Con el ímpetu y el espíritu de entrega que trajo desde su Polonia natal, el sacerdote Jorge Maniak comenzó a trabajar con los feligreses de las picadas de la zona de El Cruce o el Sesenta, y hoy lo sigue haciendo con el mismo entusiasmo.
Cuando se adentró en esa porción de selva misionera, en el lugar residían apenas doce familias, que se fueron multiplicando, y con las que celebra sus 53 años de historia de sacerdocio.
Activo, y siempre presente adonde lo requieran, a cada paso agradece que “se acuerden de mí” pero sin olvidar que “aquí hubo muchos sacerdotes que pasaron, que trabajaron en este pueblo, que es de mucha fe. Por estar tantos años con la gente, acepto que digan que el padre Jorge es un símbolo, pero en realidad lo es la Congregación de los Misioneros Redentoristas, de la que en este momento somos cuatro sacerdotes”.
“La evangelización era mi principal tarea, mi principal objetivo. Yo me internaba por varios días en las colonias y trabajaba con los vecinos. Allí comía, dormía y así evangelizaba. Durante las noches pasábamos horas hablando y esas experiencias me quedaron guardadas en el corazón. De las largas charlas que teníamos surgían los modelos de lo que sería la parroquia. Después se adoptó el modelo de una capilla que yo conocía en la región de Polonia donde nací y me crié”.
En junio de 1967 llegó desde el país europeo, donde recibió formación, humana, espiritual, sacerdotal, en tiempos muy especiales de la posguerra. Nació el 21 de febrero de 1938, “un año antes que se desatara la guerra así que pueden imaginarse mi niñez, mi infancia, etapas de las que se me grabaron detalles. Empecé el primario y luego el secundario después de la reestructuración de Polonia que estaba devastada, destruida, en un 80%”, narró.
Sin embargo, consideró que “fueron tiempos bonitos para la Iglesia porque el pueblo, el país, vio la fuerza, el patriotismo que, unido con la fe, con la religión, dieron resultados a pesar de las presiones del régimen de Europa Oriental. La iglesia nunca estuvo tan fuerte y tuvo tantas vocaciones, tantas personalidades interesantes, impresionantes, como el cardenal Stefan Wyszyński, Karol Wojtyla (Juan Pablo II), Lech Walesa, y la liberación que costó 80 años”.
Antes que lo ordenaran sacerdote -el 19 de julio de 1964- el cardenal Wyszyński dispuso una evangelización de nueve años para celebrar el Milenio del Bautismo de Polonia, en 1960. Y a esta evangelización la encomendó a la Congregación de los Redentoristas. “Yo me preparé con todo el corazón, con el alma, para poder vivir este momento”, contó.
Aseguró que fue formado en un ambiente muy cordial y entusiasta de la iglesia. “Después la gente en ocasiones no comprendía de dónde venía este cariño, este amor, este aprecio, porque la Iglesia impuso el espíritu misionero”, comentó.
De pronto se enteraron que en Sudamérica necesitaban sacerdotes, y a pedido del Papa Pablo VI “vino el superior y dijo ¿quién tiene coraje?
Eramos recién ordenados y yo acepté el reto. Sólo sabíamos que era un país austral. Me pasó a mí y después a muchos otros. Y también a los de la congregación del Verbo Divino que en esa misma época se abrió a la misión en Argentina. Recibí el pasaporte y me embarqué en Nápoles en el barco Augustus”, y después de 22 días llegó a Argentina.
La histórica capilla de San Vicente de Paul fue inaugurada el 12 de octubre de 1970. A la ceremonia acudió muchísima gente y cinco intendentes de pueblos vecinos: El Soberbio, Montecarlo, Caraguatay, Dos de Mayo y San Pedro. Por 25 años fue el centro religioso de la ciudad hasta que en 1995 se inauguró el nuevo edificio de la parroquia.
