Capital del Monte, tierra de crisol de razas si las hay, de hombres y mujeres que llegaron, principalmente, desde el Viejo Continente buscando paz y una tierra fértil para trabajar. Tiempos que dejaron tantas historias que no bastarán los siglos para contarlas y que siempre es bueno recordar para no olvidar los orígenes y, tampoco, el camino marcado para seguir adelante. Anécdotas que con escondidas siete décadas sobre sus hombros Dorotea Wegner relató.
“Quiero rescatar a la mujer inmigrante, la que vino niña de Europa y acá contrajo matrimonio o formó pareja, tuvo a sus hijitos en la casa, prediciendo el momento del parto, para el que se preparaba el día anterior limpiando toda la casa, haciendo abundante pan, lavando los colchones, que se hacían con bolsas de harina y se rellenaban con chala de maíz u hojas de pindó, dejando todo limpio para luego recostarse y recibir la ayuda de su esposo que hacía de partero”, subrayó.
Y recordó que “en mi caso, los nueve hermanos nacimos en las manos de mi papá, en un galón, él hacía un gran fogón, si era invierno, y al lado arreglaba la cama para mi mamá, tenía la palangana con agua caliente y algunos trapos, sí, trapos se usaban, y ahí nacíamos”. A esa mujer “quiero destacar, a la que hizo grande a este lugar, a esta provincia, producto del hombre y su fuerza y la mujer, siendo mamá y trabajando, teniendo a sus hijos y yendo a la chacra para seguir plantando, siempre al lado de su compañero”.
Obviamente su caso no era el único. La humildad era como un común denominador. “Un tío mío de Caá Yarí, Roberto Wegner, atendió el primer parto de su señora y no tenía piolín, era época de cosecha de algodón entonces tomó un capullo, lo trenzó y formó un hilo con el que ató el cordón, que cortó con un cuchillo de cocina, porque tampoco había tijera”, mencionó y remarcó que “no hay que olvidar esa fuerza, esa voluntad para salir adelante y ese espíritu de trabajo”; tampoco los valores con que se educaba, “nuestros papás nos corregían con la mirada, si el matrimonio estaba hablando en la cocina o donde sea podíamos estar si era una conversación menor, pero si se trataba de cosas íntimas, una rencilla del matrimonio, por ejemplo, no podíamos ni abrir la boca”.
“Los caminos eran picadas abiertas por los mismos colonos con el arado estirado por bueyes, animales que fueron los grandes tractores, las maquinarias que el colono utilizó para progresar y en menor medida los caballos. Sin herramientas, sin tecnología muchas obras se hacían mejor que ahora”, opinó Wegner.