Si alcanzar el éxito significaba superar obstáculos, Jorge Merlini estaba dispuesto a enfrentarlos. Su sueño de ser actor y estar en las grandes carteleras fue su motor. Dejó su tierra natal siendo apenas un adolescente y transitó los más de mil kilómetros que lo separaban de la gran ciudad, “donde todo pasa” y donde, por supuesto, todo pasó. Subió a las tablas de la calle Corrientes, filmó para el exterior… pero Misiones nunca suelta, entonces durante los últimos meses inició también un camino aquí, lejos de la actuación pero sí compartiendo mucha de su experiencia de vida.
Con sólo catorce años Merlini dejó su pueblo, donde trabajaba junto a su papá, y llegó a Buenos Aires, donde supo de sacrificios e incluso sintió en “carne propia” lo que es no tener un techo sobre su cabeza, entonces vivió en una plaza, pero no se detuvo hasta que llegó a “la calle que nunca duerme” con su unipersonal “Un ciruja-no misionero” y, hace pocos días finalizó el rodaje de “El día después”, una versión de “Rosaura a las 10”, con una productora independiente.
“Los primeros meses viví en plaza Miserere, la famosa plaza Once, hasta que conseguí trabajo y me pude acomodar un poco e ir a un hotel”. El tiempo pasó, y ya hace más de veinte años está instalado y con una gran familia.
La actuación es “una pasión que tuve desde chico, pero era como algo inalcanzable, algo que siempre soñé pero a la vez pensaba que nunca se iba a dar”, confió el misionero y recordó que cuando se pudo “acomodar” en la gran ciudad consiguió algunos trabajos como extra, que le permitieron estudiar actuación y se abrió la puerta para filmar largos y cortometrajes, además, “hice comerciales gráficos, de TV, en sitios web, trabajos para Cosmopolitan, para canal América, también una película para México; trabajé con Luisana Lopilato en una novela para Israel; con Monchi Balestra, Pancho Ibáñez, Federico Lupi, hice un videoclip con Valeria Linch”.
Seguir, aunque todo se complique
Nada fue fácil, “con esa edad me vine solo a más de mil kilómetros a probar suerte, me bajé en Retiro, tomé el primer colectivo que vi, hacía lo que hacían los demás, me bajé en la plaza donde terminaba el recorrido y ahí me instalé”, reflexionó.
Y esto, sin duda, lo lleva a transitar la vida con otra actitud, “pero hay que pasarlo, fueron momentos durísimos, nunca me olvido que llegué en invierno, en julio, me tapaba con cartones, imitaba lo que hacían los que vivían en la plaza y vine porque a esa corta edad había sufrido mucho, tuve una infancia difícil, vivía en un pueblo chico, donde no había trabajo, no había nada, era trabajar de día para comer de noche, veía el esfuerzo de mis viejos y nunca el resultado”, aclaró.
“Pasaron muchas cosas hasta que me acomodé, a los 17 años recién volví de vacaciones a Misiones para ver a mis viejos y conocí a mi esposa, en Posadas, nos vinimos juntos a Buenos Aires y arrancó nuestra vida, juntos también pasamos por varias cosas difíciles, como mis enfermedades”, admitió.
“Me detectaron leucemia en 2005, con veintipico de años me dijeron que las probabilidades de vida eran muy pocas, el trasplante de médula tenía que hacerse cuanto antes, hicimos estudios con mis hermanos, tengo seis, a ver quién era compatible, ninguno resultó, seguí un tratamiento estricto, estuve internado mucho tiempo. Aunque los síntomas de la enfermedad nunca los sentí, pasé por estudios muy dolorosos, como punciones de médula, y pos recuperatorios bastante traumáticos”, memoró Merlini y añadió que esto no fue todo, “en 2009 me detectaron tuberculosis, también la pasé muy mal, estuve internado dos semanas, cuarenta días encerrado en mi casa, pero la superé, siempre con voluntad; otro traspié fue en 2011, jugando al fútbol me fracturé la pierna, una fractura bastante grave, me pusieron platinos, tornillos, gracias a Dios no tengo secuelas”.
Claro que no fue fácil, pero fue una excelente escuela y este aprendizaje le permite ver un poquito más allá, por eso, de alguna manera, regresó a Misiones, “estoy quince días en 2 de Mayo y quince en Buenos Aires”, aseguró, pues la tierra roja lo llamó para, de alguna manera, dejar su experiencia.