Dejar su país fue “agradable porque después vinieron muchos otros padres. La religión, a pesar de todo, fue nuestra vida, fue nuestra alegría, nuestro folclore. En Polonia la iglesia está ligada profundamente al pueblo, a sus costumbres. Algunos decían no me voy por nada, me quedo en Polonia, me miraban y me decían ¡no sabés dónde te metés!, pero Dios quiso que todo se supere y el barco empiece a navegar hacia Buenos Aires. Apenas iniciado el viaje, yo sentí una fuerza espiritual muy fuerte que me estiraba a esta nueva vida que me esperaba. Eran tiempos finales del Concilio Vaticano II, con reformas litúrgicas, invitando a cantar y a vivir cada uno en su idioma. En el barco se sentía eso porque había muchas religiosas de España, de Italia, sacerdotes”, rememoró, emocionado.
Cuando llegó fue directamente a Chaco -estuvo en Villa Gonzalito, de Resistencia-, donde los superiores le comunicaron que su destino estaba en Misiones. Después de 53 años de vivir en la Argentina, “veo un país abierto a todas las culturas, creencias. Y en él, hay una provincia, un rincón, que tiene su historia tan preciosa, su naturaleza y su belleza tan atractiva, con su clima, sus ríos. Y en esta provincia había un rincón que hoy se llama San Vicente o El Cruce. Lo recorrí desde el Parque Iguazú, de la frontera, hasta Aristóbulo del Valle, después de que el obispo Jorge Kemerer encargara esa franja a la evangelización de los Redentoristas. Eran unos 250 kilómetros a lo largo de la ruta 14”.
“Un día me dijeron que me debía quedar en El Cruce o el Sesenta. Era el mes de junio de 1968 y el guarda del colectivo me dijo que debía bajar acá. Lo primero que vi fue una Grutita de la Virgen frente a la entrada de una fabrica. Eso me lleno de gozo, que en medio de la selva alguien se preocupaba de mantener viva la llama de la Fe. Crucé la calle y había un bar, me presenté al cantinero. Así conocí a Don Justino Godoy. Me dijo que ese no era lugar para un cura y me llevó a lo de Ignacio Kleñuk”.
Fue una evangelización “creo, única en la historia de la Iglesia, de acompañar a la gente que entraba a la selva, que formaba su familia, su vida, su escuela, su Iglesia, sus industrias, con todas sus dificultades y alegrías. Con el aislamiento pero con toda la fortaleza de una selva misionera que ofrecía una vida impresionante, que ofrecía agua, aire, clima. Hay mucha abundancia en esta región desde Aristóbulo del Valle, Dos de Mayo, Tobuna, San Vicente, San Pedro, Cruce Caballero, Bernardo de Irigoyen, San Antonio”.
Este trabajo tuvo para Maniak un especial significado. Las familias evangelizadas provenían de pueblos como Apóstoles, Azara, Leandro N. Alem, Picada Galitziana, Gobernador López, Yapeyú, Villa Armonía.
“Eran hijos de polacos, ucranianos, alemanes, de agricultores de mucho tiempo, para quienes un pedazo de tierra era vida. Había que comprender que estas personas eran hijos o nietos de aquellos inmigrantes, que oyeron correr la voz que había montes fiscales inmensos, que había una reserva que abarcaba este enorme territorio, desde Aristóbulo o Dos de Mayo, hasta Irigoyen y más allá. En su mayoría eran jóvenes, en algunos casos con dos o tres hijos que, ansiosos, juntaban todo lo que tenían, vacas, muebles, buscaban un camión viejo, un Betford o Canadá, y comenzaban a movilizarse. Era un espectáculo. Es una lástima que no tenga fotos de esos días”, lamentó.
El MS Augustus fue un trasatlántico de lujo construido en 1950 para la Italia Line. El 4 de marzo de 1952, navegó desde Génova a Sudamérica en su viaje inaugural. Fue asignado a una vía normal de Génova, con escala en Nápoles, Cannes, Barcelona (o Lisboa), Río de Janeiro, Santos y Montevideo, a Buenos Aires.
