Aquel niño de 4 años -cuyo primer libro leído fue La cabaña del Tío Tom- está sentado frente a mí, casi 70 años después. Está esperándome con mate y bizcochos. Diógenes, un bóxer de 2 años, está a su lado. Mira al dueño como esperando mimos. Él lo acaricia pero no mucho, porque “el perro es para cuidar”.
Muchos lo conocen como “el librero del Marconi”. Sin embargo, los libros sólo forman parte de un pequeño capítulo de su vida, apenas la introducción. “La gente cree que es todo un show, sólo ven la barba y nada más. Armaron un misterio alrededor mío”, contó.
Él es Luis Giacobone. Tiene 72 años y nació en La Matanza, Buenos Aires. Hijo de padres italianos, se considera una persona fugaz. “No tengo una vida para cultivar amistades. Porque yo soy perro, me quedo cuando me conviene. Si no hay nada más para mí en un lugar, me voy”, se defendió.
Luis fue artesano de todo tipo. Empezó con lo clásico: enhebrando mostacillas, tejiendo con alambre y decorando madera y cerámica. A los 21 sintió que nada lo motivaba: “Siempre la misma gente con las mismas pasiones, estaba aburrido. Así que agarré la mochila y me fui a la mierda”, admitió.
Un trotamundos que hace 20 años se asentó, sin quererlo, en Posadas. “Es la provincia donde más viví y donde menos he hecho, increíble pero cierto”. Luis estuvo viviendo en Salta, haciendo radio y política. “Estaba cansado porque me había ido mal, todos se habían divertido menos yo, así que quise dejar todo por un tiempo”. Abandonó su labor de periodista y vino a Misiones con la idea de trabajar en la minería de Wanda. Sin embargo, llegó a finales de los 90 con sus planes frustrados.
Después de proyectos fallidos y decepciones amorosas en el interior de la provincia, llegó a Posadas. “Quedé boyando, viví en la calle por muchos años. Por eso el desapego con las cosas: por ahí es algo que tiene valor, pero para mí lo pierde si lo tengo que cargar. Sólo tiene valor lo que no pesa, o sea lo puesto”.
De la calle a la torre Marconi
La historia de Luis con la Torre Marconi, al igual que su vida misma, está plagada de idas y vueltas. “Cuando vi terrible caserón, quise hablar con el dueño y de contacto en contacto lo logré”, contó sobre su llegada al edificio vidriado de Mitre y Ayacucho. Así conoció a Néstor Alfredo “Kini” Nielsen, propietario de la emblemática torre Marconi, y ambos entablaron una amistad que le permitió a Luis ocupar el edificio en desuso. “Él me daba el espacio a cambio de que yo cuidara la propiedad sin intrusión”. Sin embargo, cuando murió Néstor, el pacto hecho entre los amigos, murió con él. Con temor a que lo califiquen de intruso, Luis se quedó en el edificio y allí sigue hasta el día de hoy. “No pude moverme más porque implicaba un riesgo para mí”, dijo a Ko’ ape.
Actualmente, Luis espera: “Los sucesores de Néstor nunca vinieron, o sea siempre aparecen y entran, pero nunca nos sentamos a hablar. Nunca me dijeron que me vaya ni me dieron lo que me corresponde por los años que dediqué a cuidar el edificio. Cuando eso pase, junto mis cosas y me voy”.
Entretanto, planea sus posibles destinos. Quiere irse a San Ignacio porque tiene una propuesta cultural con respecto a Horacio Quiroga. La otra opción es Bolivia. “Y sino, estuve pensando en irme a la estación de servicio abandonada que queda por Uruguay y ocupar ese espacio”, contó entusiasmado.
Diógenes sigue a su lado y lo mira. Le pregunto si su compañero viajará con él y sin pensarlo me dice que sí. Los libros, en cambio, no tendrán la misma suerte: planea dejar la mayoría a un amigo y donar los que sobren. “Sólo llevo lo que no me pese, y lo único que no pesa es lo que tengo acá” dijo por segunda vez, y finalizó: “Lo único que hay que llevar en los viajes es la cabeza”.
*Por Josefina Ferreyra