Fue casi por una necesidad personal que Rafael Roberto Román (32) comenzó a confeccionar calzados para danza, y con el tiempo se convirtió en el encargado de la zapatería del Ballet Clásico del Parque del Conocimiento. Como bailarín, no conseguía que en Posadas “alguien me hiciera los calzados para baile, entonces empecé a tratar de hacérmelos yo mismo. Comencé a investigar, a improvisar, y a ver cómo salían”. Sucedió hace unos ocho años, y esa actitud fue observada por la directora del Ballet, Laura de Aira, que propuso a Román que fuera a estudiar zapatería al Teatro Colón. El joven no pudo lograr el cometido pero la misma De Aira hizo gestiones para que el maestro zapatero del Teatro Colón, José Romero, viniera a Posadas a capacitarlo. “Participé de cursos, incluso se hizo uno abierto para incorporar a más gente, y ahí se abrió el taller, ya hace siete años.
Durante un año estuve encargado del sector y a la par continuaba como bailarín pero después opté por quedarme solamente acá porque había mucho trabajo”, confió, mientras limpiaba sus manos en el negro delantal, en un pequeño mundo en el que convive con moldes, hormas, pegamentos, herramientas, máquinas de coser, tijeras y cueros.
Aseguró que Romero le enseñó mucho. De él aprendió sobre la base, sobre cómo trabajar con las hormas, cómo sacar un molde, cómo hacer que un calzado sea un calzado, y otras cuestiones que hay que tener en cuenta. Aunque su visión como exbailarín también lo ayudó mucho a saber lo que necesita el pie de un bailarín. Es por eso que “terminé desarrollando unas botas que personalmente no vi en otro lado sino que fue algo que se me ocurrió. Son botas especialmente adaptadas para los pies de los bailarines, que cuidan la línea del pie, que no te traban. Son una variable del modelo de botas normales, que se hacen para ballet en todo el mundo”. Si se compara, “mi diseño es sólo una línea sin quiebre, hace que el bailarín pueda estirar el pie sin la necesidad de hacer una mayor fuerza a la que normalmente haría”, dijo, quien fue integrante del Ballet Ucranio “Kolomeia”, de Posadas, por el lapso de ocho años.
Contó que en sus años de bailarín, siempre “me especialicé en la danza carácter, que es cuando se fusiona la danza clásica con el folclore de distintos países, que están presentes en muchas obras”. Por ejemplo, en “Cascanueces”, se puede percibir la danza rusa, la española, la inglesa, la china. En el “Lago de los Cisnes”, la danza italiana, húngara, polaca. “En los distintos ballets están presentes las danzas de carácter, que casi siempre se bailan con botas. Y como en Posadas no conseguía que alguien me hiciera, empecé a tratar de hacérmelas yo mismo. Laura De Aira vio que las hacía, que más o menos me salían y que me gustaba, y me hizo la propuesta”.
El tiempo apremia. Sobre uno de los extremos de la sala, hay una pizarra completa de pedidos para el 19 de noviembre. Cada vez que hay una producción, que se avecina una nueva obra, se renueva el vestuario y el trabajo se triplica. “Durante el resto del año se bailan fragmentos de la obra y lo único que hay que hacer es verificar el estado del calzado, hacer ajustes, y si hay un cambio de reparto, hacer el calzado correspondiente. Todo el año trabajamos bastante, haciendo media punta, y demás. Ahora estamos con mucho trabajo porque hay una obra nueva”, acotó Román, al tiempo que aseguró que con sus asistentes, Sebastián Verón y Maximiliano Garcete, “estamos acostumbrados a trabajar a contra reloj. Es normal. Se atrasan los pedidos de los materiales y muchas veces nos llegan cuando estamos cerca de la fecha. Es ahí donde tenemos que ponernos a trabajar mucho más que deberíamos”.
Según el zapatero, aquí también las cosas funcionan como todo método científico, prueba-error. “Mi maestro me enseñó mucho pero también hubo cosas que aprendí en forma empírica: practicando, probando, errando, corrigiendo, hasta que salió. Al principio siempre cuesta, siempre tenés que estar viendo adonde está el error. Pero para encontrarlo, primero tenes que terminar el calzado, probarlo, y ahí te das cuenta. Reconoces el error y tenes que empezar de cero. Es un proceso”.