A veces tardaban tres, cuatro días, o una semana para llegar a la zona de El Cruce, que por muchos años se llamó así, antes de denominarse San Vicente. Los primeros obrajes fueron para extraer las mejores maderas, como cedro, lapacho, incienso, y a través de ellos “la gente entraba al monte, a la selva, y decía: ‘esto es mío, esto es tuyo’. Buscaba una vertiente, un arroyito, un ojo de agua, y esa misma tarde o noche que llegaba, empezaba la vida. Hacían su rancho de tacuara o de tablitas, al otro día empezaban un pequeño rozado, a plantar la primera planta de maíz, mandioca, poroto. Empezaban a desmontar sin ninguna organización del gobierno, totalmente por su cuenta, por su genio, por su amor a la vida, a la familia. En esta tierra fértil, que Dios creó, crecía todo lo que esta gente sembraba”, celebró.
En 1970, el 12 de octubre, cuando la plaza era un obraje, llena de gajos y malezas, llegó la inauguración de la capilla histórica -Maniak estaba aquí desde hacía dos años-.
“En esta fiesta se reunió tanta gente que todos preguntaban ‘¿dónde viven?’. Pasa que escondían sus casas porque de vez en cuando había recorridas de las autoridades para ver si no se quemaba el monte, y se quemaba, para tener vida. Se quemaba no por destruir, sino para tener vida en una o media hectárea”. Para esa ocasión también vinieron cinco intendentes de las localidades de los alrededores que se adjudicaban ser dueños de San Vicente.
“El de Dos de Mayo decía que era dueño hasta El Cruce; el de El Soberbio, de toda la ruta que nos comunicaba a ellos; el de 25 de Mayo, de la zona de Londero y Alicia; San Pedro hasta el kilómetro 74, y Caraguatay y Montecarlo, se disputaban la propiedad. Ese día se juntó mucha gente y todos ellos vieron que era imposible impedir que se haga municipio. Pero hicieron lo imposible para impedirlo”, agregó.
“Quiero hacer un homenaje a los que dieron vida a este proyecto, maestros, sacerdotes, las comisiones, algunos de gobierno, pero ante todo a la gente, a los colonos, que entraban a la picada, tomaban su pedazo de monte, con instinto vecinal, comprensivo”.
La primera capilla es el edificio público más antiguo de la comuna y fue declarado monumento histórico por el Concejo Deliberante. Su construcción se le debe a la firma Carlos Ortmann y Gabino Tejeda que iniciaron el primer loteo para la urbanización de la futura ciudad, en el año 1967, y reservaron un terreno para la iglesia; al igual que para la futura municipalidad, la comisaria y el correo, todos ubicados alrededor del predio destinado al espacio público que hoy lleva el nombre de Plaza San Martín.
Una agradable sorpresa
Cuando la gente supo que había un sacerdote en la zona, no lo podía creer. La noche en que el padre Maniak llegó, bajó del colectivo con unas pocas cositas. “Godoy, que era el representante de los inmigrantes paraguayos que entraban al monte y trabajaban en obrajes y laminadoras, me preguntó ¿usted es polaco? porque hay uno ahí que parece polaco. Y me llevó a la casa de Ignacio Kleñuk, padre de seis hijos y abuelo de 12 nietos, que era soltero y tenía un comercio. A llamarlo dijo, Ignacio aquí hay un sacerdote. ¿Un padre en el monte?, no lo creo. Y yo lo saludé dobrei vecher (buenas noches) y este joven saltó de alegría porque escuchó el idioma de su padre, que tenía 24 hijos que hoy están poblando Campo Grande, San Vicente, Campo Viera. Me ofreció un catre y lo puso en un rincón del depósito, donde pasé mi primera noche”, rememoró. Las primeras misas se celebraron en un galpón de té, y el sacerdote tuvo que tener a mano un diccionario para poder oficiar en castellano.
“Este lugar es un lugar privilegiado por Dios y por la naturaleza. Es un lugar rico. Agradezco que la Iglesia pudo continuar con su función, que es animar a la gente. Agradezco por la amistad, por este espíritu, por la fuerza de sólo nombrar a San Vicente. Agradezco haber sido testigo de esto”.
