Debió amañarse y descubrir otras opciones para que la depresión no lo gane. Comenzó a fabricar artesanías en madera, hacer revoques, revestimiento de pisos, de sanitarios. Puede hacer una instalación de luz o de agua o preparar un buen asado, sin complicaciones.
Pareciera que el ingenio de Luis Pfaiffer nunca se agota. Nada en sus manos es imposible de lograr.
Si no sabe, pregunta. Desarma los objetos con cautela y los vuelve a armar, en el orden inverso, para que todo quede a la perfección. Es el método que utilizó para que la depresión no lo domine después de un accidente laboral que sufrió hace once años y que imposibilitó, básicamente, el normal funcionamiento del brazo derecho. “Hay que tener voluntad y darle para adelante, de lo contrario tendría que recurrir al psicólogo constantemente porque me deprimo con facilidad”, confesó el hombre mientras intentaba copiar un modelo de alfombra cuyos hilos son anudados todos por separado.
Desde chico, cuando aún vivía en el municipio de Campo Ramón, ayudaba a su padre, Guillermo Ludovico Pfaiffer, en la construcción. Él siempre le decía: “‘Vos mi hijo aprendé porque mañana te va a servir’… y fui incorporando todo lo que me enseñó hasta que salí de la chacra y me vine a vivir a Oberá”. Fue a los 21, cuando en la Capital del Monte se casó con Lucía Laura Kelm.
Siguió desarrollando la misma tarea y, pasado el tiempo, “tuve un accidente del que con suerte salí con vida. Me caí de un techo de cinco metros de altura después de que se rompiera la chapa de fibrocemento”. Tras el incidente “lo único que vi fue una mano blanca y manoteaba queriendo agarrarla. Pero todo era producto de la imaginación. Pedí socorro y, como la obra quedaba sobre la calle, un muchacho entró y me preguntó qué buscaba. Mi brazo, le contesté. Está debajo de tu cabeza, me señaló. Fue a buscar ayuda y me trasladaron al Hospital SAMIC ya inconsciente. Ahí supieron que me fracturé la parte inferior del ojo izquierdo y el brazo derecho”.
Luis Pfaiffer fue sometido a cirugía en cuatro oportunidades pero su cuerpo nunca aceptó las piezas de platino que los médicos buscaban incorporar para recuperar el miembro. “Me operaron pero el hueso quedó totalmente suelto, entre el hombro y el codo”, contó mientras intentaba movilizarlo para mostrar la dificultad que presenta. Y al rato aclaró: “Es más fácil ganar la plata de arriba. Tengo una pensión por discapacidad, pero es real, está a la vista. No por eso me quedaré de brazos cruzados. Voy a hacer todo lo que pueda”, aseveró.
Después de ese trance, veía a los vecinos “que salían para ir a trabajar y yo en casa…. y me decía, a la pucha, tanto tiempo laburando y ahora no puedo… entonces busqué alternativas”. Inicialmente se dedicó a los trabajos de artesanía en madera, como fabricación de mesas ratonas, de luz, con las patas torneadas, que “me dieron muy buenos resultados”. Pero después terminó la provisión de madera de monte. “Queda sólo paraíso, pino y eucaliptus, y eso no me sirve.
Trabajo siempre en casa, y si alguien me acercara buena madera, volvería a los muebles, aunque las utilizan para hacer chips y ya no hay disponibilidad de árboles”, agregó el hombre que hace 43 años reside en Villa Lutz.
Si bien ahora la misma situación le complicó la columna y tiene problemas de vista -con un ojo ve doble desde el momento de la caída- Pfaiffer desconoce lo que es permanecer inactivo. “Me tuve que acostumbrar a hacer todos los trabajos con la mano izquierda. Incluso hacía el torneado a mano, dando forma a lo que me aparecía en la mente, y vendiendo”, aclaró. Y celebró: “tenía venta. Los vecinos o la gente de la colonia venía a encargarme o a comprarme. Eso sí, nunca pedí dinero por adelantado. Siempre terminaba el trabajo, presentaba al cliente y esperaba la aprobación, si estaba conforme, lo cobraba”.
Como si fuera poco, en esa condición y con una sola mano, hace revoques, revestimiento de pisos, de sanitarios. No se amilana cuando le piden la instalación del servicio de luz o de agua. “Cuando alguno me necesita, viene y me busca, porque no puedo manejar”. Es solicitado por los vecinos del barrio para arreglar, por ejemplo, las máquinas de podar pasto. “La traigo y la arreglo, me ingenio para solucionar porque eso es algo que fui aprendiendo sobre la marcha. Cuando desarmo miro detenidamente para volver a armar de la misma forma que estaban dispuestas las piezas”, explicó.
Ahora dio lugar a las manualidades, haciendo alfombras. “Cada vez busco la forma de hacer algo. Apoyando el brazo, puedo ir manejando. Ella (por su esposa) me corta las tiritas aunque a veces logro hacerlo solo. Estoy incursionando pero no es muy agradable trabajar con ese material cuando el calor es intenso. A ella le regalaron una y comencé a copiar el modelo. Tengo que ir atando una por una”, dijo Pfaiffer, para quien “no hay barreras”. Trata de grabar en su mente todo lo que observa “y lo hago. Sólo el que no quiere trabajar, no lo va a hacer y no va a salir adelante. Levanto paredes con una mano, y en los sanitarios hago revestimiento con distintos colores de cerámica, tipo venecitas. Toda la vida me defendí” y lo sigue haciendo.
Sus dos hijos (Luis y Marcos) y sus tres nietos siempre lo alientan a “seguir adelante”. En ocasiones “les tiro algunas ideas porque ellos no tienen la práctica que yo adquirí con los años”. Y sigue transmitiendo conocimientos. A su nuera (Carmen) le enseñó “a hacer revoque y a trabajar con la cerámica”.