Antes de algún espectáculo, es habitual que los bailarines invadan el salón, al igual que en sastrería.
“Trabajamos para que los bailarines estén cómodos y lo más presentables posible en el escenario. Tenemos que probar si les queda bien, si no les queda, tenemos que ir acomodando. También los chicos tienen que estar predispuestos a venir varias veces para la prueba porque, al fin y al cabo, si les queda mal, flojo, ajustado, se complican al momento de bailar”. De todos modos, Román, aunque se considere “invisible”, está siempre detrás del escenario en caso que surja algún imprevisto, y así poder solucionarlo.
Antes de comenzar una producción, Román tiene que interiorizarse sobre qué obra se va a hacer para saber qué tipo de calzado va a utilizar. Es que cada una se sitúa en espacio, tiempo. Por ejemplo, “Cascanueces” es de principios del siglo XIX y se desarrolla en Alemania. “Tengo que estar al tanto de los calzados que allí se usaban. Tuve que estudiar historia de la moda para saber encajar las producciones dentro de cada obra. Tengo que saber sobre el reparto, la cantidad de bailarines, cuantos de ellos van a usar botas, cuantos zapatos. Hago el calculo de materiales (pegamentos, hilos para las máquinas y cueros, porque se necesitan materiales resistentes) y se manda a encargar”, contó quien, además, tiene noción de artes marciales, dicta clases de preparación física para escuelas de danza y es instructor de pilates. Su horario es por la mañana pero cuando se acerca una fecha y la labor lo llama, “puedo estar mañana, tarde, noche, sábados, domingos o feriados. Muchas veces necesitan arreglos fuera de hora”.
Jazz, contemporáneo, clásico
Su vinculación con el arte nació a los 16 años, cuando uno de sus compañeros de colegio, David Yavorski, lo invitó a que lo acompañara a estudiar danza porque quería convertirse en coreógrafo. Recordó que justo en ese momento estaba de moda Bandana, Mambrú, KtrasK, y “toda esa onda pop. Me hinchó tanto hasta que le dije que sí. Empezamos con jazz y contemporáneo y al año siguiente, empecé a hacer clásico. A los 18 audicioné y entré al ballet provincial, que ahora es del Parque del Conocimiento. Unos años después ingresé al ballet ucraniano, también bailé con Luis Marinoni, y con Romina Maluf, para la colectividad sirio-libanesa”.
“Me encanta el arte en sí: la danza, la pintura, la escultura. Todo lo que se relaciona con lo artístico. Y la de los zapatos es una manera de poder demostrar mi arte”, sostuvo quien está a un paso de recibirse como diseñador de modas, quizás en honor a su mamá Clara Laurenzo y su abuela Lina Wottrich (ambas fallecidas), que eran modistas reconocidas. “Lo de la costura viene por ese lado aunque la zapatería también tiene costura, molde, trabajo manual. Suelo ayudar a las chicas de sastrería cuando tengo tiempo y ellas necesitan una mano”, manifestó.
Emocionado, aseguró que “me siento muy satisfecho adonde estoy, me encanta lo que hago. Me encanta ver que los calzados que hago están en el escenario. Es una cosa que no se puede explicar porque se trata de un bailarín profesional que me está confiando su futuro. Si el calzado está mal hecho hay más probabilidades que pueda lesionarse, por lo que hay mucha responsabilidad en este trabajo”.
Lo que pretende es seguir creciendo “como diseñador de calzados, como confeccionista de calzados, hacer que mi trabajo no quede acá sino que trascienda, que sea reconocido a nivel mundial”.
Ver sus “obras” en escenarios de nivel mundial, con bailarines de categoría élite, “sería algo grandioso”. De hecho hay algunos como Herman Cornejo, que es primer bailarín del American Ballet, la escuela de danza del Ballet de Nueva York, “que tiene varias de mis confecciones. Hace poco recibimos la visita de una coreógrafa con un alumno de los Estados Unidos y también se llevaron un par de botas cada uno”. Son diseños exclusivos. Así trascenderá y se hará conocer.