Luego, sobre la ruta nacional 14 habían limpiado dos hectáreas que habían reservado para la iglesia. Un domingo se juntó mucha gente. La misa comenzó a las 9 y terminó pasadas las 15 porque hubo más de cien bautismos, 40 regularización de matrimonios y más de mil confesiones. “Ese día conocí a mucha gente, y me di cuenta que algo grande se estaba gestando en este lugar”, confió quien, quizás sin darse cuenta, comenzaba a escribir buena parte de la historia de ese lugar.
Por mucho tiempo la Iglesia acompañó a los colonos y demás ciudadanos a gestionar escuelas, comisarías, oficinas públicas, hasta llegar a la Municipalización. “Los chicos debían sacrificarse para hacer el secundario en otros lados, algunos se superaron y hoy son médicos, profesores. Así que vino la lucha por la escuela.
“Algunos gobiernos nos favorecían otros, desde el principio, decían sáquense de la cabeza, nunca serán municipio. Sencillamente nos echaban de Casa de Gobierno. El gobernador Rossi nos comprendió un poco”, dijo Maniak, “un hombre de mucha fe, de oración, muy querido por el pueblo, que no se olvida de su Polonia aunque su vida es San Vicente”.
Cuando llegué eran 14 chicos para la primaria, hoy son miles. Gracias a Dios, a los sacerdotes y a los maestros, comenzaron a surgir escuelas, vinieron maestros de La Rioja, Corrientes, Catamarca, hombres corajudos, que entraron a la selva y quedaban ahí. Algunos tenían un Jeep o Citroën. La situación era tan hermosa y difícil, a la vez, que para comprar un Citroën 2CV hacíamos miles de fotos con una máquina rusa que tenía y por las noches las revelábamos en blanco y negro. Aprovechábamos un grupo electrógeno y una amplificadora, y aveces la pieza estaba llena de copias. Con esto podíamos comprar el primer autito amarillo con el que comencé a viajar a las colonias porque no podía esperar que alguien siempre me llevara, y fue con el que después viajábamos a Posadas para pelear por la municipalización, que se consiguió en 1977”, manifestó el sacerdote, que fue quien trajo el primer proyector de cine a San Vicente y pasaba películas en la Iglesia y en las colonias.
La procedencia del nombre
Un día avisaron a Maniak que en Posadas “estaban desarmando los altares de los santos y que si quería uno, tenía que apurarme. Pasaron unos días hasta que se armó un viaje. Cuando fui a pedir un santo, el encargado me dijo que se habían terminado, y yo le dije: pero si ahí hay uno todavía, y me dio el último que le quedaba. Era San Vicente”, contó.
Cuando llegó muchos vecinos vinieron a esperarlo para ver cual era el santo que les había tocado en suerte. “Lo desenvolví de una manta, lo mostré y les conté cómo lo conseguí, pero a la gente no le importó que ese haya sido el último y salió de allí diciendo que ese iba a ser nuestro Patrono y comenzaron a cambiar el nombre de El Cruce o El Sesenta por el de San Vicente”. La otra versión es que Tejeda era de la localidad de San Vicente de Buenos Aires y llamo así a la actual Capital de la Madera.
En este tiempo de permanencia de Maniak se construyeron cerca de 50 capillas en barrios y colonias. Esto además de la parroquia en honor a San Vicente de Paul y a la Madre del Perpetuo Socorro, a la que todos llaman la catedral por su forma y tamaño, y que desde 2017 está a cargo del sacerdote redentorista Julián Duarte. La iglesia en forma de barca llevó 18 años de construcción. Se trata de una réplica de una edificación emplazada en Gdynia (Polonia), a las orillas del Mar Báltico.
El sacerdote salía con la camioneta colorada (una F-100 del año 70 que lleva un cartel que reza: Jesucristo ayer, hoy y siempre. Por amor a mi pueblo), con la que lleva recorridos miles de kilómetros, para recorrer las colonias y pedir colaboración para la nueva obra. “Los agricultores me daban una o dos bolsas de soja que en los años 80 valían mucho. Con lo que obtenía de la venta compraba materiales”.
La mano de obra era otro tema. De cada comunidad venían varios hombres y se quedaban hasta que terminaban los materiales acopiados. A los del pueblo les tocaba el turno de la noche, y con unos foquitos y reflectores se trabajaba hasta altas horas.