José Rosa Godoy (61) tenía once años cuando comenzó a recorrer las calles posadeñas con la venta de diarios. Su hermano Saturnino era dos años menor y, sin muchas opciones, decidió seguir sus pasos. Por estos días celebran 50 años llevando las noticias impresas a los hogares de la capital provincial.
Residían en Jardín América pero por graves problemas de salud de su padre, Emilio, debieron trasladarse a Posadas, a principios de 1969. Eran tiempos difíciles porque la familia era numerosa (14 hermanos) y alguien tenía que trabajar en casa. “Empecé yo”, dijo José, y unos días después, lo siguió su hermano Saturnino, el menor de los varones.
Ambos recuerdan que la vida fue dura. Al principio vivían en el barrio Tacurú. Y al momento de comenzar a desandar las calles posadeñas “no había focos en todo el camino. El asfalto había llegado por López y Planes hasta Lavalle -justo donde tiene su puesto de ventas-, el resto eran calles de tierra. Era una oscuridad de aquellas. Al primer foco lo pusieron en Lavalle y Brown, luego el del cementerio, y así la ciudad fue creciendo, mejorando. Veníamos caminando esos seis kilómetros todos los días”.
Saturnino tenía 9 y José 11, cuando los hermanos “Monchi” y “Pechito hondo”, que eran vendedores de diarios, los invitaron a sumarse. “Nos ofrecieron que vendamos porque veían la miseria por la que estábamos pasando. Empecé yo, y a los pocos días, mi hermano. Papá falleció en 1972 y poco después, mi mamá (Ester Díaz), con la ayuda de otra persona, pudo comprar una casa en el barrio Santa Rita. Y de ahí también veníamos caminando. Cuando llovía, por ejemplo, era muy difícil llegar. Entonces nos quedábamos en casa de Don Emilio Malnatti, quien estaba a cargo de una de las zonas de venta y con quien trabajábamos. Eran excelentes personas. Nos trataban como si fueran nuestros padres”, manifestó, quien concluyó la secundaria en la nocturna, “con un sacrificio tremendo”.
Contó que con Malnatti estuvo hasta el 31 de diciembre de 1973, que fue cuando se independizó y empezó a pagar la zona que comprende López y Planes, Francisco de Haro, Almirante Brown y Santa Catalina, que es donde sigue trabajando.
Dios está presente en su vida. Considera que “Él es grande y me cuida. Cuando había empezado PRIMERA EDICIÓN vendía en Corrientes y Mitre y estuve cerca de la muerte. Era un día de buen tiempo y se soltó un cable de alta tensión que cruzaba desde Apos hacia Mitre. Lanzaba un fuego azul que se iba moviendo y quemaba lo que tocaba. Fue impresionante. Te paralizaba. Supe que cuando Dios tiene un propósito sobre uno, no le va a pasar nada”.
Contó que hubo un tiempo en que la venta de diarios era muy buena, entonces venía a trabajar la familia entera. “Llegué a tener hasta 60 vendedores, y hubo un momento en el que más de 30 integrantes de mi familia eran canillitas. El día que PRIMERA EDICIÓN salió a la luz vendí 724 diarios. Había bajado 1.400 pero no habían hecho publicidad y la población desconocía el día exacto de salida. Fue una sorpresa para la gente”. Por sus manos pasaron muchos periódicos. Los vio florecer y desaparecer, entre ellos hubo locales, correntinos, de Buenos Aires y el obereño Pregón misionero, dijo José, que se siente feliz “con lo que hago. No estoy arrepentido. Los años pasaron pero no fueron en vano”.
Padre de Lisandro, Lucrecia, Amambay, Lautaro y Luciano, fruto de su relación con Gladis Samudio, admitió que consiguió muchos trabajos en el “interín” pero nunca quiso dejar de ser canillita “porque veía como que el trabajo del diariero era muy digno. Discutí con varios por dignificar el trabajo, y llegué a la conclusión que el que trabaja de manera honesta, desde donde esté, puede dignificar el trabajo”.
“En el trabajo dejé mi vida”
Hace 41 años que Saturnino se mantiene en el puesto de La Rotonda de acceso a la ciudad de Posadas, donde hace una especie de guía de turismo ante la falta de señalización, cartelería y de una casilla de turismo para que los visitantes puedan evacuar sus dudas.
“Ellos me preguntan y se admiran con las anécdotas que les cuento. El lugar en el que estoy es estratégico, sirvo mucho a la Municipalidad y al Gobierno provincial porque los turistas recurren a mí para saber cómo llegar a un lugar. Habitualmente se pierden, no saben que rumbo tomar y cuando me ven, se detienen y conversan. Siempre voy con la verdad. Los verdaderos diarieros somos así y la gente valora eso. Si no estoy bien al tanto de las cosas, los mando a una estación de servicios”, confió.
Rememoró que “nuestra vida era triste porque recibimos de herencia la pobreza. En 1969 salimos a la calle por necesidad. La moneda que ganábamos la teníamos que llevar a la casa porque nos esperaban cinco hermanas más chicas que querían comer”.
Durante quince días “fui descalzo a la escuela -por avenida Bustamante- y como me cargaban, yo lloraba. Hasta hoy me acuerdo de un grandote, tengo presente su rostro, porque era el único que me defendía. Cuando quiero contar estas cosas a mi hija Mariana -también es padre de Ismael y Pablo-, no lo puedo hacer porque se larga a llorar”. Su esposa Marta Centurión, con quien vive hace 32 años y formalizó hace siete, es un sostén importante. “Haya tormenta, haga frío, calor, siempre estamos firmes, a primera hora de la madrugada. Mezquino mucho mi trabajo porque yo dejé mi vida, lo llevo adentro, lo defiendo”, agregó, quien planifica una reunión familiar para que los 50 años de trabajo no pasen desapercibidos. Destacó el acompañamiento de los vecinos que “son muy buenos conmigo. Me ofrecen agua para el mate o algo calentito pero no quiero molestarlos pidiendo yerba o azúcar. De todos modos sé que a la hora de la verdad ellos van a estar conmigo”.