
Escenario de bellísimos atardeceres. Y a sólo ocho kilómetros del ejido urbano de San Ignacio.
Se trata de un área natural protegida de 78 hectáreas que se mantienen en conservación desde hace poco más de dos décadas, a partir de la Ley 2.876 que le dio creación a la reserva natural provincial.
Su nombre deriva del guaraní, “Cueva del lagarto”, proviene de la creencia de que vivió allí un gran lagarto y hacía estragos entre las embarcaciones, cobrándose la vida de quienes navegaban en las inmediaciones.

El peñón es producto de la continuación de la Sierra de Amambay, de Paraguay, y su vegetación se ubica en una zona de transición entre las selvas mixtas y el distrito de los campos, pero alcanza, además, una pequeña parte de las selvas marginales del río Paraná, motivo que contribuye a que las especies faunísticas pasen de un ambiente a otro, hasta encontrar el hábitat más apropiado.
Sus cavernas naturales sirven de refugio a numerosas especies de murciélagos, mientras que su flora con especies muy localizadas, como el cactus “teyú cuaré”, que vive en laderas rocosas inclinadas ubicadas sobre el margen del río, en comunidades densas aunque reducidas; además, es un sitio de valor folklórico-histórico, pues este apasionante conjunto natural sirvió de inspiración al escritor Horacio Quiroga.
Los senderos se encuentran indicados y los miradores ofrecen distintas perspectivas al río Paraná. Obviamente requieren distintos grados de esfuerzo, el más grande, sin duda, subir los alrededor de 250 peldaños de la escalera de bloques de piedra, en cuya cima, coronada con una cruz de troncos, se ve la costa de Santa Ana, a unos 20 kilómetros al sur; las praderas de Paraguay y, al pie del crestón, la isla “el barco hundido”.
