El tránsito enredado, tumultuoso casi, trepa por la avenida larga, kilómetro tras kilómetro de manera que no se puede recordar aquí en cuál de esos tramos de la columna vertebral de la Capital del Trabajo vive Renata Otto de Tori.
Pero llegamos a la casa de la escritora y aun antes de saludarla impulsamos la curiosidad retenida hace tiempo.
¿Tenés un cedro en tu casa…?
En el monte nativo que cubría parte de la chacra donde me crie, crecían muchos cedros. Me encantaban sus “flores de madera” que no eran otra cosa que sus frutos abiertos. Cuando mi padre me regaló el terreno en el que hoy día está mi casa, un pequeño cedro crecía entre las malezas. Pedí que no lo corten y ahora es un majestuoso amigo de casi dos metros de diámetro. Y yo lo amo.
¿Cómo fueron tus primeros años, la infancia?
Soy misionera hasta los huesos. Nacida y criada en una chacra, hija de una pareja de colonos muy humildes, muy trabajadores y ambos hijos de inmigrantes alemanes.
Permiso para nacer
“Yo no tenía permiso para nacer… – prosigue- , a mi madre le habían prohibido tener más hijos, pero ella, arriesgando su salud y confiando en Dios, desobedeció la orden médica y así nací, en la humilde casita de una partera de barrio, mientras el cielo se derramaba en una intensa lluvia, un 25 de septiembre, a las 3 de la tarde. Según contaba mi madre estaba con muy bajo peso al nacer, pero encaré la vida con optimismo y determinación. Y aquí estoy, feliz y agradecida por cada día, por cada instante vivido. No sé si decir que tuve mucha suerte o que siempre fui protegida por un ser superior. La cosa es que siempre logré lo que me proponía”.
¿Y tus comienzos en las letras?
Mi madre era gran lectora. Recuerdo que leía en voz alta a la noche, antes de dormir, compartiendo asi las historias fantásticas en alemán con mi padre y yo las escuchaba desde mi camita, pared de madera de por medio. Me dormía así y en sueños hilvanaba extraños relatos, hasta que sentí gran atracción por la lectura y leía todo lo que llegaba a mis manos.
Tus referentes literarios o como decía Quiroga “tus maestros”…
Leí tantos autores. Creo que de cada uno aprendí algo. Quiroga me fascinó, Cortázar, Fontanarrosa, Eduardo Galeano, me dejaron huellas, creo. Pero para animarme a “mostrar”, compartir lo escrito y buscar nuevos rumbos, fue Daniel Stéfani, a quien conocí cuando realizó su raíd poético pedestre, él fue un “maestro” para muchos, también para mí.
Escribir, ¿Qué significa para vos, una distracción, una pasión? ¿Qué?
Escribir es vivir más que sólo la vida que llevamos adelante día a día. Es crear trozos de realidad virtual, una vez pequeños, otras de dimensiones mayores; aunque siempre busco lo breve. Poder transmitir algo que valga la pena con pocas palabras, me parece lo máximo.
¿Cómo empezaste?
Muy de pequeña comencé a inventar historias, y a escribirlas, no puedo decir cuándo, lo hice siempre.
¿Cómo arrancás para escribir un poema o un cuento? ¿Imaginás cosas, te basás en hechos sucedidos, tomás como punto de partida algo que te cuentan?
Casi todo lo que escribo tiene una pizca de realidad, nuestra realidad misionera, que es la mía. Y de ahí me disparo; a veces voy caminando y armando versos. Generalmente les pongo una melodía y los voy cantando, para repetirlos hasta llegar a poder escribirlos, porque no siempre se puede escribir. Y si no, se me van, los olvido. O en esa duermevela antes de despertar, ahí a menudo se me ocurren cosas y tengo que anotar de inmediato, para mantenerlas (Siempre hay papel y lápiz en mi mesa de luz).
¿Cuantas veces corregís o modificas tus escritos?
Hay un cuento que reescribí innumerables veces, durante tres años. Hasta que quedó como me gustaba. (El milagro) y fue premiado. Otro lo escribí de una, no lo volví a mirar y lo envié, y también fue exitoso (El caso de Gimena Beltrán), así que no sé, cada trabajo es diferente, muchos nunca los terminé, tengo una caja con textos empezados.
¿Qué género literario te gusta más?
Depende de mi estado de ánimo. Las poesías llevan mucha carga emocional. Los cuentos cortos son como cuadros pintados con palabras. Y escribir una novela es un desafío: da mucho trabajo, pero muchísima satisfacción, porque es dar vida a los personajes, darles un carácter, sentimientos, es realmente fascinante llevar adelante varias historias entretejidas.
¿Has viajado ?¿Te gusta viajar?
¡Me encanta viajar! ¡Lo más lindo es volver y sentirse muy feliz y agradecida de vivir aquí, en Eldorado, Misiones! ¡Es el mejor lugar del mundo! Pero ver otros espacios, convivir con otras culturas, ver que el ser humano puede ser tan diverso, tan diferente y en definitiva tenemos mucho en común! Disfruto tanto de un viaje largo como de una tarde junto a un arroyo rumoroso de mi tierra.
¿Qué cosa no te preguntaron nunca?
Lo que nunca me preguntaron: ¿Cuál fue “mi” primer libro? Mi gran anhelo era “ser dueña” de un libro. Porque sólo leía los que conseguía prestados. Eran caros y el dinero escaso, así que, cuando mi madrina me preguntó qué regalo quería para mis 13 años dije: “¡Un libro, por favor!”, y me regaló “María” de Jorge Isaac.
Escritores misioneros: problemas y soluciones
“El mayor problema es que los escritores son seres humanos y por lo tanto tienen todas las mañas de esta raza!”, sostiene Renata. Y remata: “Si pudieran dejar de lado las cuestiones que dividen y nos sumáramos todos, cada cual con lo suyo, pero ser más flexibles, tolerantes, lograríamos antes las cosas que todos anhelamos: que nos escuchen, nos lean, nos valoren, tanto en los ámbitos institucionales como en lo privado. Vuelvo a recordar a Daniel Stéfani: él bregaba por la armonía. ¡Hagámosle caso!”.
Por Esteban Abad
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