Rubén Antonio Ramírez tiene 52 años y en diciembre del año pasado recibió su certificado de terminación de la escuela primaria. Presenta problemas madurativos y desde muy niño se los vio caminar por las calles de la Capital Nacional de la Madera vendiendo empanadas, helados, diarios, bollos y churros, y hacer todo lo que podía para poder ganarse la vida. Sus estudios primarios los terminó en la Escuela Nocturna para Jóvenes y Adultos N° 1227. Ahora quiere seguir sus estudios para cocinero en el mismo establecimiento educativo.
Contó Rubén que estudiar fue muy importante para él. “Es importante para mi ir a la escuela.
Aprendí a leer y a escribir porque yo no sabía. Ahora me dan una lectura y yo leo y copio lo que dice.
Puedo firmar con mi nombre y todo eso”, manifestó, orgulloso de su logro.
Antes, la calle y sus trabajos esporádicos, le enseñaron a Rubén a manejarse con los números, pero principalmente con los billetes. Siempre fue vendedor ambulante. Desde chico se ocupó de mantenerse solo, con el dinero que ganaba por vender diarios, bollos, empanadas, churros, y “lo que podía y conseguía”. Estar en contacto con el dinero durante toda la jornada le permitió conocer bien los valores de los billetes y monedas. También a contarlos. “Yo sabía contar, no muy bien. Pero la plata la conocía desde siempre”, reconoció el hombre.
Comenzó a asistir a la escuela hace siete años, cuando decidió dejar de vender diarios en la calle y empezó a dedicarse a cortar pasto y a recolectar cartones y diarios para vender en los lavaderos. Ya con su pensión por invalidez, el destino le permitió dejar los trabajos y poder dedicar ese tiempo a estudiar. No conforme con el séptimo grado, Rubén está decidido a apostar a más. “No quiero seguir estudiando la secundaria. Quiero estudiar cocina. En la escuela donde iba, también daban cocina y quiero estudiar eso para aprender a cocinar para mi tía que vive conmigo”, narró.
Rubén Antonio Ramírez es muy conocido en San Vicente. Nació en esta ciudad y vive con una pariente que lo crió desde muy chico. Siempre se dedicó a la venta callejera y por muchos años fue el único canillita de PRIMERA EDICIÓN. Cuentan quienes lo frecuentan que “una vez estaba enfermo pero como era muy responsable y no podía ir a vender el diario, visitó a sus clientes informándoles que no estaba en condiciones de cumplir con su trabajo”. En otra oportunidad, un director de escuela de la colonia realizó con sus alumnos un viaje de estudios a la ciudad de Posadas y pasó a conocer el Diario. Cuando el matutino publicó la foto de los estudiantes, el docente buscó a Rubén para comprar varios ejemplares. “Quiso comprar un diario para cada uno de sus alumnos como obsequio, pero no le quise vender. Cómo una sola persona iba a comprar más de 30 diarios”, cuestionó al docente.
Su andar es lento y parsimonioso, su voz pausada y gruesa resulta inconfundible para los miembros de la comunidad sanvicentina. Ahora se lo puede ver cargando diarios viejos y cartones que vende en los lavaderos de autos y maniobrando la motoguadaña con que corta el pasto a los vecinos de la Capital Nacional de la Madera.