agota, más aún en Posadas donde la educación vial es pésima. Tenes que estar con todas las luces para no tener problemas con las motos, las bicicletas, peatones, colectivos, es un trabajo mental que te agota. Y una mujer que necesita un tiempo para dedicarse a estudiar, a prepararse para un futuro mejor, o que tiene niños chicos, que van al colegio, no puede”.